Una se ha pasado la vida soñando, dormida y despierta, con huir y ahora sueña con seguir huyendo a Graciosa, pero como de momento eso no va a poder ser, he decidido que varias cosas de esta isla huyan conmigo.
Primero, los laaargos desayunos (una horita de reloj) frente a la Bahia da Barra, con las lanchitas bailoteando sobre las olas.
A Bahia da Barra
Luego, que huyan conmigo también las carreritas matutinas por la Ponta da Pesqueira, con el océano a un lado y, al otro, muretes de piedra que me separan de las cabras y las vacas, poblados por millones de lagartijas y algún que otro ratón.
A Ponta da Pesqueira
Me llevo a casa, huyendo también, los almoços e jantares en tascucios de pueblo con manteles de papel, donde te ponen un peixe grelhado exquisito.
Que huya conmigo este clima extraño. ¿Cómo definirlo? Azorense. No hay otra palabra. Ahora, en agosto, no hace nunca frío, ni por la mañana ni por la noche. Y adoro la lluvia: se la ve venir desde lejos, en forma de enorme cortina gris. El cielo se pone negrísimo, bellísimo, y descarga un chaparrón de unos veinte segundos. Para cuando sacas el impermeable, ya ha escampado (¡qué verbo olvidado, escampar!) y sale el sol picón de nuevo.
Llueve sobre la piscina
Y es una pena que no le pueda llevar a mi ama, que le gusta mucho, pero pesa demasiado, este delicioso melón que se come con cucharita.
Adiós.
Adiós.