miércoles, 30 de diciembre de 2009

Propósitos para el nuevo año


Voy a mudarme a un piso canijo
en un barrio chungo.
Pintaré las paredes de amarillo o naranja.
Quizás deje el gotelé.
Pondré muchas estanterías
pa colocar noveluchas
y souvenirs que me traen
las amigas viajeras.

Iré a trabajar en metro
tooodos los días.
A la ida, cogeré en la boca
los periódicos gratuitos
y, a la vuelta,
me haré el sudoku, qué bien.

Los fines de semana se me harán largos.
Veré en la tele los realities que me gustan
y las películas de amor.
Iré a recaos al Eroski y,
si llego bien a fin de mes,
me compraré un libro gordo
con santos
y un frasquito de perfume.

De vez en cuando querrá verme
algún viejo amigo
e intercambiaremos dolencias
en un café lleno de ancianas.

Va a ser una hermosa vida.
Toda una estética del fracaso.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Canción triste de Navidad


No hay cosa más lastimosa en el mundo
que un autobús urbano
un domingo por la noche
en invierno
y que llueva.


Más triste resulta aun
si ese domingo es Navidad,
el 25 de diciembre, para ser exactos,
y al autobús suben niñitos
con sus juguetes nuevos
y sus abuelas.


No te digo ya lo que es
si el conductor lleva la radio puesta
y suena una canción llorona,
como de Álex Ubago.


Para colmo,
los paraguas chorreantes
lo dejan todo perdido de agua
y las abuelas,
antes de que se siente el nietillo,
sacan del bolso
un pañuelo amarillento
de tela.


La luz
nos pone a todos cara de muertos;
no la utilizaría nunca
un fotógrafo del Vogue.


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domingo, 20 de diciembre de 2009

Cascar por cascar

cascar.
(Del lat. *quassicāre, de quassāre, golpear).

1. tr. Quebrantar o hender algo quebradizo. U. t. c. prnl.

2. tr. coloq. Dar a alguien golpes con la mano u otra cosa.

3. tr. coloq. Estropear, dañar algo. U. t. c. prnl.

4. tr. coloq. Quebrantar la salud de alguien. U. t. c. prnl.

5. intr. coloq. morir.

6. intr. coloq. charlar. U. t. c. tr.


Así define la RAE el verbo cascar. Yo me quedo, claro, con la sexta acepción, la de charlar, que, según dice la Academia, "úsase también como transitivo". O sea, que es académicamente aceptable este uso tan coloquial y tan bonito: No le cuentes nada a ése, que lo casca todo.  Y qué decir de los derivados: Mira que eres cascanta. Una gozada.


Toda esta introducción para contar que unos aguerridos cascantes andan resucitando la costumbre del cascar en los bares o, dicho de modo más fino, las tertulias de café, tan en boga antaño en Bilbao y en más sitios.


Las tertulias se celebraban, según cuentan, en los cafés emblemáticos, pero resulta que el pasado viernes 18 de diciembre los cafés emblemáticos de Bilbao y todo el resto de la ciudad estaban de bote en bote. Hacía una tarde-noche de perros perreros, pero daba igual, la calle estaba a rebosar y los cafés famosillos, como digo, también, así que tuvimos que refugiarnos en una champanería y allí celebramos la tertulia bilbaina.


Los contertulios habituales, que son Mikel Agirregabiria, Josu Garro e Iñaki Murua (*), nos invitaron a Berta Martínez, Yuri Morejón y a servidora de ustedes y, como guest star, a Iñaki Anasagasti, con la sorpresa navideña de que luego se nos unió Josu Erkoreka




Lo único que tenemos todos en común es que blogueritos somos y, claro, que nos gusta cascar y escuchar; suficiente, pues, para pasar una velada estupenda. Fue un placer haber participado, haberme reencontrado con los conocidos y haber conocido a los demás. Un beso, pues, y hasta la próxima.







(*) En los enlaces veréis sus jugosas crónicas y muchas más fotitos chulas. Por supuesto que les he robado la foto de familia. Thanks.



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jueves, 17 de diciembre de 2009

Celda 211


Vaya por delante que a servidora de ustedes el género carcelario, de entrada, no la atrae. ¿Por qué? Puede que porque se parece al bélico en la tristeza infinita, que decía Truffaut, de las películas sin mujeres. Y he escrito "de entrada",  porque, si les dedico un minutito, enseguida me atrapan los mundos limitadísimos, tensos, asfixiantes, en los que no queda más remedio que trabajar bien el guión.

Y este guión está bien trabajado y los diálogos, currados también. Me falla un poco, sin embargo, la ambientación: no sabe una muy bien en qué época suceden los hechos; por un lado, hay cosas que huelen a los 80; por otro, aparecen primitivos teléfonos móviles... No sé.

Otra cosa buena tengo que decir de Celda 211: cada vez que sale ETA en una peli o novela, me suena todo a sainete y esta vez sólo me parecía opereta. Quizás sea porque los actores que representan a los presos vascos son vascos de verdad (Patxi Bisquert, aspaldiko!, ¡cuánto tiempo!).


Para acabar, están muy bien Tosar y Bardem, pero Luis Zahera está tremebundo, con un personaje extremo que no cae en el esperpento. Una pista: ¿cómo se sabe cuándo un personaje así está logrado? Muy fácil: cuando te recuerda a alguien. Y el Releches que hace Zahera me ha hecho pensar en más de un yonqui de mi barrio.

Y cuidadín, que el final lo deja todo a güevo para que haya secuela: ¿"Celda 212", quizás?

Celda 211. España, 2009. Director: Daniel Monzón. Guionistas: Jorge Guerricaechevarría y Daniel Monzón. Música: Roque Baños. Intérpretes: Luis Tosar, Alberto Ammann, Antonio Resines, Marta Etura, Carlos Bardem, Manuel Morón, Luis Zahera.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Retorno y fracaso



Según las revistas rosas cardiacas que me leo en el gimnasio, las rupturas sentimentales aumentan durante las vacaciones. Mira que yo, que voy de intelectualilla y tal,  no me he creído nunca lo impreso en papel couché, pero ahora resulta que tenían razón y me ha sucedido a mí: durante estos días que he estado fuera he vuelto a romper con Philip Roth.

Digo que he vuelto a  romper porque ya antes tuvimos otro flirt y también lo acabé dejando. Según las revistas, segundas partes nunca fueron buenas y esas relaciones intermitentes tipo Elizabeth Taylor y Richard Burton no son compatibles con el equilibrio mental; así y todo, presionada por crítica y público, le di a Roth otra oportunidad y me fui de viaje con Las vidas de Zuckerman, que llevaba tiempo languideciendo en mi mesilla sin acabar de entrar en mi cama.

Fíjate que el arranque de la novela me gustó. En el primer capítulo, el hermano de Zuckerman, dentista judío en Nueva Jersey, se somete un poco por capricho a una operación arriesgada y muere. En el segundo, sobrevive a la operación y decide abandonarlo todo, abrazar el integrismo e instalarse en un asentamiento judío en Palestina, lo cual es también una forma de morir en vida.

Y ahí empezó a enfriarse la cosa, porque, oh Jehová, qué complicado es ser judío. Ya le comenté al Jukebox: casi tan complicado como ser vasco. Qué lío de facciones religiosas y políticas, qué tremenda dispersión geográfica.

Pero lo que más pesó en mi ánimo fue el recuerdo de un paseo por Williamsburg hace ya unos cuantos años, antes de que se convirtiera en barrio cool. Allí viven unas decenas de miles de judíos jasídicos y, ay amá, qué tristeza las barbas, los caracolillos en las patillas y no digamos las señoras con el pelo rapado y esos pelucones tan feos. Qué sastrerías oscuras, qué agujeros de carnicerías. Qué empeño el de algunas religiones en hacer que la gente sea infeliz, o al menos lo parezca. Como si la felicidad fuese obscena.

En fin, que si a eso le unimos metralletas y mal rollo en Oriente Medio, me harté y me dije: Philip Roth, hijo mío, hasta aquí hemos llegado. No descarto, a pesar de todo, retomar la relación más adelante, para lo cual recurro a vuestro consultorio literario-sentimental en busca de consejo y aliento.

Y como adelanto de mis memorias, del estilo de las que publicó Sara Montiel en Hola, sabed que también abandoné sin piedad a Nadine Gordimer, Roberto Bolaño, Iris Murdoch, Paul Auster, Haruki Murakami... No tengo corazón. Continuará.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Unas fotitos de despedida

Me he despedido tantas veces de esta isla de El Hierro, que ya no sé qué decirle. Os dejo unas fotos, pues, para que hablen por mí, pero no me resisto a ponerles pie: una es de letras, al fin y al cabo.


La ermita de Nuestra Señora de los Reyes. Blanco, azul y verde peleando entre sí.



El patio de mi casa. No es particular.



La lava y el mar construyen puentes.



Luces de Navidad en la Quinta Avenida de Valverde.



Y, para terminar, la playa de El Verodal. Roja y negra, como la bandera anarquista.

Hasta lueguito.


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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Reformas en el paraíso

Queridos niños y niñas:

Como siempre os cuento cuánto me gusta esta isla de El Hierro, hoy toca decir algo que no me gusta y que lamentablemente abunda aquí: las construcciones abandonadas. Las hay ya terminadas (preciosas casonas antiguas que se caen a pedazos) y a medio terminar: obras que empezaron y que por no sé qué (¿turbia?) razón se paralizaron y se quedaron ahí, con el feo gris del cementazo a la vista y toda la basurilla (alambres herrumbrosos, sacos desventrados, maquinaria que se oxida ad infinitum) alrededor.

Esto ya es bastante sangrante cuando se trata de obras privadas, pero te abre las carnes del todo cuando son obras públicas: el polideportivo de Frontera, la guardería, el museo de Valverde y alguna más que se me olvida llevan aaaaños siendo un esqueleto feo con signos de abandono.

Pero cabe una esperanza. El Centro de Interpretación de El Julan se ha pasado también sus buenos añitos en construcción y por fin no hace mucho abrió las puertas y comenzó a funcionar.

Por si alguien no sabe qué es El Julan (o El Julán, que la toponimia es vacilante en esta isla), os contaré que es una zona con restos arqueológicos prehispánicos; concretamente hay un tagoror y unos petroglifos y sólo se puede acceder a pie después de caminar cuesta abajo unas horitas. Servidora de ustedes ha bajado hasta allá más de una vez, con su mapita y su cantimplora de agua, y nunca se ha encontrado a nadie. Pues bien: ahora resulta que sólo se puede bajar con guía y tienes que dejar el carné de identidad en el centro. Manda güevos el locurón proteccionista tras siglos de abandono.

En fin. Que todo cambia e incluso hay ya en Frontera un restaurante chino. ¡A dónde vamos a ir a parar!

Me encomiendo, pues, a San Esteban, que lo tengo en una placita al lado de casa. Hasta pronto.

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sábado, 28 de noviembre de 2009

Hierro


Hierro, el primer largometraje que ha dirigido Gabe Ibáñez, ha logrado para Elena Anaya el premio a la mejor actriz en el Festival de Sitges de este año.

Hierro está ambientada y rodada en la isla canaria de El Hierro. Dice la prensa que Javier Gullón escribió el guión "a medida de la isla", para "capturar su atmósfera". Con todo, "no es una película costumbrista" y apenas han participado en el rodaje actores ni extras locales. La apacible Hierro aparece en la ficción poblada por gentes "con oscuros transfondos", pues intersaba más la fuerza metafórica de su nombre, el concepto de la dureza. En fin, que la isla apenas queda reconocible y sólo sirve de escenario idóneo para crear una atmósfera de desasosiego.

Ibáñez ha recurrido a Hitchcock para construir el personaje que hace Anaya: con retazos del mejor cine clásico y psicológico (el agua, los pájaros, los sueños) nos retrata su sufrimiento, su tormento, su obsesión, su incipiente locura.

Cuenta Anaya que la ayudó a componer su personaje el libro El año del pensamiento mágico, de la norteamericana Joan Didion.

De los productores de El laberinto del fauno y El orfanato, Hierro fue bien recibida en Cannes, donde se presentó fuera de concurso.

Parece ser que se estrenará en salas el 12 de febrero del año que viene. Para eso no queda nada, pero, como no puedo esperar tanto, me marcho a la isla a pasar unos días. Echadme un poquico de menos y esperad a que os ponga desde allí unas letras.

Entre tanto, os dejo con el tráiler de Hierro. ¡Pero qué bonica que sale mi islica!




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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Terror en píldoras


Quiero dar las gracias a David G. Panadero por hacerme llegar su librito Terror en píldoras. Las películas episódicas de terror.

Lo de "librito" no es ni despectivo ni cariñoso, sino simplemente descriptivo: el volumen es chiquitín, muy manejable y apropiado para llevar en el bolso y leerlo en el transporte público, en vez de los tochos esos de las catedrales.

Murnau, Browning, Karloff, Neil Jordan, Tim Burton... ¿Qué más quieres por cinco euricos? ¿Que tenga santos? Pues los tiene.

Y tiene, además, una bonita dedicatoria:
 A mi padre, que nunca quiso ver estas películas. A mi madre, que las veía sólo por estar conmigo.

Para que digan que no tenemos corazón.



David G. Panadero
Terror en píldoras
Prótesis Editorial
http://www.protesis.pasadizo.com/
terrorenpildoras.blogspot.com

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lunes, 23 de noviembre de 2009

La maravillosa vida breve de Óscar Wao


Si ya es bastante duro ser friqui (fricazo, fricoide, fricoso) o nerd (nerdoso, nerdazo, nerdote), qué no será ser friqui negro, gordo colosal y dominicano, vivir en Paterson, Nueva Jersey, y tener que sobrevivir a una madre infeliz.

Con semejante lastre vital o fukú se nos presenta el inefable portagonista de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, heterosexual hasta los ojos a pesar de su paralelismo con Wilde, aquejado de bibliomanía, tremendo pariguayo y perteneciente a la estirpe no de los losers, sino de los megalosers, que son las fokin víctimas de los losers. 

Óscar debe vivir su vida breve en cuatro mundos a la vez y no estar loco. Primero están su madre, hermana y abuela, fieras, insolentes y soberanas, que nos retrotraen, cómo no, a la República Dominicana, a Trujillo, a sus monstruosidades, su cleptocracia, a la cortina de plátano,  a Vargas Llosa y a Jesús Galíndez, el supernerd vasco.

Luego están los blanquitos nerds que lo tratan con jovialidad inhumana y lo encierran en círculos exclusivamente masculinos. Luego, los negros dominicanos, para los que culear y rapar es religión. Y finalmente, las jevitas, que lo vuelven tarumba, le rompen el corazón y lo hacen refugiarse cada vez más en su nerdería.
La idea de Óscar de cómo se enamoraba a una jevita era hablarle de juegos de rol. Un día en la guagua de la línea E le dijo a una morena: Si estuvieras en mi juego, te daría dieciocho puntos de carisma.

Y por narices tengo que decir algo sobre la traducción delirante y genial de la cubana Achy Obejas, que acaba de convertirse en mi heroína, aunque en la red he encontrado quien la despelleja con chascarrillos y maledicencias varias, o precisamente por eso.

No debería escribir esto sin haber leído el original, pero me apuesto mis plantaciones de algodón a que lo supera, y no porque suponga yo que el original sea flojo, que fijo que no lo será, sino porque, parafraseando a un antiguo profe mío, seguro que es un campo abonado a la creatividad y al desparrame.

Junot Díaz
The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, 2007
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, 2008
Traducción de Achy Obejas

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viernes, 20 de noviembre de 2009

Párrafos selectos de "Niños en el tiempo"


La traducción es de Javier Fernández de Castro y la adaptación, mía.

Una perturbadora minoría de la humanidad considera que los viajes son ocasión para agradables encuentros. Hay gente decidida a imponer sus intimidades a extraños. Tales viajeros deben ser evitados si uno pertenece a la mayoría para la que un viaje es ocasión de silencio, reflexión y ensueño. Los requisitos son simples: una visión despejada de un paisaje cambiante y verse libre del aliento de otros pasajeros, del calor de sus cuerpos, de sus bocadillos y sus extremidades.
Ji, ji. McEwan es de los míos, de los que no sabemos mantener charlas de ascensor, de función fática pura. Rozamos la misantropía.

Disfrutó con los libros de su adolescencia, leyendo acerca de hombres libres y solitarios cuyos problemas eran los del mundo. Hemingway, Chandler, Kerouac.
Ahí le ha dao. Cierta raza de machos héroes no tiene nunca asuntos personales; esas son minucias y tonterías de mujeres. A ellos sólo les importan las palabras grandes y abstractas.

Ahora viene un bonito fragmento sobre el poder (¿simbólico?, ¿mágico?) de la palabra escrita.
Los hechizos escritos en torno al mortero del nigromante, las plegarias grabadas en las tumbas de los muertos, el impulso que sientes algunas personas de escribir obscenidades en lugares públicos, la tendencia de otras a prohibir los libros que las contienen y a escribir con mayúscula Dios, y la especial importancia de la firma escrita.

Este siguiente va sobre lo que os decía en el post anterior: la volubilidad de las presuntas verdades absolutas sobre la educación de infantes.
Había leído solemnes recomendaciones sobre la necesidad de atar los miembros de los recién nacidos para evitar autolesiones, sobre el peligro de dar el pecho y también sobre su necesidad física y superioridad moral; de cómo el afecto y los estímulos corrompen a un niño; de la renovación constante del aire; de la conveniencia de intervalos científicamente controlados entre comidas y, por el copntrario, de alimentar al bebé cuando tuviera hambre; de los peligros de coger a un niño en brazos cada vez que llora (eso le hace sentirse poderosamente peligroso) y de no cogerlo cuando llora (peligrosamente impotente); de los constantes cuidados maternos, día y noche durante todo el año, y también de la necesidad de amas de cría, niñeras o grarderías para todo el día; de las graves consecuencias de chuparse el dedo; de no parir a tu hijo con ayuda de manos expertas y bajo luces brillantes; de no tener el valor de tenerlo en la bañera de casa; de la demencia y la ceguera que provoca la masturbación, y del placer y consuelo que aporta a las criaturas en crecimeiento; el trauma causado en los niños que ven desnudos a sus padres y la perturbación crónica alimentada por extrañas sospechas si sólo los ven vestidos; y, más adelante, la despectiva demolición de todas estas modas.

De este fragmento sobre la tele no voy a comentar nada, porque me alargaría mucho. Disfrutadlo.
Acababa de inaugurarse un canal de emisión continua, financiado por el gobierno, especializado en concursos, anuncios y llamadas telefónicas. Stephen lo miraba con la petrificada paciencia del adicto. Los presentadores se parecían tanto entre sí que les cogió afecto. Eran gente profesional y aplicada. Y le gustaban las parejas dulces y vuelnerables que subían al escenario y nunca se soltaban las manos, las extravagantes fanfarrias y trompetas que anunciaban la aparición de una nevera y las azafatas casi desnudas y sus alentadoras sonrisas. Los espectadores, en cambio, le provocaban ataques de misantropía delirante, por su perruna predisposición a complacer al presentador, su facilidad para jalear, aplaudir y agitar banderitas de plástico; la docilidad con que se dejaban manipular. Resultaba sorprendente que el mundo se rigiese por los votos de esos retrasados de alma débil. Para Stephen, esos ratos televisivos (una pornografía democrática) eran los más placenteramente degradante que podía recordar.

Y, para acabar, un último pullazo. Me encanta.
Leía indiscriminadamente novelas de tamaño ladrillo, best-sellers internacionales, esa clase de novelas cuya auténtica finalidad es explicar cómo funciona un submarino, una orquesta o un hotel.


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martes, 17 de noviembre de 2009

Niños en el tiempo



Ian McEwan: The Child in Time, 1987
Niños en el tiempo, Anagrama 1989
Traducción de Javier Fernández de Castro
Edición de bolsillo en Compactos, 2009

Cuando Juanra Madariaga me recomendó a Ian McEwan, que en la foto está clavadito a David Carradine, yo le dije que no lo conocía de nada, pero eso no era del todo cierto, porque había visto una peli, Enduring Love, de Roger Michell, con Daniel Craig y Rhys Ifans, basada en una novela suya con el mismo título: Amor perdurable.

Amor perdurable y Niños en el tiempo, que es lo primero de McEwan que leo, comparten características que se repiten en otras obras suyas: un enfermo mental con un trastorno relacionado con el sexo y un científico que sin demasiado éxito intenta arrojar racionalidad sobre el caos. El gusto de McEwan por los asuntos "delicados" hizo que en sus inicios lo apodaran "MacAbro". La crítica habla de situaciones grotescas y claustrofóbicas, ambientes sórdidos y personajes con obsesiones perversas (¡Vaya! Habrá que leerlo). Pero ya en esta novela, en Niños en el tiempo, se ha suavizado un poco. Un poco.

De entrada, le tengo que agradecer a Niños en el tiempo que me haya aclarado por fin la afición a las prácticas masoquistas de los políticos conservadores ingleses. Sólo por ese dato revelador ya merecería la pena tragarse la novelita.

¿De qué va? Os cuento. En un futuro nada lejano y en un Reino Unido que lleva demasiados años gobernado por el Partido Conservador, la mendicidad es legal (así el Estado se ahorra las prestaciones sociales), la inversión en transporte público se considera un ataque a la libertad individual, a los funcionarios insumisos los juzgan y condenan por traición, sólo queda un periódico que no apoya activamente al gobierno y el clima está hecho unos zorros, aunque la culpa de esto, claro, no la tiene sólo Margaret Thatcher.

Stephen Lewis es escritor de libros infantiles; ha ganado con ellos mucha pasta y vive bastante bien en Londres con su esposa violinista y su preciosa hijita de tres años. Hasta que un día, en un supermercado, la niña desaparece y nadie vuelve a tener noticia ni rastro de ella.

Lo que sigue no es un relato de pesquisas policiales ni de investigación. No. Es una narración sabrosamente ácida y sorprendentemente adjetivada, que juega con y reflexiona sobre el tiempo (el caótico desarrollo del tiempo en los sueños; el tiempo aniquilado del sueño profundo; el tiempo infinito e incambiable de la niñez), la infancia (la robada, la perdida, la recuperada, la idealizada), la paternidad y lo voluble de las presuntas verdades absolutas en materia de educación. El hilo argumental salta hacia adelante y hacia atrás, sin romperse ni extraviarse en ningún momento, en la vida real e imaginada, delirada, de Stephen Lewis, trágicamente partida en dos el día en que perdió a su hija.

Las elucubraciones sobre el tiempo se ilustran con las aportaciones de una profesora de física, que es la científica mcewaniana de esta novela y ofrece un batiburrillo de física moderna, física relativista y ciencia poética que convierte a los chicos listos en mujeres sabias.

La novela tiene un arranque arrebatador. Luego pierde un poco el ritmo con unos episodios semioníricos que la ralentizan bastante y  no aportan demasiado al relato lineal, mucho más sólido y vigoroso.

Para remate, me gusta cómo imagina McEwan el futuro, con mendigos legales identificados con brazaletes, destrozos en el clima (primaveras asfixiantes y tormentas de nieve en el invierno londinense) y rocambolescas medidas de seguridad para los políticos. Y me choca que en ese futuro cercano el protagonista Lewis utilice máquinas de escribir y telefonee desde cabinas, sobre todo cuando leo que McEwan usa el procesador de textos desde 1985 y esta novela es del 87. Algo se escapa siempre a nuestra predicción.

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sábado, 14 de noviembre de 2009

Los Ángeles


Nunca he conocido a nadie que tuviera algo que hacer en el centro de Los Ángeles. A no ser que se tengan muchas ganas de ver Union Station, Olvera Street o la calle de los vagabundos y los tirados, el único motivo para aventurarse por los alrededores de las calles Sexta y Spring es curiosear en el mercado del oro al por mayor para joyeros o visitar Cooper Building para comprar ropa de diseño a precio de saldo. Por lo que afecta al resto, lo más sensato es pasar de largo a toda velocidad.

Sue Grafton: G de guardaespaldas.
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

Mi querida Kinsey exagera en esta breve guía de LA.
Es verdad que Los Ángeles no tiene centro, no tiene aceras. Es cierto que allí la bicicleta es una forma de suicidio.

Lo que sí tiene Los Ángeles, como bien dice Kinsey, son pobres y tirados. Igual que en la escena de Lo que el viento se llevó cuando Escarlata va a buscar al doctor a la estación de Atlanta, la cámara sube, se amplía el plano y vemos miles de heridos tumbados en el suelo. Los Ángeles tiene lo mismo, pero con cartones: cientos de personas viven en la puñetera calle a un paso del distrito financiero, del Walt Disney Concert Hall y del edificio de Pei que salen en todas las series televisivas. El noventa y cinco por ciento, negros. Y mira que no hay muchos negros en California. Mexicanos, en cambio, sí, a paladas. Pero negros, no muchos.

Los mexicanos invaden el centro los fines de semana. Aunque en la ficción era San Francisco, las escenas iniciales de Blade Runner, cuando Harrison Ford toma pescado en un puesto callejero, se rodaron en el Grand Central Market de Los Ángeles. Ahora apenas quedan chinos allá. Los mexicanos ocupan casi todos los puestos. Te puedes tomar una cervecita en sillas de plasticucho con un mariachi que te ameniza el trago.

Y en Broadway puedes recorrer decenas de esas alucinógenas tiendas de santería donde Se hacen limpias y amarres.

Claro, Kinsey dice eso porque ella vive en Santa Bárbara, una de las ciudades que más se asemeja a la idea común del paraíso. Pero yo soy de la Margen Izquierda de la ría de Bilbao, así que el centro de Los Ángeles me parece raro y exótico, sí, pero no exactamente un sitio del que salir huyendo.

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

"G de Guardaespaldas": Kinsey y el sexo

Predigo desde ahora que con el título de esta entrada, como dice Borja Pérez, la voy a petar: voy a obtener el récord de visitas en este humilde blogsito; visitas que, por supuesto, no durarán más de un segundo, pues enseguida verán que esto va de literatura y saldrán huyendo; iba a escribir "huyendo con el rabo entre las piernas", pero, dado el contexto, mejor no lo escribo.

Como digo, esto va de literatura, de Sue Grafton, de su Alfabeto del Crimen, de su protagonista, la detective Kinsey Millhone, y de la última letrita que ha salido en bolsillo, que es la G de Guardaespaldas.

La G es una de mis letras preferidas de la serie. Creo que escribo esto siempre que hablo de cualquier novela del Alfabeto, pero de verdad que así lo siento, qué le voy a hacer si me entusiasmo con casi todas.

Un puntazo de esta entrega es que aquí aparece el gran Robert Dietz, el guardaespaldas del título, uno de los grandes amores de la vida de Kinsey, la detective protagonista, que no es lo que se dice una tía enamoradiza ni hombreriega.

Las escenas de amor o sexo (llámenlo como quieran) no abundan en el género negro-policial. Hay autores,
como Lorenzo Silva, que las evitan a toda costa. Silva se refugia hábilmente en el pudor de su personaje narrador para no contar nada carnal. Y lo comprendo, porque se la juega, porque en tales circunstancias se camina por terrenos resbaladizos, alambrados, minados y con cocodrilos; porque es jodidamente difícil no caer, por un lado, en la ñoñez y en lo rosa manido y, por otro, en lo soez y en el mal gusto.

Grafton, sin embargo, lo hace requetebién. Leed, por ejemplo, cómo cuenta Kinsey que la golpea el deseo:

Sentía la lengua de la ansiedad subiéndome por las piernas, calándome la ropa, un sentimiento antiguo y misterioso como el mundo, el único antídoto de la humanidad contra la muerte.

Coincido con Grafton: siempre he pensado que el sexo es justo lo contrario de la muerte.

G de Guardaespaldas (G is for Gumshoe, 1990)
Traducción de Antonio Prometeo Moya
Tusquets Editores
Edición en Fábula: 2009

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lunes, 9 de noviembre de 2009

Ha vuelto a hacerlo


No contento con ganar, como ya os conté, el primer premio en el concurso de cortometrajes contra la violencia de género que organiza el Ayuntamiento de Mondragón, con Tres de azúcar, ahora va Jesús Cansino López y gana el premio de la sección temática "Femenino Plural" en la Muestra de Cortometrajes Ikuska de Pasaia (Guipúzcoa) con El trabajo de Sofía, al que pertenece la foto que os he puesto.

¿Y yo qué voy a decir? Pues que, por haber colaborado en la traducción de los subtítulos, acepto encantada otra vez el pedacirritito de premio que me toca y que voy a ir encargando el vestidazo pa la entrega de los Oscar.


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sábado, 7 de noviembre de 2009

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El tren patera


Últimamente los hispanos de Estados Unidos se me aparecen por todas partes, aunque no me debería extrañar, ya que son legión: Estados Unidos es el país del mundo con mayor número de hispanoparlantes; hace años que superó los cuarenta millones de España.

Se me aparecen, como digo, en la última entrega del Alfabeto del Crimen que ha salido en bolsillo; se me aparecen en los dominicanos de Nueva Jersey de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz (ambos libros próximamente en sus pantallas), y se me aparecen, sobre todo, en Sin nombre, la ópera prima de Cary Joji Fukunaga, que se ha llevado los premios a la mejor dirección y a la mejor fotografía en el Festival de Sundance de 2009.

Fukunaga nos cuenta la historia de los mexicanos que se van y la de los que se quedan. Los que se van no son sólo mexicanos, sino centroamericanos en general, más hombres que mujeres, que van a parar a la estación de La Bombilla, en Tapachula, Chiapas, al sur de México, de donde parte un mercancías que recorre el país enterito hasta la prontera con EEUU. La peli se convierte, pues, en un terrible film de aventuras, una especie de diez negritos agathachristieneano, pues desde el principio sabes que, de los que parten, no llegarán todos, que irán cayendo del tren por el camino, y no sólo en sentido figurado.

Pero Sin nombre también cuenta la historia de los que se quedan, de los que ingresan nada más y nada menos que en la terrorífica Mara Salvatrucha, la MS, que santifica casi todo lo malo de este mundo (la violencia, el odio a lo diferente, el sexismo más atroz) y obra el milagro de convertir en asesinos a niñitos de doce años.

En el film hay violencia, claro, y mucha. Sin embargo, no va hasta el fondo, se relame en toques estéticos y más que nada, se insinúa, pero ya así es suficientemente insoportable. Y bajo la miseria y la mugre brilla un poquito de cariño y de solidaridad; o sea, de esperanza.

Sin nombre
Dirección y guión: Cary Joji Fukunaga

México y USA, 2009
Interpretación: Paulina Gaitán (Sayra), Edgar Flores (Willy, el Casper), Kristyan Ferrer (el Smiley), Tenoch Huerta Mejía (Lil' Mago), Diana García (Martha), Luis Fernando Peña (el Sol), Héctor Jiménez (Leche)
Música: Marcelo Zarvos
Fotografía: Adriano Goldman

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sábado, 31 de octubre de 2009

Un pedacitito de premio


Jesús Cansino López es un portugalujo que vive en Andalucía y filma cortos. Uno de ellos, titulado Tres de azúcar, ha ganado el concurso de cortometrajes contra la violencia de género que organiza el Ayuntamiento de Mondragón.

Como servidora de ustedes ha colaborado con Jesús en la traducción de los subtítulos, se siente orgullosa de haber recibido un pedacitito, un pedacititito, un pedacirritito de premio.

Tres de azúcar muestra genialmente cómo es la violencia cotidiana, el machaque, el desprecio, el insulto, la tortura china de la gotita que cae y cae y te horada el cerebro y te lo anula; muestra lo que no suele aparecer en la tele, en la radio ni en los periódicos, pero lo cuenta muy bien el cine.

Jesús tiene otro corto, El trabajo de Sofía, sobre el mismo asunto.

Os pongo aquí un enlace para que veáis Tres de azúcar. Sin subtítulos, sorry.

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miércoles, 28 de octubre de 2009

Whatever works


Si la cosa funciona (Whatever works)
USA, 2009
Dirección y guión: Woody Allen.

Intérpretes: Larry David (Boris), Evan Rachel Wood (Melody), Patricia Clarkson (Marietta).

Se lo dije a Dante: tenía yo un mal pálpito con esta película. Estaba casi convencida de que, por primera vez en la historia planetaria, Woody Allen me iba a enfurruñar. ¿Por qué?

En primer lugar, pero no más importante, por el título. No me gusta Si la cosa funciona. Menos me gusta todavía que en el cartel en español ponga la Cosa, con mayúscula inicial, como queriendo dar importancia a un sustantivo vacío que no la tiene. Pero tampoco se me ocurre otro título mejor ni más apropiado. ¿Cualquier cosa que funcione quizás? No sé.

En segundo lugar, porque leí que era una adaptación de un texto de los 70 y me esperaba caspa y ranciedad. Luego no ha sido para tanto, aunque el toque setentero se le ve por otro lado mucho más cándido.

Y en tercer lugar, por esa obsesión con las jovencitas que padece el señor Allen. Tal fijación, como bien sabemos, traspasa los límites de lo creativo, me pone un poco de los nervios y constituye un buen asunto psiquiátrico.

Pero fui a ver la peli y el viejo Woody me convenció otra vez. Como a servidora de ustedes le encaja una descripción que le leí una vez a Ellroy y puedo decir que soy una de esas idealistas que creen que el mundo es básicamente un estercolero, me dejé seducir otra vez por sus bromas sobre Hitler (¿habéis visto qué de moda se han puesto los vídeos graciositos con el führer en Internet?), por sus neuras, por su misantropía feroz y por ese desesperado instinto de supervivencia que te lleva a apreciar cualquier cosa que funcione, lo que sea, cualquier pequeñez que te alimente un poco el alma y te haga una pizca feliz: una cancioncilla tonta, un color del cielo inesperado, una mirada burlona en una reunión muy seria o un chiste estúpido en un reality show.

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domingo, 25 de octubre de 2009

Nuestra propia sangre

Nuestra propia sangre se titula la novela de Mariano Sánchez Soler que ha ganado el XII Premio Francisco García Pavón de Narrativa que convoca el Ayuntamiento de Tomelloso. Tomelloso, como sabéis, no sólo es la localidad donde nació el novelista García Pavón, sino también el escenario en el que puso a vivir y a trabajar a su personaje el policía Plinio.
La novela me acaba de llegar a las manos (gracias, Mariano; gracias, Jesús), así que sólo he tenido tiempo de (h)ojearla un poco, pero ya os puedo contar que trata de una familia que se pone de acuerdo para matar al padre porque los machacaba a todos en varios sentidos (inevitable acordarse del caso de la dulce Neus, aunque el libro no lo nombra para nada), está narrada en primera persona de boca de los asesinos y viene editada por Rey Lear, que hace una cosa que me ha gustado mucho: en la página 6 del volumen, junto con el responsable del diseño y la edición técnica, Jesús Egido, y la autora de la ilustración de la portada, Victoria Martos, aparece también la correctora de pruebas, Pepa Rebollo. Una servidora, que es del gremio traductoril correctoril, agradece que se reconozca tal trabajo. Bien.

Y, de momento, nada más. Espero no tener que esperar a las minivacaciones de Navidad para poder disfrutar de su lectura. Ciao!

Nuestra propia sangre 
Mariano Sánchez Soler
XII Premio Francisco García Pavón de Narrativa
Rey Lear Editores, 2009

Actualización. En esta entrevista, a la que llego a través de La Balacera, Sánchez Soler explica que su novela no está basada en el caso de la dulce Neus, sino en el de la parricida de Ondara.


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jueves, 22 de octubre de 2009

Diez cosas que NO hago


¡Atención, meme!

Tomo este divertimento de la mano protectora del consultor artesano y me dispongo a escribir diez cosas que no hago. Desde que el artesano me lanzó el guante ha pasado un tiempecito, pero es que me ha costado juntar diez cosas. Cualquiera diría que hago de todo.
En fin. Allá van.

1.- No cocino.
2.- No cuido plantas, flores ni animales.
3.- No compro regalos ni recuerdos cuando viajo.
4.- No llevo fotos en la cartera.
5.- No me compro joyas, así que no tengo.
6.- No leo novedades literarias. Salvo honrosas excepciones.
7.- No veo la tele por la noche. Salvo que me dé el ataque agudo de insomnio.
8.- No fumo ni bebo, aunque no siempre fue así.
9.- No llevo faldas ni tacones. Salvo en honrosas y escasísimas ocasiones como la cabalgata de Reyes.
10.-No me maquillo todos los días.

O sea, que soy un monstruo.

Y ya sabéis: vuestro es el meme. Seguidlo si os place.

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lunes, 19 de octubre de 2009

Campanella-Jonquet connection: morbo y funcionarios

No conocía de nada a Eduardo Sacheri, que fue quien escribió La pregunta de sus ojos, la pieza literaria en la que se ha basado Juan José Campanella para crear El secreto de sus ojos. Ahora lo he gugleado un poco y ya sé algo más, he visto algunos cuentos suyos en la red y he comprobado cuán argentino es ese afán suyo de intelectualizar el fútbol. No he encontrado, en cambio, demasiada información sobre la novela que ha dado pie a la peli, así que no sé si el morbo y los funcionarios son obra suya o de Campanella.

Morbo y funcionarios. Parece mentira que se los pueda juntar en la misma frase, en la misma peli, en la misma novela. En principio son antitéticos, se repelen, se rechazan. A nadie le produce nada especial un juzgado, un ayuntamiento, un registro de la propiedad. Menos aún si son sesenteros: todo papel cosido con aguja, sin cables, sin pantallas, sin despachitos de diseño, con manchas de tinta en los dedos. Así y todo, Campanella en esta peli y Thierry Jonquet en muchas de sus novelas los han juntado, han hecho colisionar los planetas. Y con buenos resultados.

No podía dejar de pensar en Jonquet al ver el ambiente funcionaril de El secreto de sus ojos. He reconocido la rutina, el vacío, la vida llena de nada, esas existencias grises, un punto miserables y algo tronadas en las que de repente sucede algo oscuro que lo trastoca todo. O sea, que se mueven entre el mal rollo y el aburrimiento (¿tú qué eliges?). También me acordé de El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano, y sus impagables y absurdísimas escenas en el negociado.

Y cómo no pensar en Jonquet al final de la peli [cuidado, que espoileo un poco], concretamente en Tarántula y en su ambiente espeso, en la conciencia tormentosa y atormentada, en la obsesión, el piñón fijo que te ocupa la vida toda y te la envenena o te la salva, quién sabe.

Habría muchas más cosas que decir sobre la película, casi todas buenas. Guillermo Francella está espléndido: como es típico de Campanella, nos regala buenos diálogos, aunque (ya lo avanza en el título) quiere dar protagonismo a las miradas, que también son elocuentes. Esto provoca alguna escena forzada y traída por los pelos, que es lo único débil que le veo al filme. Hay alguna osadía técnica muy de agradecer (la escena del estadio me hizo decir "¡Guau!") y la historia de amor es original de verdad, con lo difícil que es decir algo nuevo en un asunto viejo como el mundo.

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viernes, 16 de octubre de 2009

Los sustitutos


Pertenezco a una secta secreta de admiradores/as de Bruce Willis. Bueno, ahora que lo he escrito, ya no será tan secreta, pero da igual. Yo me afilié cuando Luz de luna y desde entonces estoy obligada a ver todo lo que San Brus, patrón de los calvos, estrena en cines. De manera que el otro día me fui a los Capitol, con otros dos miembros de la secta cuya identidad no puedo desvelar, a ver Los sustitutos.

Cuando acabó la proyección, mis acompañantes, utilizando terminología propia de la crítica formalista rusa, calificaron el filme como "una puta mierda". Porque la secta es secta, sí, pero nos dejan decir lo que queramos. Y yo, que soy una tía culta y leída, repliqué: "Bueeenooo. No ha estao tan maaal." [Léase con acento de señora mayor de la Margen Izquierda]

Los sustitutos no supera a ningún telefilm de Antena 3 de esos tan apropiados para echarte un siestorro, pero como yo me había leído las críticas, me esperaba lo peor de lo peor y bueno, vaya, hombre, pues qué quieres que te diga, tira, vale, va.

A vueltas con la cuestíón de qué es mejor, la vida real o la virtual, Los sustitutos no va más allá del topicazo, pero a mí todavía me hace pensar, aunque no llegue a conclusión ninguna, así que, por favor, señoras y señores, si lo desean, entren al trapo.

En fin, que, como dice Möbius, viva el cine palomitero. Y yo, que soy más de jamones, chaskis y gominolas, ya voy encargando toneladas para ésta, 2012, de Ronald Emmerich, que me he encontrado en el blog de  Perem. Que lo disfruten.






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lunes, 12 de octubre de 2009

Minette Walters: "Ecos en la sombra"



No había leído yo nada de Minette Walters y tenía ganas, porque la suelen comparar con mi adorada Rendell. Así que vi en la biblioteca pública Ecos en la sombra y me lo agencié, a pesar de que me da un poquillo por saco esa tendencia a incluir en las traducciones de los títulos cosas que no están en el original y que siempre son "sombra", "muerte", "sangre" y así. Lo digo porque el título original de la novela es The Echo, a secas. Y, por si alguien no lo sabe, esa innovación titulera es cosa del márketing de las editoriales, no de los traductores, pobrecitos míos, que siempre se llevan las culpas y los improperios.

¿Qué os cuento de la novela? Pues lo primero, que me ha entretenido, lo cual quizás ya es mucho. Lo segundo, que no me ha arrebatado ni he apreciado en ella ninguna virtud literaria especial. Tiene morbo, intriga, cierto embrollo (¿por qué liarla con tanto desaparecido?), acumulación de personajes secundarios que se convierten en centrales, desparrame de accesorios sin interés y alguna que otra cosa que parece falta de coherencia. Por ejemplo, en principio no me trago que un chaval de catorce años ande suelto sin control parental ni institucional en el Londres de fines del siglo XX. Pero luego resulta que igual sí me lo tengo que tragar, pues le leo a Walters unas declaraciones en las que muestra su preocupación por el abandono de menores en la Inglaterra contemporánea, no cuando Dickens, y dice que ningún menor debería abandonar ningún centro semipenitenciario sin aprender a leer ni escribir. Toma cuarto mundo incrustado en el primero.

Leo también por ahí que Walters no hace series ni sagas, no repite detectives ni tiene personajes fijos; que le gusta estar pegada a la actualidad y no sólo construir tramas perfectas e irreales. Pues precisamente es ahí donde falla, en que el armazón del libro es débil, descansa sobre un vulgar whodunit, se le descuajeringa y, aunque no llega a desplomarse, puede que algún visitante lo abandone por si acaso.

En fin, que puede que recurra de nuevo a Minette Walters cuando necesite algo que me vacíe la cabeza y me acompañe sin exigirme esfuerzo en horas tontas de nocturnidad y fatiga.

Minette Walters: Ecos en la sombra
(The Echo, 1997)
Plaza y Janés, 1998
Traducción de Gemma Rovira Ortega

Minette Walters tiene 14 novelas publicadas, de las cuales 9 están traducidas al español. The Echo es la quinta. En 1998 la BBC la adaptó para la tele, con Clive Owen y Joely Richardson.

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martes, 6 de octubre de 2009

Holmes no se muere nunca

Hasta su propio creador, sir Arthur Conan Doyle, quiso matarlo y lo mató, pero lo tuvo que resucitar. El bueno de Doyle, que nació hace exactamente 150 años (happy birthday, darling), se murió sin saber que su personaje iba a revivir una y otra vez, una y otra vez, y no sólo en la literatura, sino también en el cine, en la tele, en los tebeos e incluso en su propio museo.

Ni siquiera pretendo enumerar aquí todas las reencarnaciones del señor Holmes, porque son numerosas cual guijarros en playa de guijarros. Me detendré, pues, en las más chuscas o en aquellas a las que tengo más cariño.

En cuanto a pelis, me quedo con El perro de los Baskerville, de Sidney Lanfield, que me amargó en razonable medida la infancia y ayudó a inocularme ya para siempre el virus este que me aqueja. Aunque, con todo respeto para el venerable Basil Rathbone, para mí Holmes tendrá siempre la cara de Peter Cushing, en la foto, enorme actor que lo mismo hacía un detective que un monstruo que Shakespeare que cositas de la Hammer tirando a ful.

Y guardo también un bonito recuerdo de Young Sherlock Holmes (El secreto de la pirámide, 1985), una especie de precuela que fantasea sobre los primeros pasos del investigador, muy recomendable para criaturas y con regalo sorpresa tras los títulos de crédito finales.

En cuanto a literatura, dos apuntes bizarros. El novelista Maurice Leblanc (1864-1941), creador del ladrón de guante blanco Arsène Lupin, pidió permiso a Conan Doyle para meter a Holmes en una de sus novelas. Como Doyle se lo negó, acabó publicando Arsène Lupin contra Herlock Sholmes.

Y más enfrentamientos. Otro francés, Bob Garcia, ha publicado recientemente Duelo en el infierno: Sherlock Holmes contra Jack el Destripador, una novela que, según leo, tiende a la parodia y que la crítica gabacha califica como "una agradable sorpresa".


Sólo unas letritas separan a Holmes de House (holmes -> home -> house) y muchas cosas los unen. House es una de las transmutaciones más brillantes de Holmes: un médico enfermo y drogadicto, misógino y misántropo genial, que sólo se interesa por enfermedades, nunca por enfermos, a los que desprecia, humilla, ofende e insulta con gran descaro, estupendos diálogos y excelente traducción al español. Como casi todo lo nuevo y bueno en televisión, House ha creado estela e hijos suyos podemos considerar a Shark y a Castle, aunque no igualen ni de lejos a su malvado papá.


Y, para terminar, volvemos al cine porque, ¡oh, felicidad!, en febrero de 2010 se prevé el estreno de Sherlock Holmes, la peli de Guy Ritchie con Robert Downey Jr. y Jude Law, los Holmes y Watson más guapos que en el mundo han sido.

De verdad te digo que no se muere nunca. Larga vida a Sherlock Holmes.


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viernes, 2 de octubre de 2009

Total Khéops



El título de esta novela está tomado del de una canción del grupo de rap marsellés Iam. Dicen "khéops" porque suena como "caos" y significa, pues, "caos total".

El escritor, Jean-Claude Izzo (1945-2000), era marsellés de pura cepa: de madre española y padre italiano. Marsella es la tercera ciudad francesa en población, detrás de París y Lyon; Izzo no quiere que sea un simple decorado para su novela y la convierte en un personaje más. Defiende su esencia portuaria, sureña, tercermundista y mestiza, abomina de lo turístico y lo parisino y lo hace por boca de su alter ego el policía Fabio Montale, confesamente inspirado en Pepe Carvalho, que conparte con Izzo valores, ideología y pedazos de biografía.

Fabio Montale, excelsa excepción, es un policía antirracista. La novela se detiene una y otra vez a reflexionar sobre la inmigración, un asunto que me interesa y me preocupa, porque veo a mi alrededor crecer el racismo como la mala hierba, bien abonada por la estupidez, la ignorancia y el interés por que el mundo siga dividido entre bwanas y esclavos. Para haceros una idea, podéis leer estas durísimas palabras que Montale dedica al indolente, a quien permite que la bola xenófoba siga rodando cuesta abajo y se haga cada vez más grande:

Ni atisbo de rebelión en sus ojos. Sólo odiaba a los más pobres que él,
a quienes presuntamente le quitarían el pan: árabes, negros, amarillos. Jamás a
los ricos. Era el típico francesito medio. Ciudadano del miedo.
(La traducción
es mía)

 Montale tiene, pues, muchos enemigos. No sólo tiene en contra a la mafia marsellesa, la pègre (1), sino que también ha declarado la guerra a taxistas y a hijos de sindicalistas rojos, militantes o simpatizantes del Front National de Jean-Marie Le Pen, que en los barrios obreros de Marsella empata a votos con el Partido Comunista Francés.

Montale no cree en el sistema que lo tiene a sueldo e infringe a menudo sus reglas, pero no en beneficio propio, sino en el de sus protegidos, en el de los débiles. Él mismo dice que cada vez es menos poli y más educador de calle. Tiene abundantes toques quijotescos y de desfacedor de entuertos. Es uno de esos tipos que sabe que ha perdido la partida antes incluso de empezar a jugar, pero hasta para perder hay que saber batirse.

Montale narra en primera persona, con frases muy muy cortas y sintaxis ligera. Le gusta la música (en la novela suenan, entre muchos otros, Calvin Russel, Paolo Conte y, por supuesto, Iam) y como a sus ilustres colegas, la buena mesa; si Montalbano tiene a Adelina, Montale tiene a Honorine, una vecina que fusiona como nadie todas las cocinas mediterráneas.

A Total Khéops (1995) le siguieron Chourmo (1996) y Solea (1998), que componen la trilogía de Marsella. En español están en Akal.
De Total Khéops hay peli (con la pobrecita Marie Trintignant) y de la trilogía completa se hizo también una serie de televisión, Fabio Montale, protagonizada por Alain Delon, que no es precisamente de la misma cuerda ideológica de Izzo.
También podéis visitar la página oficial del autor: http://www.jeanclaude-izzo.com/


(1) Voy a repasar los nombres de mafias que me sé. Ya he escrito que la marsellesa se llama la pègre. La siciliana, cosa nostra. La napolitana, camorra. La calabresa, ndrangheta. La china, tríada. La japonesa, yakuza. La rusa, vori v zakoni. Se admiten correcciones y aportaciones.
Actualizado con las valiosas aportaciones de Sonia



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martes, 29 de septiembre de 2009

Quentin Tarantino, Raisa Gorbachov y el señor del bigote


Dice por ahí la crítica que Malditos bastardos, de Tarantino, es una declaración de amor al cine. Yo estoy de acuerdo, pero preciso que Quentin declara su amor al cine europeo y añado que, de paso, a Europa en general.

Lo declara en la peli Shosanna Dreyfus (deliciosa Mélanie Laurent): "Esto es Francia. Aquí se respeta a los directores de cine." ¡Si lo sabrán Woody Allen y el propio Tarantino! Y nos presenta a los americanos como palurdos y paletos y a los europeos, en cambio, nazis incluidos, como políglotos y sofisticados y, además, empapados de cultura yanqui; se ve en la escena de la taberna, cuando juegan a adivinar personajes: lo saben todo acerca de King Kong y sacan a relucir a Karl May, un sajón que escribía novelitas de indios y vaqueros, aunque nunca pisó América, cuya obra es popularísima en Alemania.

Los únicos bastardos que manejan más de una lengua no son americanos, sino alemanes o británicos. Así que el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) los pluriemplea de intérpretes, con lo que tenemos la oportunidad de asistir a una escena bilingüe de ésas que el doblaje a menudo nos roba, en la que me hace mucha gracia descubrir a Gedeon Burkhard, el guaperas de Alerta Cobra.


Casualmente, como el día 20 se cumplió el décimo aniversario de la muerte de Raisa Gorbachov, Internet y las teles han desempolvado el celuloide añejo y he vuelto a ver a un viejo conocido: el señor del bigote. Aquí os lo he puesto en una foto, con Míjail y con Reagan en Moscú, en junio de 1988, en una esquinita. Siempre en una esquinita, o detrás, porque era el intérprete. Sin ser tan guapo como Burkhard, circulaba sobre él una leyenda: que era el único intérprete que llevaban los Gorbachov a todas partes, porque hablaba todas las lenguas.

Nunca he comprobado si tal leyenda tiene algo que ver con la realidad, porque me gustan las leyendas. Y las fábulas, los cuentos,  la historia-ficción que se tira de cabeza al anacronismo, y los desparrames creativos del tipo Qué hubiera pasado si... Por eso y por más cosas seguiré viendo a Tarantino.

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viernes, 25 de septiembre de 2009

Las alas de la esfinge



Si no fuera porque nos consta que Montalbano es un macho machote, diríamos que está menopáusico: hay que ver qué emotivo, qué llorica, qué sentimental se nos ha puesto en esta última entrega. Tiene ya cincuenta y seis tacos, no es ningún chiquillo, y en su vida personal arrastra décadas de discusiones y mosqueos con la antipática de su novia Livia. Pero ahora parece que la relación ha tocado fondo. Alguna vez tenía que ser.

En cuanto al caso que investiga, como decían las Tacañonas, qué alegría, qué emoción, ha habido repetición. ¿Por qué? Porque otra vez tenemos a una veinteañera despampanante muerta, como en Ardores de agosto. Y es que ya hasta para morirse, hasta para que te maten hay que estar buena. Empiezan a tocarme las narices tantos cadáveres femeninos desnudos o semidesnudos, con maquillaje, escotazo, minifalda y tacones, como aparecen, por ejemplo, en CSI Miami. Algunos blogs feministas americanos empiezan a hablar de necrofilia y otras palabras feas. Pero, bueno, vamos a dejarlo por hoy y volvamos a la novela.

La cosa es que Montalbano está, como digo, ñoñete, pero también más socarrón, payaso, zarzuelero e histriónico que nunca. Y acompaña esa actitud con diálogos gamberros, muy bien traducidos, y reflexiones en las que reparte estopa, con sutiles alusiones, eso sí, contra el cavaliere y sus leyes sobre la legítima defensa, contra el primer (o ex primer) ministro ruso y, sobre todo, contra el tráfico de seres humanos. Ya leí no hace mucho unas declaraciones de Camilleri sobre el turismo sexual que me arrancaron aplausos. Ahora sigue por el mismo camino, dándole vueltas al asunto de la explotación sexual, la prostitución y sus matices. Y, ya de paso, también se queja de la abundancia de cadáveres y la repetición de las noticias en los informativos televisivos, de la toponomástica siciliana y del maltrato a los inmigrantes en los campos de concentración; perdón, centros de acogida.

Disfrutad de este último Montalbano, que, aunque espero no ser profética, ya no vendrán otros muchos.


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