Sí leo best sellers
A menudo debo contestar a esta pregunta:
¿Qué pasa? ¿Que no lees best sellers
? Pues he aquí la prueba de que sí: he leído
Perdida, de
Gillian Flynn, que se ha vendido mucho.
Y, de paso, me explico: que un libro se venda mucho o poco no me dice nada sobre su cualidad literaria. Es accidental e irrelevante.
No leo lo que preveo que no me va a gustar. Con tanto para leer como hay por el mundo, ¿para qué voy a perder el tiempo con algo que de entrada no me atrae? Prefiero apostar por lo que creo que sí me va a gustar, aunque a menudo me equivoque, claro.
Perdida, de Gillian Flynn, supuse que me iba a gustar. La recomendaba mucha gente de la que me fío y me la recomendó especialmente mi querido
Calamarin, así que una tarde tonta de verano recalé en una librería, la vi en una estantería y la compré. Sin más.
No todo es bueno
Confieso que las primeras páginas no me convencieron. Por un lado, el tono me resultaba irritante; no sé cómo definirlo: ¿listillo?, ¿arrogante? Por otro, los protagonistas eran demasiado intensos para un comienzo. La traducción, además, es floja: abusa de las pasivas y del verbo "soler".
Así y todo, confié en la historia, avancé unas paginitas y algo me atrapó, me retuvo y me mantuvo bastante entretenida, lo cual, en mi caso, ya es mucho decir, pues cada vez me cuesta más encontrar libros que me enganchen. ¿Qué fue? Quizás la construcción de la narración: precisa, artimética, puede que demasiado medida, pero sin duda eficaz.
¿Sólo cuela si lo dice una psicópata?
Lo que más me ha llamado la atención de
Perdida es que su autora ha tenido que vestir el disfraz de una psicópata, se ha tenido que parapetar en una identidad ficticia, para soltar verdades como puños sobre la estupidez humana y las relaciones de dominación. Y no sé qué pensar de ello.
Gillian Flynn me ha convencido, eso sí, de que todas y todos llevamos un(a) psicópata dentro y me ha enseñado cuán frágiles nos hace la vanidad: las y los vanidosos son (¿somos?) fáciles de aplacar; solo hay que decirles y demostrarles continuamente que son superiores al resto de los mortales.
Se me ocurre, pues, que la gente verdaderamente peligrosa es la que carece de vanidad, porque, si no tienen ese punto débil difícilmente tendrán otro y no habrá por donde pillarlos. Yo conozco a algunas personas así, que no necesitan halagos ni palmaditas en la espalda. Dan verdadero miedo.
Gillian Flynn:
Gone Girl (2012)
Perdida
Roja y Negra 2013