Le oí
decir a Sue Grafton hace unos años, en Barcelona, que siempre intentaba no
repetirse, ensayar algo nuevo en cada novela y, claro, como el Abecedario del
Crimen ya toca a su fin (¡oh, dioses!, ¿qué haré tras leerme la Z?, ¿empezar de
nuevo por la A y releer todas las novelas, una tras otra, por siempre jamás?),
tiene que experimentar con las técnicas narrativas y en V de Venganza hace algo que nunca hacía en sus primeras novelas y
empezó a hacer hacia la S de Silencio,
si mal no recuerdo: intercalar capítulos en los que no aparece la protagonista,
la investigadora privada Kinsey Millhone, y se relacionan solo remotamente con
ella.
Así,
aparecen varios personajes, en apariencia inconexos, que luego acaban encajando
en la historia que investiga Kinsey. ¿Y qué investiga esta vez Kinsey? Pues
algo que nos resulta a todos familiar: una red de delincuentes que roba
artículos de lujo y los vende en otros países. Nos resulta familiar porque nos
enfrenta a nuestras conciencias: esa tendencia nuestra rácana y cutre de ir
tras los mejores precios nos lleva a consumir productos robados, esto es, a
alimentar a mafias de delincuentes, o productos baratos fabricados en serie “en
algún país donde no se aplican las leyes de protección laboral de menores”.
Otra
cosa nueva de V de Venganza es que
uno de estos personajes periféricos nos ofrece por primera vez una descripción
de la investigadora Kinsey Millhone vista por ojos ajenos. En todas las novelas
es frecuente que Millhone, según narra en primera persona, nos hable de su pelo
o su ropa. Aquí, como digo por vez primera, nos la presenta un narrador
omnisciente en tercera persona que nos da el punto de vista de un personaje:
Una mujer
joven salió de la cabina: vaqueros, jersey negro de cuello alto y un gran bolso
de piel blanda. Dante la miraba absorto. Rondaría la treintena, más niña que
mujer en su opinión. Tenía los huesos pequeños y una desgreñada mata de pelo
oscuro que seguro que se cortaba ella misma. Ojos de color avellana y nariz
ligeramente torcida. Dante vio que la mujer había recibido algún que otro
golpe.
A pesar
de las novedades y de esa inquietud de Grafton por ofrecernos siempre algo nuevo,
Kinsey Millhone sigue encerrada en la década de 1980, un tiempo en el que las
fotos solo se podían ver una vez reveladas y los formularios se rellenaban a
máquina. Sigue también, gracias al cielo, con la lengua tan afilada como
siempre y nos regala pasajes como estos:
La miré
detenidamente, disfrutando de la aversión que me provocaba. Observar a alguien
que te cae mal es casi tan divertido como leer una novela malísima: es posible
experimentar un placer malsano con cada párrafo descabellado.
A las tres
de la tarde comenzó el éxodo de vehículos de lujo que fueron desfilando uno a
uno colina abajo desde la Academia Climping. Cuando yo iba al instituto,
viajaba en transporte público. En aquellos tiempos, los adolescentes no
gozábamos de derechos ni sentíamos que los mereciéramos. Sabíamos que éramos
ciudadanos de segunda, completamente a merced de los adultos. Había chicos que
tenían coche propio, pero no era lo normal. Al resto ni se nos ocurría
quejarnos. Aquellos jóvenes que pasaban ante mí, más que mimados, parecían
ajenos a lo afortunados que eran.
El agente P.
Martínez era alto y corpulento. Iba equipado de pies a cabeza con todos los
complementos reglamentarios: placa, cinturón, arma enfundada, porra, linterna,
llaves y radio. Era como un ejército de un solo hombre, dispuesto a enfrentarse
a lo que fuera, con un equipo completo de objetos disuasorios contra
malhechores. Todos esos cacharros confieren un aire sexy a un hombre. A una
fémina, en cambio, solo le hacen parecer más gorda. Me sorprende que haya
mujeres que se presten de manera voluntaria a ofrecer semejante aspecto.
Tu marido es
abogado. Todos sus amigos lo son y, si no, conocen a otros abogados cuyo único
objetivo en esta vida es impedir que los bienes conyugales acaben en manos de
mujeres como tú.
La
siguiente novela del Abecedario del Crimen será la W, de la cual todavía Grafton
no dice nada en su web (www.suegrafton.com). Ni siquiera avanza el título,
que ya supongo que dará problemas a su traductora; a no ser que hable de
wolframio.