Tenía especial curiosidad y especiales ganas de ver esta película, porque es de Almodóvar y yo siempre he sido muy de Almodóvar, y porque está basada en una novela que me gusta mucho de un autor que me gusta mucho: ya sabéis,
Mygale (en español,
Tarántula, Ediciones B), de
Thierry Jonquet.
La piel que habito se estrenó a mediados de agosto en Francia, donde Jonquet es (era: ya murió) mucho más conocido y, sobre todo, publicado (entre otras cosas porque era francés, claro, de París, para más señas), y servidora de ustedes se ha leído todas la críticas gabachas de la peli que ha podido pillar en el internés.
¿Qué decían esas críticas? Pues sobre todo me quedé con la advertencia de que cualquier parecido con la novela original era pura chiripa. No me extrañó leerlo: Almodóvar ya había dejado irreconocible
Carne trémula, de otra de mis favoritas,
Ruth Rendell.
El hombre coge un texto literario que le gusta, compra los derechos y se pone a inventar, retocar, añadir, arrancar, retorcer, tergiversar, estrujar... Es lo que hago yo a veces con mis traducciones (las que no cobro, claro, las de
por amor al arte de la distorsión), así que no se lo reprocho, sino que se lo aplaudo y agradezco. Además, la novelita de marras se las trae (¿la habéis leído?, ¿no? ¡hacedlo!), es ya de por sí bastante desparrame y bastante audaz y se presta a desparramar un poquito más. Ya puestos, total...
Con esa idea en la cabeza, a la espera de encontrarme algo solo remotamente parecido a
Mygale, me planté, pues, en el cine y hete aquí que levanto la espada y emprendo una cruzada contra toda la crítica cinematográfica francesa en pleno (no soy chula yo ni nada), porque
esta piel es mi mygale; vaya que lo es.
La peli tiene una primera parte que sí se separa de la novela, pero luego, a partir del
flashback, recupera la senda jonqueana y, ¡qué casualidad!, entonces la empiezo a apreciar más. No dejan de gustarme, sin embargo, los añadidos, los toques almodovarianos de la historia, puesto que le dan
lustre y emoción. De hecho, me ha emocionado la vuelta total de tornillo, el retorcimiento entero de la historia de Agrado, la de
Todo sobre mi madre, que se había convertido en lo que quería ser, porque
La piel nos habla precisamente de quienes se convierten en lo que otros quieren que sean, de quienes cambian el envoltorio y algo más porque por todas partes les dicen que no pueden ser como son.
Y ahora ya voy a decir por qué me gusta La piel. Porque se atreve con un batiburrillo de géneros (fantástico, ¿horror?, ¿policial?, melodrama) y le mete, por un lado, aunque en menor medida que en otras pelis, añadidos chuscos de una frivolidad extrema y, por otro, de una hondura abisal (la identidad, el cuerpo como prisión, la transformación sexual, el deseo, la manipulación, la anulación del otro, la bioética, las relaciones ambiguas como en Átame, buff), con una actitud a la vez transgresora y moralizante.
Me gusta que no confíe todo el peso de la trama a las revelaciones fulminantes; habría sido facilón y vulgar y habría aumentado las posibilidades de meter la pata. En vez de eso, las gestiona con prudencia y sin aparatosidad, cuelan in medias res como si nada. Esa es, al menos, mi impresión; pero, claro, yo me había leído la novela. ¿Habría sido lo mismo de no haberla leído?
Volviendo a la novela y para terminar, la mayor diferencia que le veo con la peli es que Almodóvar le da a la peripecia (inverosímil, delirante y perfectamente construida en ambos textos) un sentido que en el papel no tenía: Almodóvar recita
un mantra muy tierno por la libertad individual, por la pervivencia de lo propio, a pesar de las tragedias que nos obligan a habitar una piel que no es la nuestra.