Robert Mussche creía firmemente que
lo que mueve el mundo es el amor; tuvo tres grandes amores.
Amó a sus dos hijas, que curiosamente se llamaron igual. La primera fue Karmentxu Cundín, la
niña de la guerra, la
exiliada de Bilbao que Robert acogió en su casa de Gante. La segunda fue su hija biológica Carmen Mussche, a quien bautizó con el mismo nombre de su primera hija en un intento lírico de recuperarla, pues Robert perdió el rastro de Karmentxu una vez que la dictadura franquista obligó al retorno, en bastantes casos involuntario, a muchos de los niños y niñas repartidos por Europa.
El otro amor de Robert fue su esposa Vic Opdebeeck, a quien quiso
profunda y desapasionadamente, porque Robert era idealista, intelectual, sentimental y nada pasional. Para Robert la belleza y la bondad iban de la mano y tenía sus propias ideas sobre lo erótico:
─ Pero, Robert, ¿no te parece hermoso el erotismo oscuro de Klimt? ¿No te seduce esa Judith fuerte y poderosa y su desnudez arrogante?
─ Yo prefiero otro cuadro de Klimt, Las Amigas, porque su erotismo tiene más que ver con el sosiego.
Finalmente, el gran amor de Robert, ese amor ideal que siempre persiguió, fue su amigo Herman, su compañero inseparable de juventud.
Herman publicó un libro sobre su relación con Robert y eso provocó el
distanciamiento entre los dos amigos; algo frecuente en literatura. Lo mismo le pasó décadas después en otro continente a
Jaime Bayly cuando publicó
No se lo digas a nadie, que mucha gente se vio reflejada en los personajes y no le gustó su imagen más o menos distorsionada. Así, para disculparse escribió años después
Los amigos que perdí.
El amor de Robert hacia Herman siempre fue descompensado: Herman siempre se llevó la mejor parte; desde el principio, porque Herman era de familia rica y Robert de familia pobre, hasta el final, porque Herman sobrevivió a la guerra y sobrevivió también a la muerte y al olvido, ya que tuvo una carrera literaria con el seudónimo de
Johan Daisne.
Robert siempre amó mucho más de lo que lo amaron. A pesar de que toda la novela es un canto a los afectos, deja entrever un anhelo que no se acaba de colmar:
El amor humano nunca es simétrico. Ni entre amigos ni entre amantes. Ningún amor es justo jamás.
La traducción y la adaptación de los fragmentos citados son mías.
En español, Lo que mueve el mundo, Seix-Barral 2013
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