Al señor Beigbeder,
Frédéric Beigbeder, yo no le conocía yo de casi nada. Leí hace años su novelita
13,99 euros, no me volvió loca de entusiasmo literario y no le di otra oportunidad. Ya para entonces le había visto
famosear mucho, pero mucho mucho, en las revistas francesas. Me consta que escribe artículos en varias publicaciones, pero yo solo me lo he encontrado en fotos de fiestuquis con tías medio en bolas y un copazo en la mano.
Debo confesar que me turra su pose estética, como de hijo de Carolina de Mónaco, y ese rollo de "nací rico y guapo y vivo de puta madre; no es culpa mía". Por eso, por ver si cambiaba de opinión, por dejarme de prejuicios y porque me lo trajeron cerca de casa, me pasé (con retraso, lo confieso) por la Sala BBK a ver qué se contaba en la entrevista que le hizo
Mercedes Abad, que estuvo
estupenda, con motivo de
La Risa de Bilbao, segunda semana internacional de literatura y arte con humor.
Como os dije cuando hablé de Ibáñez, os vuelvo a decir aquí que me habría gustado poneros una foto de la entrevista, pues en todas hacen
una puesta en escena muy maja, pero durante las sesiones no permiten hacer fotos y las que hacen los medios autorizados no están disponibles en la red. Me gustaría saber por qué.
Monsieur B. dijo cosas como estas.
Un libro es una cita amorosa entre autor y lector.
Es un gran placer descubrir autores por uno mismo, sin que nadie te los recomiende. Es un placer ególatra y esnob que te hace sentirte diferente, pero así es como se descubren las vanguardias y el underground, todos esos autores y obras que están de moda sin tener éxito. Yo aprecio la calidad de ese lector egoísta y esnob.
Yo no pretendo escribir libros graciosos, pero me dicen que los míos lo son. En cambio, sí me gusta leerlos. Me gustan esos relatos que mezclan melancolía e ironía, de loosers magníficos que disfrutan contándote cómo se han arruinado la vida. Creo que ahí está la fuente, el origen de la literatura, en la elegancia de personajes que emocionan; en los relatos de antihéroes, de caballeros que confunden molinos con gigantes. Es difícil ser héroe hoy en día. Por eso los americanos han inventado al superhéroe.
En el cine el humor está mejor identificado. No cuesta nada calificar un film de comedia. En literatura, en cambio, no sería tan aceptable calificar un libro como "de humor" o "de risa", pues una novela, por ejemplo, lo abarca todo y las clasificaciones simplifican y empobrecen. Además, un libro así clasificado de entrada no sería prestigioso nunca.
El humor y la diversión siempre son sospechosos; hay quien los cree reñidos con la intelectualidad.
Pasé dos noches en comisaría, en compañía de varios indocumentados a los que iban a expatriar. En una celda no hay relojes, no hay televisor ni nada que leer, así que me dio por pensar lo diferente que era mi vida a la de aquellos jóvenes de Ghana con los que compartía celda. Pensé, pues, en mi vida, decidí escibir mi infancia y de ahí nació mi novela "Un roman français". Se lo debo, pues, a la policía francesa.
[En El País Semanal del domingo 25 de septiembre, José Ovejero, en su artículo "Los escritores delincuentes", sobre su libro "Escritores delincuentes" (Alfaguara), se mofaba del señor Beigbeder y calificaba de "extremo ridículo" que promocionara su novela explicando con solemnidad "cómo le había influido su estancia en prisión; había pasado nada menos que 48 horas en prisión provisional". Y esto, claro, resulta ínfimo en comparación con las bestias pardas que cita en su artículo, con crímenes de sangre y décadas en el talego.]
La generación de nuestros padres vivió la guerra, sí, pero en su existencia alcanzó
cada vez mayor libertad. Nosotros, en cambio, cada vez tenemos más prohibiciones, menos confort, mayor protección. Es cierto que ahora nos matamos menos en el coche, de acuerdo, pero me temo que hemos hecho desaparecer el
savoir vivre francés. Hay belleza, hay civilización, hay también buena cocina en Francia, pero también hay cierta uniformización: cada vez es todo más igual, con las mismas tiendas en todas partes.
Las novelas sirven para algo: para aprovecharnos de la experiencia de otras gentes y vivir vicariamente experiencias que de otra manera no tendremos jamás. Podemos aprender mucho de las novelas. Yo, por ejemplo, de
J.M. Coetzee he intentado memorizar pasajes hermosísimos, palabras bonitas para decir a una chica e intentar seducirla.
He aquí la fórmula para organizar
la fiesta perfecta: mucho alcohol; muchos invitados en un local pequeño, para dar sensación de estrechez; música de la década de 1960, conmigo de DJ; y quizá exigir disfraces, pues las máscaras hacen que los desconocidos se relacionen entre sí.
[El señor Beigbeder también es pinchadiscos y, al parecer, posee una empresa que organiza fiestas. Lo del local pequeño con mucha gente fue justo lo contrario de lo que ocurrió el día de esta entrevista en Bilbao: un local enorme (la Sala BBK, el antiguo cine Gran Vía decentemente rehabilitado) con apenas un tercio de ocupación. No es conocido ni popular Beigbeder por estos lares, no es la estrellita rutilante y mediática que es en Francia, y me pregunto por qué, pues su literatura, al menos lo poco que conozco, es muy para todos los públicos, entretenida y con todos los ingredientes para venderse bien.
Sobre la fiesta perfecta añadió otras condiciones, terriblemente sexistas, que no repetiré aquí porque no me da la gana y porque una no solo es responsable de lo que dice, sino también de lo que repite.]
Espero que el libro de papel y el e-book lleguen a coexistir en armonía, pero me temo que
el papel quedará para una élite, para bibliófilos, para una clase privilegiada y la pantalla, en la que la literatura deberá compartir espacio con la música, la imagen, etc., quedará para los pobres. Todo esto traerá consigo una desmaterialización del libro y no me gusta, pues opino que la desaparición de los objetos culturales nos empobrece y que el progreso a veces resulta inquietante. Por decir esto me han tachado de reaccionario, por hablar de
la dictadura del progreso; y es que no comparto esa idea de que la técnica sea progreso y de que el progreso sea esencialmente bueno. En fin, la novela está amenazada por la técnica, porque, antes de leer una novela, tendremos que consultar nuestro correo electrónico, el Facebook, el Twitter, etc. y leer novelas quedará al final de la lista de todos esos quehaceres teconológicos.
¿Tú crees que ahora me cae mejor?