martes, 28 de abril de 2009

Rudo y Cursi


No estoy definiendo a nadie, es que la peli se titula así. La habría captado mejor si hubiera entendido la mitad de los diálogos (¿por qué no subtítulos?), pero, pese a colegir poco más que pinche, chinga, pendejo y güey, me han hecho reír estos dos tontos muy tontos.

Los nuevos ricos son una especie por lo general denterosa. Yo he conocido en mi puñetera vida a alguna gente que se ha adinerado de la noche a la mañana gracias a los bares de copas o las ventas con comisionazas (por no aventurar negocios al margen de la ley), pero a nadie le vi la fragilidad, los pies de barro, la vanidad absoluta de estos dos. Rudo y Cursi se hacen querer; no dejan nunca de ser lo que son: un par de paletos con dificultades para vocalizar que se deja llevar, exactamente igual que el resto de los humanos, por bajas pasiones como el juego, los coches caros o los amantes vistosos.

No os perdáis el gran hit de Tato Cursi Quiero que me quieras - I want you to love me, que también tiene english version, y no me odiéis si se os mete en el cerebro y luego no hacéis más que cantar Quieeeeero queee me quieraaaas...



Y una pregunta se me ocurre: ¿México es de verdad así o exageran las películas?

Rudo y Cursi
Dirección y guión:
Carlos Cuarón.
Países:
México y USA.
Año: 2008.
Interpretación: Gael García Bernal (Tato "Cursi" Verdusco), Diego Luna (Beto "Rudo" Verdusco), Guillermo Francella (Darío "Batuta" Vidali), Dolores Heredia (Elvira), Adriana Paz (Toña), Jessica Mas (Maya), Salvador Zerboni (Jorge W.), Tania Esmeralda Aguilar (Nadia), Joaquín Cosío (Arnulfo), Alfredo Alonso (don Casimiro).
Producción: Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y Frida Torresblanco.
Música: Felipe Pérez Santiago.

Ficha copiada de www.labutaca.net.


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sábado, 25 de abril de 2009

Tres novelitas

En mi arrastrada existencia, del sofá a la cama y de la cama al sofá, he hecho algo más de lo que os conté: me he leído tres novelitas.

La primera es la última de Petros Márkaris y su policía Kostas Jaritos, Muerte en Estambul, que serviría también como guía turística de la ciudad. Original, incisiva y pedagógica, me ha ilustrado sobre la reciente historia de Grecia y Turquía, lo poco bien que se llevan y sus minorías religiosas y étnicas (griegos en Turquía -me invento un paréntesis dentro de otro paréntesis para decir que Márkaris sabe de esto, pues él mismo es uno de esos griegos de Estambul que tuvieron que regresar a Grecia; ¿por qué? os leéis el libro-, turcos en Alemania -y hete aquí que ya tenemos las tres culturas y las tres lenguas de Márkaris: griego, turco y alemán), casi todas con parecidos problemas. Y es que el racismo, además de perverso, es aburrido y machacón: los mismos argumentos casposos, las mismas mentiras, idéntica estupidez en todas partes.

La segunda me llevó no muy lejos, a Sicilia, a visitar de nuevo a Salvo Montalbano en medio de los Ardores de agosto. La novelita es también la última de la serie de Montalbano que ha publicado Andrea Camilleri y es breve y ligerísma, socarrona como la que más, tiene diálogos frescos y chispeantes y una trama con todos los ingredientes morbosos y atrapantes que quieras: corrupción política, mafia del ladrillo, turistas sexuales cabronazos que se van a follar menores descaradamente al tercer mundo y lo intentan de tapadillo en el primero, y el asesinato de un bellezón. A la macizorra muerta le queda viva una hermana gemela igual de despampanante y Montalbano, que ya tiene cincuenta y cinco tacos, ve tambalearse su férrea lealtad a la antipática de su novia Lidia. ¡Uyuyuyuy! ¡Aayayayay!

Y en tercer lugar cayó una novelita (bueno, por la extensión, novelorra) de 1984 de Ruth Rendell. La encontré en una marrravilloooosa tienda de segunda mano que han abierto hace poco cerca de mi casa. Es La muñeca asesina. No pertenece a la serie del inspector Wexford, sino que es de las que yo llamo "de psicópata", aunque en ésta hay casi sobredosis de chalados: dos oficialmente zumbaos y un puñadito de otros más con comportamientos digamos peculiares. Rendell me ha subsumido, como siempre, en su universo, con sus descripciones de la periferia londinense y los trapitos de mal gusto de las inglesas, las cabezas como ollas a presión de los chinados, tan parecidas a las nuestras, el metro, los autobuses, el clasismo británico tan terrible. Me ha metido en su mundo y yo no quería salir, porque me gustaba refugiarme en esas calles de Londres y olvidarme de mí.


martes, 21 de abril de 2009

Decaigo


Un poco menos vestida que la Decadente de Casas, me arrastro envuelta en no sé qué estado carencial e invadida por un cansancio, un fatigón, una languidez, una somnolencia, una galbana, una pereza, una vagancia, una gandulería que me ha impedido cualquier quehacer productivo, acercarme al teclado, leer, escribir y casi comer, y sólo me ha permitido, gracias al cielo, ojear el periódico, pasear, pasear, pasear y charlar tooooda una hermosa tarde frente al mar con Calamarin.
Así que pido disculpas y prometo tomarme algo y espabilarme.
¿Será la maldita astenia primaveral?

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jueves, 9 de abril de 2009

Gran Canaria


He pasado unos días en la isla de Gran Canaria.

La excusa han sido las Jornadas de Presentación del Clúster de Turismo de Canarias.

He conocido gente estupenda. He comido requetebién. He profundizado en mi relación, hace años iniciada, con la ciudad de Las Palmas y (estaba escrito) me ha enamorado; para siempre, quizás.

Me he dejado también seducir por Gáldar (¡por fin he entrado en La Cueva Pintada¡) y por Teror.

Incluso he llegado a tiempo, como muestra la foto, de ver la puesta de sol en Maspalomas.

Ahora me voy unos días a Alicante. Mis próximas letras serán desde allí.
Besos, gente.


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lunes, 6 de abril de 2009

Kinsey, Grafton y las nuevas tecnologías

Ya nos dijo Grafton en Barcelona que a ella no le iban esos investigadores tipo CSI con tanto caharrito, maquinita, gafas naranjas y lucecita verde. Por eso ha decidido que a su detective Kinsey Millhone la va a encerrar en un bucle temporal que no saldrá de los años 80, de manera que seguirá llevando moneditas en el bolso para telefonear en las cabinas, porque nunca usará móvil. Tampoco utilizará nunca Internet y será para siempre una detective clásica que se ganará la vida observando y haciendo preguntas y deberá ser muy paciente con el fax.

A modo de ilustración, os adapto un fragmentito de "T de trampa" en el que Kinsey se enfrenta a las nuevas tecnologías. Dice así:

Su salón parecía la exposición de una tienda de informática. Había ocho ordenadores en marcha, conectados mediante una maraña de cables que serpenteaban. Yo había oído los términos "disquete" e "intro", pero no tenía ni idea de qué significaban.
-Deduzco que vende o repara ordenadores -le dije-.
-Un poco de cada. ¿Usted qué tiene?
-Una Smith-Corona portátil.
-Más le vale ponerse al día. Está perdiendo el tren. Llegará un día en el que los ordenadores lo harán todo.
-Me cuesta creerlo. Me parece poco probable.
-Los niños de diez años dominarán estas máquinas y usted estará a su merced.
-Es una idea deprimente.
-No diga que no se lo advertí.
Me marché pensando: "Conque niños de diez años, ¿eh? ¡Por favor! ¡Un poco de seriedad!"

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jueves, 2 de abril de 2009

T de trampa


Pues ya me lo he leído, señoras y señores. Y ¿cómo es?, preguntarán ustedes. Pues es diferente. Las últimas entregas de la serie, R de rebelde y S de silencio, ya incorporaron ciertas novedades: saltos al pasado, fragmentos en tercera persona sin que estuviera Kinsey presente, delitos incruentos... Ya nos contó Grafton en Barcelona, y lo repite en las entrevistas, que se esfuerza especialmente por no escribir la misma novela dos veces y que quiere que cada libro sea único.

Pero, ¿en qué consiste la diferencia de T de trampa? En que no comienza con un crimen de esos que hacen portada; no se trata de un asesinato, ni de un robo espectacular; no es una violación, ni un secuestro, ni una desaparición. Es que un anciano se cae; vive solo, apenas tiene amigos y su pariente más próxima es una sobrina que habita el otro extremo del continente. Un problema de esos tristes y cotidianos, de los que todo el mundo ha conocido o vivido. Así, Grafton casi se pasa a otro terreno, explora nuevos territorios y asume riesgos también nuevos.

En T de trampa no corre la sangre hasta el final del libro, pero la tensión, el miedo cortante, la obsesión de la sospecha, las mentiras hábilmente tejidas para envolver a la víctima, la ira, la rabia y la impotencia construyen una novela escalofriante.

La detective Kinsey Millhone sigue tan divertida y simpática como siempre, mantiene ese algo especial que la hace conectar tan fácilmente con las lectoras y lectores. Y la mala de la novela, su enemiga en esta entrega, la temible Solana Rojas, está a su altura: es una impostora canalla y sin escrúpulos ni empatía que se permite, sin embargo, el lujo de moralizar y ser despectiva con el prójimo. Una auténtica sociópata, vamos.

Dice Grafton que escribe estas novelas para "descifrar el código de los criminales". No sé si lo habrá conseguido, pero, mientras persevera en el intento, nos hace pasar muy buenos ratos.


Leed también, por fa, lo que escribió Peke sobre el libro.


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