martes, 26 de junio de 2012

600


El País (diciembre de 2011): La investigación en ciencia y tecnología sufre un recorte de 600 millones.


RTV (enero de 2012): España alcanza su récord absoluto de parados: 5.237.600.
 
La Vanguardia (febrero de 2012): Las universidades catalanas despiden a más de 600 profesores.

El País (mayo de 2012): Alrededor de 600 detenidos en Montreal durante la protesta estudiantil contra la subida de las tasas universitarias.

El Universal (junio de 2012): Acapulco espera 600.000 visitantes este verano.


Y esta es mi entrada número 600. Va por ustedes.

miércoles, 20 de junio de 2012

Mar de fondo


A Patricia Highsmith la he leído siempre desordenadamente: una novelita suelta por aquí; años después otra que me han prestado por allá; luego una que tenía por casa… 

Ahora ha caído en mis manos por casualidad Mar de fondo (Deep water, 1957) y me ha dejado el mismo buen sabor de boca que todas sus novelas (y también las pelis). Según la leía, me he encontrado a mí misma a menudo exclamando: “¡Pero qué buena es esta tía!”. 


Y otra casualidad: el sábado 16 de junio, en Babelia, Rosa Montero publica un articulito titulado "Las mujeres matan más" y dice que "la monumental Patricia Highsmith (...) es una/uno de los grandes escritores del siglo XX." En el artículo Rosa Montero le da caña a esa idea tonta de que las mujeres somos seres angelicales, como ya hice yo en un post antiguo.

Mar de fondo tiene por protagonista a un asesino psicópata. Pero es un asesino psicópata de los buenos: un tipo afable, de impecables modales, ciudadano ejemplar, apreciado en su comunidad, padre devoto, hombre refinado y cultísimo… Como esposo no le van tan bien las cosas, pero la culpa es toda de su mujer, Melinda, un personaje tremendo, bovaryano, de esos que Highsmith construye tan bien: superficial, borrachina, hombreriega, nada maternal, nada amiga de sus amigas… Es una mujer que desprecia a las demás mujeres, que ni siquiera sabe de qué hablar con ellas; se resiste a ser lo que esperan que sea.

Volviendo al asesino, a su marido, Vic, resulta curioso que mate “queriendo sin querer”. Mata a alguien a quien odiaba sin saber que lo odiaba. Creía simplemente que lo despreciaba y se descubre odiándolo y queriendo matarlo precisamente cuando lo mata, en cuanto tiene ocasión de hacerlo.
Sabe también que, si de repente frena ese impulso inicial de matarlo, no sucederá nada, todo quedará en un susto, en una broma desagradable. Pero no lo hace, no se detiene y “sin querer queriendo” lo mata.

Todo esto sucede en una pequeña y plácida población americana, en una suburbia ideal, con niños, jardines, piscinas y cenas entre parejas y eso hace que todo resulte más siniestro.

En fin, que, dado lo bien que me lo he pasado, me propongo leer a Highsmith enterita, por riguroso orden cronológico y como Dios manda. Y os lo contaré todo, claro.

jueves, 14 de junio de 2012

V de Venganza


Le oí decir a Sue Grafton hace unos años, en Barcelona, que siempre intentaba no repetirse, ensayar algo nuevo en cada novela y, claro, como el Abecedario del Crimen ya toca a su fin (¡oh, dioses!, ¿qué haré tras leerme la Z?, ¿empezar de nuevo por la A y releer todas las novelas, una tras otra, por siempre jamás?), tiene que experimentar con las técnicas narrativas y en V de Venganza hace algo que nunca hacía en sus primeras novelas y empezó a hacer hacia la S de Silencio, si mal no recuerdo: intercalar capítulos en los que no aparece la protagonista, la investigadora privada Kinsey Millhone, y se relacionan solo remotamente con ella.

Así, aparecen varios personajes, en apariencia inconexos, que luego acaban encajando en la historia que investiga Kinsey. ¿Y qué investiga esta vez Kinsey? Pues algo que nos resulta a todos familiar: una red de delincuentes que roba artículos de lujo y los vende en otros países. Nos resulta familiar porque nos enfrenta a nuestras conciencias: esa tendencia nuestra rácana y cutre de ir tras los mejores precios nos lleva a consumir productos robados, esto es, a alimentar a mafias de delincuentes, o productos baratos fabricados en serie “en algún país donde no se aplican las leyes de protección laboral de menores”.

Otra cosa nueva de V de Venganza es que uno de estos personajes periféricos nos ofrece por primera vez una descripción de la investigadora Kinsey Millhone vista por ojos ajenos. En todas las novelas es frecuente que Millhone, según narra en primera persona, nos hable de su pelo o su ropa. Aquí, como digo por vez primera, nos la presenta un narrador omnisciente en tercera persona que nos da el punto de vista de un personaje:
 
Una mujer joven salió de la cabina: vaqueros, jersey negro de cuello alto y un gran bolso de piel blanda. Dante la miraba absorto. Rondaría la treintena, más niña que mujer en su opinión. Tenía los huesos pequeños y una desgreñada mata de pelo oscuro que seguro que se cortaba ella misma. Ojos de color avellana y nariz ligeramente torcida. Dante vio que la mujer había recibido algún que otro golpe.

A pesar de las novedades y de esa inquietud de Grafton por ofrecernos siempre algo nuevo, Kinsey Millhone sigue encerrada en la década de 1980, un tiempo en el que las fotos solo se podían ver una vez reveladas y los formularios se rellenaban a máquina. Sigue también, gracias al cielo, con la lengua tan afilada como siempre y nos regala pasajes como estos:

La miré detenidamente, disfrutando de la aversión que me provocaba. Observar a alguien que te cae mal es casi tan divertido como leer una novela malísima: es posible experimentar un placer malsano con cada párrafo descabellado.

A las tres de la tarde comenzó el éxodo de vehículos de lujo que fueron desfilando uno a uno colina abajo desde la Academia Climping. Cuando yo iba al instituto, viajaba en transporte público. En aquellos tiempos, los adolescentes no gozábamos de derechos ni sentíamos que los mereciéramos. Sabíamos que éramos ciudadanos de segunda, completamente a merced de los adultos. Había chicos que tenían coche propio, pero no era lo normal. Al resto ni se nos ocurría quejarnos. Aquellos jóvenes que pasaban ante mí, más que mimados, parecían ajenos a lo afortunados que eran.

El agente P. Martínez era alto y corpulento. Iba equipado de pies a cabeza con todos los complementos reglamentarios: placa, cinturón, arma enfundada, porra, linterna, llaves y radio. Era como un ejército de un solo hombre, dispuesto a enfrentarse a lo que fuera, con un equipo completo de objetos disuasorios contra malhechores. Todos esos cacharros confieren un aire sexy a un hombre. A una fémina, en cambio, solo le hacen parecer más gorda. Me sorprende que haya mujeres que se presten de manera voluntaria a ofrecer semejante aspecto.

Tu marido es abogado. Todos sus amigos lo son y, si no, conocen a otros abogados cuyo único objetivo en esta vida es impedir que los bienes conyugales acaben en manos de mujeres como tú.

La siguiente novela del Abecedario del Crimen será la W, de la cual todavía Grafton no dice nada en su web (www.suegrafton.com). Ni siquiera avanza el título, que ya supongo que dará problemas a su traductora; a no ser que hable de wolframio.

domingo, 10 de junio de 2012

Virginie Despentes: "Apocalypse Bébé". En los límites


Ese sintagma preposicional (“en los límites”) se puede aplicar a Virginie Despentes en varios sentidos. Yo ahora me refiero a su novela Apocalypse Bébé (Éditions Grasset & Frasquelle 2010), que recibió el premio Renaudot en 2010 (en 2011 lo recibió un viejo amigo de este blog: Limonov, de Emmanuel Carrère); la misma contraportada de Apocalypse Bébé  lo dice: se trata de un relato a medio camino entre el polar y el road book

Voy a arrimar el ascua a mi sardina y os voy a contar qué tiene Apocalypse Bébé de negra, policiaca o criminal. La protagonista es Lucie Toledo, una detective precariamente empleada en la agencia Reldanch (chandleR), a la que las cosas profesionalmente no le van bien:

Hoy en día cobro lo mismo que hace diez años. Y sé que la próxima vez que me encuentre sin trabajo, seré ya una mujer madura sin cualificación profesional. Por eso me aferro a este empleo como si mi vida dependiera de ello.

(La traducción y la adaptación son mías)


Ni siquiera en su propia agencia está Lucie bien considerada, de manera que solo le encargan trabajos de vigilancia de adolescentes de cada vez menos años. Ahora, por encargo de su terrorífica abuela, vigila a Valentine Galtan, una quinceañera ninfómana, adicta a la cocacola e hiperactiva, y lo hace con tan mala suerte y tan poca pericia que la mocosa le da esquinazo en el metro.

Pero no hay mal que por bien no venga, pues ahora Lucie sube de categoría y ya pasa a buscar a una desparecida.

Seguiremos informando.

lunes, 4 de junio de 2012

Párrafos selectos de "I de Inocente"

El barrio entero parecía la personificación de la pusilanimidad.
¡Ji, ji, ji! Solo a la perversa de Grafton se le ocurre llamar a todo un barrio pusilánime. Pero es terriblemente gráfico y efectivo. ¿A que sí?

Bajó la voz y adoptó ese tono imperioso que se emplea con los perros extraviados y las mujeres.
Me encanta cuando se pone maligna.

Divorciarse está resultando un mal negocio para las mujeres últimamente. Por cada hombre que afirma que ha sido víctima de una tunanta, conozco a seis, ocho, diez mujeres esonómicamente estafadas.
Pues me alegro de que lo digas, Kinsey, querida, porque el folclore popular va en otro sentido, en sentido contrario al de la realidad, para ser exacta.

He comprobado que los ricos se dividen en dos clases: los que tienen mucho dinero y los que tienen mucho más.
Así es. A los pobres nos sorprenden los casos de ricos que estafan y delinquen por dinero, porque pensamos que deberían contentarse con lo que tienen. Pero no: comparados con Bill Gates, son pobres y, como decía Wallis Simpson, "Nunca se tiene suficiente dinero ni se está suficientemente delgada".

El lujo es una carga que solo las mujeres hermosas pueden soportar con firmeza.
A veces se pone en un plan que parece Coco Chanel.