Me pregunto si no es también el título de la novela una contradicción
in terminis, si al heroísmo no le corresponde
per se la indiscreción, la popularidad, el ruido.
¿Y por qué me lo pregunto? Porque en esta novela de Vargas Llosa, que
he disfrutado como una bestezuela,
todo es doblez, enfrentado y contradictorio.
Empezando por la típica estructura dual vargasllosiana de dos relatos que discurren paralelos y se comunican mediante transvasitos pequeños, y siguiendo por todo lo demás, pues en
El héroe discreto todo es uno y lo contrario; todo puede transformarse radical y repentinamente.
El héroe, por ejemplo, don Felícito, además de discreto, es villano: una bellísima persona capaz de engañar a su esposa durante décadas y de soltarle a su hijo las verdades más crueles que Lituma ha oído jamás. Su mujer, doña Gertrudis, pasa de puta a beata y de muda a parlanchina. Su amante, la dulce Mabel, es indómita y sumisa a la vez.
Y así con todos: don Rigoberto es un peruano que trabaja en seguros, pero tiene alma de artista europeo; Fonchito es ángel y diablo en uno; Ismael es un cabal hombre de negocios capaz de las mayores insensateces; Armida es al mismo tiempo humilde criada y dama multimillonaria.
No hay certezas. Parafraseando a Greg House,
todo el mundo engaña: los hombres a las mujeres; las mujeres a los hombres. Y, por encima de mujeres y hombres,
dos embustes descomunales nos embaucan a la humanidad entera: la religión (la grande y la pequeña, la vaticana y la popular, en todas sus variantes, desde Bergoglio a la Beata Melchorita) y los medios de comunicación, capaces de hacernos tragar
mentiras como puños.
Pero no queda ahí la cosa: existe todavía un embuste mayor;
la madre de toda patraña, la gran fábrica de espejismos, la que alimenta a todas las demás falacias: la literarura, la ficción.
Tenemos, pues, un montón de opciones, multitud de versiones en las que creer o no creer. Que cada cual elija el engaño que mejor le ayude a vivir.
Mario Vargas Llosa
El héroe discreto
Alfaguara 2013