jueves, 31 de marzo de 2011

Elogio de las playas atlánticas en invierno



Qué delicia de playas desiertas, salvajes, azotadas por vendavales y lluvias.
He salido a correr (bueno, en realidad troto) por las mañanas con un viento de mil demonios
y una llovizna fina que te motea las gafas y te deja ciega.
Me he cruzado a unas tres personas y dos perros en el recorrido.
Cómo me gustan estos pueblos fantasmales en invierno.
No los quiero en agosto, con marabunta de familias perfectas y criaturas rubias guapísimas,
como engendradas todas por julio iglesias.
Si algún día me decido a escribir algo más largo que un post,
para no distraerme con el mundanal rüido,
me vendré a Capbreton en noviembre o febrero,
a que me coma el muermo
y la humedad,
a pasear bajo la tormenta como las locas
y a aburrirme vitalmente.

jueves, 24 de marzo de 2011

Liz Taylor y La semilla inmortal

Hoy me tocaba publicar en Zinéfilaz y me podía haber apresurado en poner algo sobre Liz Taylor, pero como vais a tenerla hasta en la sopa, mejor sigo con mis libros de cine, aunque, eso sí, Liz, querida, donde quiera que estés, te envío un cariñoso saludo y te deseo que la tierra te sea leve.

Así pues, he publicado en Zinéfilaz una entradita sobre La semilla inmortal (Los argumentos universales en el cine), un trabajo de Balló y Pérez que sigue la pista a los grandes relatos mitológicos hasta verlos desembocar en el cine contemporáneo.

Pasaos, plis, por Zinéfilaz a leerlo. Ciao!

domingo, 20 de marzo de 2011

Anjel Lertxundi y el crimen perfecto

La expresión "crimen perfecto" nos hace pensar en esa literatura en la que el motor de la trama es la obsesión por librarse de alguien sin dejar rastro. 

Como el buen sentido natural exige que el criminal no quede nunca impune (El criminal nunca gana se titulaba una serie radiofónica que escuchaba mi madre hace cincuenta años, tras el "parte" de las diez de la noche), el fundamento del género consiste en decirnos que el crimen perfecto no existe, que el criminal siempre deja algún rastro, que la ley siempre encuentra un hilo del que tirar hasta dar con él.

Y así sucede porque el investigador tiene memoria. Si el crimen perfecto existiera, aunque sólo fuera en la ficción, quedarían patentes la incompetencia y la amnesia de los investigadores y de los lectores.

Sin embargo, en las páginas de la historia, miramos para otro lado, queremos olvidar el horror, dar la espalda a la injusticia y abolir la memoria. La literatura moraliza cuanto trata del crimen perfecto. La historia, en cambio, nos muestra otra cosa: que los crímenes perfectos existen, y son muchos. Ahí está, por ejemplo, la enorme sábana de silencio con la que España cubre a las víctimas de la Guerra Civil o el trato que dispensamos a las de la violencia de nuestros días: no conviene despertar los odios, mejor no mirar hacia atrás y pasar página.

Así, con la excusa de no verter vinagre sobre las heridas, convertimos en perfecto el crimen más chapucero.

El crimen perfecto de la historia no lo cubre la habilidad del criminal para no dejar rastro, sino el malestar que nos produce el no ser capaces de mirar a los ojos a las víctimas. Y aplicamos la terapia del olvido a la pesada carga de la memoria.

Anjel Lertxundi: Eskarmentuaren paperak
La traducción y la adaptación son mías.
Esta obra también se ha publicado en castellano, con el título Vida y otras dudas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Patricia

Llevo unos cuantos años participando como jurado en un concurso literario para jóvenes y una de las cosas que más me divierten de esta labor, que es de verdad muy gratificante, es jugar a adivinar quién ha escrito las obras premiadas (1): ¿de dónde será?, ¿qué estudiará?, ¿cuántos años tendrá exactamente? y, sobre todo, ¿es una chica o un chico?

Esto último a veces salta a la vista. Otras, no. Suele suceder que quienes más talento tienen, claro, consiguen engañarme, producen mejores piezas, se llevan los premios y me hacen siempre pensar en Patricia Highsmith. ¿Por qué? Pues porque siempre he creído que no había nada femenino en su obra o, al menos, seré humilde, yo no he sabido descubrirlo nunca. Sospecho, en fin, que doña Patricia se esforzaba por que nadie notara que su obra estaba escrita por una mujer.

Lo he sospechado siempre, desde que en mi infancia me deslumbrara Extraños en un tren. Hace tiempo que no leo nada de ella y debería retomar algo para corroborar o desechar para siempre esta sospecha, pero entre tanto, y antes de que haya llegado a mis manos la biografía ("definitiva", dicen) de Joan Schenkar que acaba de salir en español, la comparto con ustedes y hago un poco de psicología de garrafón con la buena de doña Patricia (le voy a quitar el apellido, porque tiene una ortografía que se me resiste), a ver si su vida y milagros me dan alguna pista sobre el asunto.

Mary Patricia Plangman nació en Texas, pero vivió desde muy niña en Nueva York. Mantuvo siempre una relación tensa y complicada con su madre y con su padrastro, Stanley Highsmith, de quien tomó el apellido, que la dejó bastante marcada, pues todavía con cuarenta años escribió un cuento, "The Terrapin", en el que un joven (no una joven) asesina a su madre.

Una década antes había publicado la novela El precio de la sal, una historia de amor entre dos mujeres con un happy end insólito para la época, pero no lo había hecho con su propio nombre, sino bajo el seudónimo de Claire Morgan. Treinta años después, en los 80, la reimprimió con el título de Carol y descubrió que era ella la autora. Para entonces ya todo el mundo sabía que Patricia Highsmith era lesbiana.

Cuenta Andrew Wilson en la biografía Beautiful Shadow que también fue alcohólica y que nunca tuvo una relación sentimental duradera, ni siquiera, como se creyó, con la novelista Marijane Meaker, que todavía vive.

Los últimos años de su existencia los pasó Patricia en el Ticino suizo, con una asistente española, Elena Gosálvez, que luego fue editora en Planeta y no sé si lo seguirá siendo. Vivían en una casa que había diseñado la misma Highsmith. Allí guardaba más de cien cuadernos con sus diarios, escritos desde los quince años, que, corregidme si me equivoco, creo que todavía no se han hecho públicos.

En los Estados Unidos nunca consideraron a Highsmith una escritora de literatura mayor y nunca la publicaron en tapa dura. Qué cazurros. Por eso, unos años antes de morir, pasó la gestión mundial de toda su obra a la editorial suiza Diogenes.

De Patricia siempre se ha dicho que era misántropa o que era misógina. Yo creo que era las dos cosas, porque su misantropía incluía la misoginia. Y a la pregunta de ¿se puede ser misógina y lesbiana? hay que contestar que sí, que se puede. Y no me hagáis dar nombres.

En fin, llegada a este punto, veo que no he desentrañado ningún misterio sobre mi admirada Patricia, pero he disfrutado mucho con el chascarrillo. Vaya una cosa por la otra.



(1) Las obras las leemos "limpias", sin ninguna indicación sobre su autoría. Lo digo porque tengo que oír a menudo que "todos los certámenes literarios están amañados". ¿Todos? No. Este en el que yo participo, no.

domingo, 13 de marzo de 2011

True Grit


Antes de ir a París ya conocía París: hice un primer viaje con Pío Baroja. Antes de ir a Italia ya conocía Italia: por allí anduve, en compañía de Stendhal. En ambos casos tuve la ocasión de comparar lo que había leído con lo que luego vi con mis propios ojos. Y esa primera mirada física siempre retuvo parte del encanto de la anterior mirada literaria.
Hay muchas ciudades, en nuestros mapas sentimentales, que identificamos con calles, olores y colores imaginarios.
Anjel Lertxundi: Eskarmentuaren paperak

La traducción y la adaptación son mías.
Esta obra también se ha publicado en castellano, con el título Vida y otras dudas.

Si hay algo en esta vida que me dé ganas de viajar, además del letal aburrimiento cotidiano, eso es el cine. Me quedo casi siempre en la sala hasta el final de los títulos de crédito, para ver más que nada dónde se ha rodado la película. Es algo que ya me obsesiona, porque lo hago incluso con los anuncios de la tele: mirar y remirar a ver si reconozco el paisaje, la ciudad o lo que sea.

Así que comprenderéis fácilmente que me haya quedado colgada de los parajes de Texas y Nuevo México (por cierto, a quien corresponda: se pronuncia "tejas" y "méjico") que fotografían los hermanos Coen en Valor de ley.

Porque hay que ver cómo miman los Coen los paisajes de su América profunda, qué bonitas y rebonitas sacan las praderas, las estepas, las llanuras, los desiertos, los bosques. Qué preciosidad de cielos, de nieve, de estrellas de mentirijillas.

Ya os he dicho alguna vez que no me gusta el western, pero he sucumbido a la épica clásica de un jinete que dispara con dos pistolones mientras galopa y a los ojos azul piscina del ranger de Texas.

Además, los Coen son demasiado listos como para no darse cuenta de que, sign of the times, tienen que aligerar la testosterona y por eso eligen una historia con niña encantadora, marisabidilla, redicha y repipi que se convierte en una impresionante señorita Rottenmeier de un solo brazo y cabeza bien alta, bien digna, que insulta rápido y fuerte y tarda mucho mucho en desaparecer en el horizonte mientras me hipnotiza la voz de Iris Dement.



Valor de ley (True Grit), USA, 2010
Dirección: Joel Coen y Ethan Coen.
Interpretación: Hailee Steinfeld (Mattie Ross), Jeff Bridges (Rooster Cogburn), Matt Damon (LaBoeuf), Josh Brolin (Tom Chaney).
Guion: Joel Coen y Ethan Coen; basado en la novela de Charles Portis.
Producción: Scott Rudin, Ethan Coen y Joel Coen.
Producción ejecutiva: Steven Spielberg, Robert Graf, David Ellison, Paul Schwake y Megan Ellison.

Canción: Leaning on the Everlasting Arms (Iris Dement)

jueves, 10 de marzo de 2011

Alternativas a la hoguera

¿Te has comprado un e-book, te has cargado en él varias bibliotecas nacionales y ahora te sobran libracos?
¿Te compras todo lo que te da a la vista y acabas con la casa llena de garbanzadas?

Sé que alguno de esos es tu caso, pero no pasa nada, hermana. Ahí te van varias ideas para reinventar y reutilizar tus libros.

Alicia Martín te sugiere tirarlos por la ventana.


David García te propone o una rueda o noria para pasear o descansar.



Y Richard Hutten te hace coloridos muebles.

En fin, que, como dice Ray Bradbury, hay más de una manera de quemar un libro. Una pena que no lo supiera Santo Domingo de Guzmán, según pintaba Berruguete.


lunes, 7 de marzo de 2011

Otras cuatro de Petra Delicado (y 8)

Para acabar (de momento) esta serie dedicada a Delicado, quiero volver sobre algo que dice en Nido vacío que me hizo pensar en la distinción de Dominique Manotti entre novela policial y novela negra.

A mí no me gustan demasiado las divisiones tajantes porque me cuesta ver los límites, las separaciones, nunca tengo claro dónde está la línea divisoria y, además, sospecho que tras las taxonomías pululan como virus dañinos un montón de prejuicios.

Así y todo, la distinción de Manotti no me pareció del todo mal. Os la recuerdo. La daba en la entrevista que traduje para la revista .38 y decía así

Para mí, una novela policial comienza con un crimen, con un atentado contra el orden, con un escalofrío de miedo para el lector, y termina cuando un policía descubre al culpable y se restablece el orden. El mensaje está claro: queridos lectores, podéis dormir tranquilos, pues la policía os protege. La novela policial es literatura de evasión, con distintos grados de violencia.

La novela negra es algo muy diferente. Nos dice que la condición natural de nuestra sociedad es el desorden bajo una apariencia ordenada. Y que no puede haber final feliz. Casi nunca.
 La distinción teórica, como digo, me parece bien: es respetuosa, clara, firme y desprejuiciada. (Bueno, la novela negra también puede ser de evasión, ¿no?) Lo que pasa es que luego hay problemas para adjudicarla. Por ejemplo, ¿dónde clasifico Nido vacío? Hay un "malo" y una policía que lo detiene, pero que sabe que sucede esto:

Ni siquiera cuando resolvamos este caso habrá el más mínimo trazo de esperanza. ¿Sabes qué encontraremos? Un rincón de podredumbre humana, de miseria moral, de maldad gratuita, de ignorancia. Haremos limpieza ahí, pero surgirá lo mismo en otro lado. Mientras existan seres humanos no hay solución.

Entonces, ¿Nido vacío qué es? ¿Novela negra o policial?

PD. Hablando de límites, me ha apetecido poner el cartel de la película Frontière(s).

domingo, 6 de marzo de 2011

Otras cuatro de Petra Delicado (7)

Al comienzo de Nido vacío, parece que Petra ha conseguido por fin la paz vital que siempre anda buscando. Hasta se atreve con una definición de la felicidad:
La felicidad consiste en tener un buen carácter: sereno, equilibrado y humilde. Eso, mezclado a la carencia total de aspiraciones, arroja un cómputo infalible: no se es desgraciado, sinónimo más aproximado en este mundo perro de ser feliz.

Pero ¿qué pasa cuando alcanza esa especie de nirvana? Pues que se aburre, que no le gusta, que siente la inevitable necesidad de meterse en líos, de complicarse la vida y va y se casa. ¿Y con quién? Con un doblemente divorciado, como ella, y con cuatro hijos.

Le he leído a Giménez Bartlett en alguna entrevista que, cuando casó a Petra, recibió quejas de muchas lectoras que se sentían traicionadas, ya que habían convertido a Petra en un icono de la defensa de las mujeres singles o solteras. Giménez argumentaba, muy sensatamente, diciendo que le daban demasiada importancia al hecho de tener o no pareja, que el matrimonio es circunstancial y accidental, no esencial, y que una mujer es siempre la misma sea cual sea su estado civil: soltera, casada, divorciada, viuda o monja.
Esto me recuerda, cómo no, al final de la serie de televisión Sexo en Nueva York. Una amiguita se me quejó de que una serie que supuestamente era una exaltación de la soltería femenina acabara con todas sus protagonistas casadas o emparejadas.Yo no estoy tan de acuerdo, pues aquel final distaba mucho de ser un happy end, no tenía nada de se casaron, fueron felices y comieron perdices, las chicas estaban viviendo situaciones que no habían previsto en sus sueños de idealidad. 

Y lo de Petra, además, ni siquiera es un final, porque me queda por leer el que de momento es el último libro de la serie, El silencio de los claustros, donde por fin parece que Petra establece contacto directo con su soñada vida conventual.  Me da mucha pena que se me acabe la serie, pero para consolarme picaré con Donde nadie te encuntre, la novela por la que le han dado a Giménez Bartlett el Premio Nadal, no por el premio en sí, que me la refanfinfla bastante, sino porque esde Giménez Bartlett y porque, para qué negarlo, me da morbito la historia de una maqui hermafrodita.


jueves, 3 de marzo de 2011

Otras cuatro de Petra Delicado (6)

Vamos con la última novelita de estas cuatro que me he leído. Es Nido vacío, de 2007.

Si os digo de entrada que en esta entrega Petra Delicado se ocupa de un caso de pornografía infantil, ya os imaginaréis que la novela de risa, lo que se dice comedia, no es.  La misma Petra Delicado tiene la sensación de enfrentarse a lo diabólico, a la maldad absoluta.

Pero no es tal. No está el propio Satán metiendo los cuernos y el rabo en estos asuntos, sino seres humanos muy vulgares. Resulta que los niños y niñas explotados en pornografía suelen ser hijos de madres prostituidas, todos en manos de las mismas redes que surten de humana carne fresca clubes de alterne como uno que tengo en my backyard.

Pero ¡ojo!, que antes fue la demanda que la oferta:
Que hubiera tantas mujeres sufriendo de pobreza que emigraran y se dedicaran a la prostitución me parecía lamentable. Lo que no podía concebir es que aquella legión femenina encontrara clientes. ¿Tantos hombres empleaban sus servicios? ¿No era aquello propio de un país tercermundista? Nada de eso. Luxemburgo importa putas más que cualquier otro sitio. Y ya ves lo que hay allí: organismos de la Unión Europea y bancos. Es decir, ejecutivos de alto nivel y gente con pasta. Algunos acuden a los burdeles a las cuatro de la tarde: esos son los casados.

Petra se extraña y se escandaliza ante este panorama, alguien la llama "puritana" y ella contesta:
No creo que sea divertido que existan putas. Y dudo de que haya muchas putas ricas.
En fin, que de aquellos polvos vienen estos lodos y que, como decía, de madres traficadas, niñas y niños explotados y desvalidos, que contrastan dolorosamente con nuestras criaturas, las del otro lado, las de nuestro mundo, absurda, estúpida y ridículamente protegidas.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Otras cuatro de Petra Delicado (5)

Vamos con unos parrafitos selectos de Un barco cargado de arroz. ¿Hace? Resulta que casi todos giran en torno al envejecer y no me han quedado nada alegres.

Nadie cumple los cuarenta años indemne.
Esta frase me encanta. Así es, para ese día en que cumplimos los cuarenta todos llevamos una zanja excavada en el corazón.

Esta expone con toda su crudeza la miseria de envejecer.
Los adultos vivimos de pequeñas manías deleznables.
Lo crudo de esto es que esas mezquindades las vemos en cabeza ajena y que nuestras manías nos parecen lógicas, racionales y justificadas.

Madurar significa contener el narcisismo.
Sobre esta no he reflexionado todavía lo suficiente.

El realismo es la aceptación de la fealdad de la vida.
Bueno, en fin, la belleza está sobrevalorada y lo feo también puede ser placentero.

martes, 1 de marzo de 2011

Otras cuatro de Petra Delicado (4)

En Un barco cargado de arroz (2004) el asesinado es un vagabundo, un sintecho. Empiezo por el final para deciros que Un barco llega a la misma conclusión aterradora a la que llegaba Las llaves de la calle, de Ruth Rendell: la gente que no tiene casa, que vive en la calle, no es de otro planeta, no viene del infierno, sino de una familia vulgar y corriente, como la tuya y como la mía, pero la vida se le quebró y se le fue en picado. Como aquella señora a la que unos niñatos pegaron fuego en un cajero automático de Barcelona. La misma Petra se pregunta cómo se llega a ese punto:
¿Cómo se llega ahí?, ¿qué episodios biográficos son necesarios para que alguien alcance un punto en el que pueda decir: no me importo a mí mismo?
Y, como le responde el gran Garzón, puede que estas gentes no nos inspiren compasión, que sí nos la inspiran, pero al menos producen enorme curiosidad.

Petra, por otro lado, sigue siendo la misma de siempre. Como le pasaba en otras novelas y como me pasa a mí también, sigue envidiando otras vidas, exactamente las mismas vidas, las vidas absortas, que envidio yo:
Nunca he conseguido dejar de pensar en mi propia vida. Hubiera dado cualquier cosa por ser como una de esas científicas que dedican todo su tiempo a la investigación. Creo que por eso dejé mi carrera como abogada y me hice policía. Creí que el trabajo absorbería mi mente por completo.
Y la vida absorta por excelencia es la vida conventual. Esa fijación por la paz de los claustros ya ha salido en novelas anteriores y nos adelanta lo que vendrá en la que de momento es la última entrega de la serie.
Es mucho más que no pagar el alquiler. No tienen que tomar decisiones, saben siempre cómo se deben comportar, no se meten en complicaciones amorosas, no engrosan las listas del paro y, encima, cuando son viejos, saben que alguien los cuidará. A mí me parece un destino más que deseable.
En este reflexionar sobre la propia vida desempeñan un papel importante las mujeres jóvenes (médicas forenses, policías...) con las que se va topando Petra en sus aventuras. Se lleva bien con ellas, lo cual interpreto como un síntoma de inteligencia.
Ella estaba llena de vigor y de ganas de entrar muy en serio en el juego de la vida. Me pregunté si alguna vez yo había sido así, tan directa, tan carente de dudas, tan llena de ilusión.

Me intriga la relación que mantenemos quienes tenemos ya una cierta edad con la gente joven, especialmente las mujeres maduras con las chicas, y admiro a quienes afrontan esas relaciones con serenidad, cariño y ni pizca de celos, frustración ni rivalidad, a pesar de que no podamos evitar que todas esas muchachas tan seguras de sí mismas, tan enérgicas, tan hermosas, tan inteligentes, nos recuerden dolorosamente lo que nuestra vida no ha sido y no será ya nunca jamás.

En fin. Por ponerme más alegre, acabo con otra cosa que tengo en común con Petra:
Es uno de mis defectos: si se me ocurre una réplica ingeniosa, tengo que soltarla, aunque no piense lo que digo.
Yo hago lo mismo y eso me lleva a decir cosas inadecuadas a quien no debo y cuando no debo. Pero qué le voy a hacer: que las convenciones sociales no te arruinen una buena frase.