martes, 29 de septiembre de 2009

Quentin Tarantino, Raisa Gorbachov y el señor del bigote


Dice por ahí la crítica que Malditos bastardos, de Tarantino, es una declaración de amor al cine. Yo estoy de acuerdo, pero preciso que Quentin declara su amor al cine europeo y añado que, de paso, a Europa en general.

Lo declara en la peli Shosanna Dreyfus (deliciosa Mélanie Laurent): "Esto es Francia. Aquí se respeta a los directores de cine." ¡Si lo sabrán Woody Allen y el propio Tarantino! Y nos presenta a los americanos como palurdos y paletos y a los europeos, en cambio, nazis incluidos, como políglotos y sofisticados y, además, empapados de cultura yanqui; se ve en la escena de la taberna, cuando juegan a adivinar personajes: lo saben todo acerca de King Kong y sacan a relucir a Karl May, un sajón que escribía novelitas de indios y vaqueros, aunque nunca pisó América, cuya obra es popularísima en Alemania.

Los únicos bastardos que manejan más de una lengua no son americanos, sino alemanes o británicos. Así que el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) los pluriemplea de intérpretes, con lo que tenemos la oportunidad de asistir a una escena bilingüe de ésas que el doblaje a menudo nos roba, en la que me hace mucha gracia descubrir a Gedeon Burkhard, el guaperas de Alerta Cobra.


Casualmente, como el día 20 se cumplió el décimo aniversario de la muerte de Raisa Gorbachov, Internet y las teles han desempolvado el celuloide añejo y he vuelto a ver a un viejo conocido: el señor del bigote. Aquí os lo he puesto en una foto, con Míjail y con Reagan en Moscú, en junio de 1988, en una esquinita. Siempre en una esquinita, o detrás, porque era el intérprete. Sin ser tan guapo como Burkhard, circulaba sobre él una leyenda: que era el único intérprete que llevaban los Gorbachov a todas partes, porque hablaba todas las lenguas.

Nunca he comprobado si tal leyenda tiene algo que ver con la realidad, porque me gustan las leyendas. Y las fábulas, los cuentos,  la historia-ficción que se tira de cabeza al anacronismo, y los desparrames creativos del tipo Qué hubiera pasado si... Por eso y por más cosas seguiré viendo a Tarantino.

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viernes, 25 de septiembre de 2009

Las alas de la esfinge



Si no fuera porque nos consta que Montalbano es un macho machote, diríamos que está menopáusico: hay que ver qué emotivo, qué llorica, qué sentimental se nos ha puesto en esta última entrega. Tiene ya cincuenta y seis tacos, no es ningún chiquillo, y en su vida personal arrastra décadas de discusiones y mosqueos con la antipática de su novia Livia. Pero ahora parece que la relación ha tocado fondo. Alguna vez tenía que ser.

En cuanto al caso que investiga, como decían las Tacañonas, qué alegría, qué emoción, ha habido repetición. ¿Por qué? Porque otra vez tenemos a una veinteañera despampanante muerta, como en Ardores de agosto. Y es que ya hasta para morirse, hasta para que te maten hay que estar buena. Empiezan a tocarme las narices tantos cadáveres femeninos desnudos o semidesnudos, con maquillaje, escotazo, minifalda y tacones, como aparecen, por ejemplo, en CSI Miami. Algunos blogs feministas americanos empiezan a hablar de necrofilia y otras palabras feas. Pero, bueno, vamos a dejarlo por hoy y volvamos a la novela.

La cosa es que Montalbano está, como digo, ñoñete, pero también más socarrón, payaso, zarzuelero e histriónico que nunca. Y acompaña esa actitud con diálogos gamberros, muy bien traducidos, y reflexiones en las que reparte estopa, con sutiles alusiones, eso sí, contra el cavaliere y sus leyes sobre la legítima defensa, contra el primer (o ex primer) ministro ruso y, sobre todo, contra el tráfico de seres humanos. Ya leí no hace mucho unas declaraciones de Camilleri sobre el turismo sexual que me arrancaron aplausos. Ahora sigue por el mismo camino, dándole vueltas al asunto de la explotación sexual, la prostitución y sus matices. Y, ya de paso, también se queja de la abundancia de cadáveres y la repetición de las noticias en los informativos televisivos, de la toponomástica siciliana y del maltrato a los inmigrantes en los campos de concentración; perdón, centros de acogida.

Disfrutad de este último Montalbano, que, aunque espero no ser profética, ya no vendrán otros muchos.


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lunes, 21 de septiembre de 2009

John Dillinger que estás en los infiernos


Precisamente porque soy aficionada a la hagiografía no me gusta nada que eleven a los altares a personajillos siniestros como John Dillinger y menos si lo hacen de forma tan chapucera como Michael Mann en Enemigos públicos.

Si pretendían recrear su figura carismática, resucitar la leyenda popular de un ladrón con corazón de oro, una estrella mediática, un seductor, la han pifiado y bien, porque les ha salido un psicópata con vocación de cómico de pub, baboso hasta la náusea con su chica, ególatra hasta el ridículo y, eso sí, monísimo con su bigotillo de quita y pon, sus modelitos, gafitas y sombreretes. Lo siento por el señor Depp, que me cae simpático, pero se diría que no ha conseguido despegarse del personaje del pirata amanerado ese del Caribe. Y, ahora que lo pienso, ¿alguien puede nombrarme algún trabajo decente de Johnny Depp como actor? Ah, sí, Eduardo Manostijeras.

Y lo siento todavía infinitamente más por Marion Cotillard. Ay, Marion, hija mía, qué lástima. Moléstate en coger un avión París-Los Ángeles, con lo pesado que se hace el vuelo. Moléstate en ganar un Oscar para esto, para que te desaprovechen hasta el desprecio. Es que está de sobra todo el metraje en el que aparece ella. Si lo quitaran, la peli ganaría. Y no es por su culpa, sino por culpa de un guión mal recosido, en el que han embutido a la fuerza una historia de amor boba como pocas y que hacia el final se deshilacha sin remedio.

Fíjate que el personaje que hace Christian Bale, que te tiene que caer mal por chulo, por estirado y por lameculos de Hoover, te acaba gustando y le acabas animando a que capture de una vez a Dillinger muerto o muerto.

Como me obligo a decir algo bueno de la película, me quedo precisamente con Bale y sus trajes impecables (creó escuela Armani en Los intocables de Elliot Ness) y con la luz bizarra de las escenas nocturnas, la lluvia y los bosques, tan de Muerte entre las flores ellos.

Enemigos públicos (Public enemies)
USA, 2009
De MICHAEL MANN, con Johnny Depp, Christian Bale y Marion Cotillard

viernes, 18 de septiembre de 2009

III Premio de Relato Corto "Las Redes de la Memoria"

Como lo explican muy bien en el mensaje que me han enviado, lo copio sin más.

Hola, Noemí, te agradecemos mucho tu ayuda para difundir la convocatoria de este premio.

GLOBALKULTURA ELKARTEA, con la ayuda del Departamento de Cultura de la DIPUTACIÓN FORAL DE BIZKAIA, convoca el III PREMIO DE RELATO CORTO «LAS REDES DE LA MEMORIA, 2009», cuya finalidad es sensibilizar a la ciudadanía sobre la importancia de conocer y preservar nuestro pasado.

GLOBALKULTURA ELKARTEA pretende rescatar nuestra historia más inmediata a través de la mirada atenta de las escritoras y los escritores. Las mejores historias de las personas, nuestras costumbres, nuestra forma de vida, nuestro país, nuestras tradiciones, sueños y logros; desde los cerros, lomas y montes, hasta las herramientas, embarcaciones, máquinas, fábricas y caseríos, incluidos los distintos oficios, objetos y lugares de la Bizkaia del siglo XX, podrán ser objeto de estos relatos.

Y para provocar y estimular el recuerdo y la creación literaria, proponemos que el detonante de la narración lo constituya una tarjeta postal o una fotografía. De la página web de GLOBALKULTURA ELKARTEA se han colgado más de 150 postales fechadas entre 1901 y 2000, que se podrán tomar para escribir sobre ellas. También se podrá escribir basándose en una fotografía ya publicada o en una fotografía de su entorno familiar.

RESUMEN
PARTICIPANTES: cualquier persona mayor de 18 años de cualquier nacionalidad.
MODALIDADES: euskera y castellano.
FECHA LÍMITE DE PRESENTACIÓN: 30 de noviembre de 2009 a las 14:00.
PREMIOS:
Al mejor relato en euskera, 1.250 euros más publicación.
Al mejor relato en castellano, 1.250 euros más publicación.
Accésit a nueve relatos finalistas de cada modalidad que, junto con los ganadores de las dos categorías, serán incluidos en la publicación.
INFORMACIÓN Y BASES:
Globalkultura Elkartea
Apartado de correos 5.105
48009 - Bilbao
premio-redes@globalkultura.net
sareak-saria@globalkultura.net

Muchas gracias por tu ayuda.
Saludos cordiales

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martes, 15 de septiembre de 2009

Vidas que no son la mía (4). Párrafos selectos

Después de haber escrito una, dos y hasta tres entregas sobre esta novela, todavía me quedo con la sensación de que no la he agotado, de que contiene muchísimas cosas más que no podré del todo desvelar, de que tendré que releerla dentro de un año o dos, para seguir sacándole jugo.

De momento, para no quedarme con las ganas, qué mejor que poneros unos párrafos selectos. La traducción es mía. Allá van.

Me ha hecho gracia que Carrère tenga filias y fobias con las palabras, como servidora de ustedes. A mí me pasa que hay expresiones, vocablos, giros que detesto, sin saber muy bien por qué. Pues a Carrère le pasa lo mismo:
Detesto la palabra "mamá" fuera de un vocativo o un entorno privado: que con sesenta años alguien se dirija así a su madre, me parece muy bien, pero que, pasada la educación primaria, digan "la mamá de Fulano" o, como Segolène Royal, "las mamás", me repugna.
Esto nos dice sobre las enfermedades del alma:
Me ofenden quienes dicen que los humanos somos libres, que la felicidad se decide, que es una opción moral; que la tristeza es de mal gusto, la depresión, pereza y la melancolía, pecado.

Y para curar tales enfermedades, esta terapia con la que no estoy del todo de acuerdo, pero ya le llevaré la contraria en otro momento:
Tengo buenas razones para pensar que es cierto lo que dice el psicoanálisis sobre los beneficios de la palabra frente a lo dañino del silencio. Las cosas hay que decirlas.

Y otra de psicoanálisis para acabar:
Freud definía la salud mental como la capacidad de amar y trabajar. Pero a menudo la felicidad sólo se aprecia retrospectivamente.

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lunes, 14 de septiembre de 2009

Vidas que no son la mía (3). Amistad y justicia


Leed aquí las entregas 1 y 2.

El propio Carrère dice que D'autres vies es también la historia de la amistad entre un hombre y una mujer, eso que algunos dicen que no existe y que no puede existir nunca, pero es una mentira podrida y peligrosa. Quienes afirman eso suponen y creen que mujeres y hombres provenimos de planetas diferentes e irreconciliables, sin ningún punto en común. Es más: pedirán incluso que se mantenga así por siempre y, a poder ser, que el planeta femenino quede un peldaño por debajo del suyo.

Yo me rebelo contra esa cerrazón mental y opino que para que haya amistad entre dos seres de cualquier sexo sólo se necesita tener algo en común. Y resulta que estos dos protagonistas de D'autres vies, la mujer y el hombre que eran amigos, tenían en común dos cosas.
La primera, que los dos habían sufrido un cáncer en su adolescencia y, en consecuencia, una no podía caminar sin muletas y el otro tenía una pierna ortopédica. Ambos sabían que había cosas de su enfermedad que sólo podían decírselas el uno al otro, que ni sus parejas los entenderían.Y es que la enfermedad une mucho; por ejemplo, a Lance Amnstrong y Markel Irizar.
La segunda, que ambos eran jueces, trabajaban juntos en un juzgado de Vienne (Isère) y juntos habían emprendido una cruzada contra los establecimientos de crédito y en favor de sus deudores llevados ante los tribunales.
Las peripecias en el juzgado ponen en evidencia una realidad sangrante que se produce en Francia y vete tú a saber en cuántos sitios más. Establecimientos de crédito como Sofinco, Cofidis o Finaref se citan con todas sus letras y no salen bien parados. Los contratos de crédito que proponen no cumplen la ley. Los jueces lo saben, pero no pueden tener en cuenta esta ilegalidad a la hora de juzgar a la gente sobreendeudada, si esta misma gente no se lo hace saber. Pero la gente endeudada y encausada no sabe nada de derecho ni tiene a menudo abogados que los aconsejen. Así, con los jueces con la boca tapada por decreto, los establecimientos de crédito siempre ganan.
Esto le da pie a Carrère para soltar perlas cultivadas sobre la justicia, como que "el Código Penal es el que impide a los pobres robar a los ricos y el Código Civil, el que permite a los ricos robar a los pobres".
O para citar textualmente el discurso de Baudot, uno de los inspiradores, en los años setenta, del Sindicato de la Magistratura:

Sed parciales. Para mantener el equilibrio entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, hay que hacer que la balanza se incline hacia un lado. Prejuzgad a favor de la mujer frente al hombre, a favor del deudor frente al acreedor, a favor del obrero frente al patrón, a favor del ladrón frente a la policía.
La traducción es mía.

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viernes, 11 de septiembre de 2009

Vidas que no son la mía (2). Catástrofe, enfermedad y muerte



Leed aquí la entrega número 1.

Vaya título más alegre. A ver si lo aligeramos un poco.

Ha publicado la crítica francesa que uno de los asuntos principales de D'autres vies es la catástrofe; concretamente, la irrupción de la catástrofe en nuestras vidas, que puede venir de fuera (como el tsunami, la enfermedad o el sobreendeudamiento) o del interior de una misma, en forma de tormento neurótico que Carrère dibuja con la imagen de un lagarto que le devora las entrañas.

La novela habla el tsunami y del sobreendeudamiento, pero es más que nada una larga reflexión sobre la enfermedad. Y sobre una de sus consecuencias: la muerte.

Dos de los protagonistas sufrieron un cáncer con dieciséis y diecisiete años, cuando más profundas son las huellas que deja, quizás. Carrère charla largamente con uno de ellos, Étienne, con tiempo suficiente para exprimir todos sus sentimientos sobre la enfermedad y lo que gira a su alrededor.

Étienne odia a la gente que dice que el cáncer "viene de la cabeza, o del estrés, o de un conflicto psíquico sin resolver"; y lo que suele seguir a tal reflexión garrafonera: "Tú te has curado porque has luchado, porque has sido valiente". Étienne, que sabe de esto, dice que es una pobre mentira y tiene razón: todos conocemos a gente que ha luchado, que ha sido valiente, y ha muerto.

Una de las partes más impactantes de la novela es la que dedica a las personas que se inventan sus propias enfermedades, que dicen sufrir cosas terribles, la mayoría de las veces cáncer. Lo hacen "por poner un nombre confesable a la cosa innombrable que los habita", porque el peor sufrimiento es el que no se puede compartir porque nadie lo entiende.

Cuando Carrère se pone a escribir de algo como la muerte, se impone una regla de oro de otra de sus profesiones, la de guionista, que dice que no hay que tener miedo a la exageración ni al melodrama. Carrère no peca de la una ni de lo otro, a pesar de que se deja impresionar y enternecer por las vidas sencillas y sin tormento de gentes a las que la suerte, sin embargo, no ha tratado bien. Son vidas convencionales, en escenarios "ideales", con familias felices y sonrientes. Cuando entra como espectador en ellas, Carrère tiene la impresión de que al guionista se le ha ido un poco la mano, pero son ciertas, son verdad, sólo que en ellas penetra la tragedia como en todas. Y sabe que hay vidas aparentemente exitosas que encierran infiernos.

El tono que emplea para hablar de todo esto es descarnado e incisivo, pero no lúgubre: hay algo de luz y de resiliencia. Guarda Carrère todo el rato un equilibrio difícil, sobre la cuerda floja: un paso en falso a izquierda o derecha y ¡catacroc!, caída en lo patético, lo grotesco o lo ridículo.

Viene a decirnos que sólo se adquiere la verdadera lucidez cuando se mira a los ojos a la muerte. Mientras le esquivemos la mirada, no habremos aprendido nada. Y en esto coincide con algo que decía hace poco Javier Sádaba en una entrevista sobre su libro La vida buena. Cómo conquistar la felicidad. Decía que no hay que esquivar a la muerte, sino integrarla en nuestra vida, aceptarla como el inevitable final.


En la foto, Muerte y fuego, de Paul Klee.


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miércoles, 9 de septiembre de 2009

Vidas que no son la mía (1)


He traducido así, a mi bola, como de costumbre, el título de D'autres vies que la mienne, lo último que ha publicado en Francia Emmanuel Carrère, un señor que me causa tal adicción que, en cuanto acabé de ler Un roman russe, me tiré a la calle, como los perros, a por esta otra novela, y ahora ando buscando sus primeras obras, las anteriores a La classe de neige, que no he leído, por tener algo suyo nuevo que llevarme a los ojos. Y es que los escritos de este buen hombre no me resultan nunca anodinos: siempre da donde más duele.

D'autres vies es una continuación de Un roman russe. De hecho, Carrère empezó a escribir D'autres vies, la interrumpió para componer Un roman y luego la retomó. Ya dije cuando escribí sobre Un roman que para Carrère fue una terapia, al parecer exitosa. Pues bien, la terapia prosigue con D'autres vies. Las dos novelas son un consciente descenso a los infiernos, hasta tocar fondo, precisamente para librarse de sus demonios.

También aquí se ocupa Carrère de hechos reales, al igual que hizo en El adversario. Se enfrenta a verdades tozudas, subversivas, que niegan el estereotipo y la ñoñez, y lo hace sin máscaras ni identidades inventadas tras las que parapetarse, con su nombre y apellidos y sin la egolatría de, por ejemplo, Paul Auster. Tampoco se protege con ninguna forma de cinismo y eso lo hace en parte vulnerable, lo pone sobre una cuerda floja estilística que tiene mucho peligro.

Pero si Un roman era un ejercicio de narcisismo, el título de D'autres vies ya dice que, aun siendo una continuación, aquí Carrère se ha desentendido un tanto de sí mismo y ha prestado su pluma a otras personas que se han cruzado en su camino. Ha pasado de escucharse hacia adentro a escuchar a los demás y eso es lo que le ha salvado. Ha salido de su vida minúscula, que sólo giraba alrededor de su miseria, y se ha aventurado en un camino insospechado, desprovisto de todo toque escandaloso o mediático, ni siquiera morboso, aunque sí delicado. Se mete, pues, en vidas que antes depreciaba, en existencias ordinarias en pueblecillos de provincias sin gracia ninguna, en lo que los franceses llaman "la vida Alcampo", en urbanizaciones de la periferia, con centro comercial y barbacoas.

Y eso lo hace con una sobriedad estilística que admiro, porque con pocos pero eficaces recursos te transporta durante trescientas páginas, para abandonarme luego tocada y sonada, a pesar de haber tratado algo banal. Por eso es más grande el mérito del libro, porque con tal materia es más difícil llegar a ser lo que en inglés llaman un page turner, un libro que cuesta dejar, que se te pega a las manos.

Vivo en la insatisfacción, en la tensión perpetua, persigo sueños de gloria y destrozo mis relaciones porque supongo que un día, en el futuro, encontraré otra mejor. Así se define Carrère al comienzo de D'autres vies y repite en sus páginas la obsesión por tener alguien con quien envejecer. Le aterra la idea der ser un anciano solitario, de morir solo, y envidia en las parejas esos años calmos de la avanzada madurez. Así que, resuelto a acabar con la alimaña que le devora el alma, se pone a escribir de lo que más teme en el mundo: la muerte de su mujer y su hija. Pero como, por suerte, ni su mujer ni su hija han muerto, escribe sobre la muerte de otra mujer y de otra hija, casualmente llamadas las dos Juliette. La niña tenía cuatro años y murió en Sri Lanka, en el tsunami de 2004; la mujer tenía treinta y pocos y era su cuñada.

Tengo mucho que escribir sobre la novela y por eso voy a dedicarle alguna que otra entrada más, para hablar de otras cosas que trata: catástrofe, enfermedad y muerte; y amistad y justicia.

Emmanuel Carrère: D'autres vies que la mienne
P.O.L éditeur, 2009


Otras entraditas mías sobre Carrère: Impostura (I), Impostura(II), Impostura (V), Un niño infeliz, Una novela rusa.


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viernes, 4 de septiembre de 2009

Rentrée criminal: una cosa buena y otra mala

Como digo en el título, en esta rentrée polisémicamente criminal tengo una cosa buena y otra mala que comunicaros.

Como pesimista de pro que soy, empezaré por la mala. Andaba yo trotando por las islas atlánticas cuando mi querida Lucía me dio la noticia del fallecimiento de Thierry Jonquet. Murió el 9 de agosto en París. Con sólo cincuenta y cinco años. Casualmente el Magazine Littéraire de agosto, en un número especial dedicado al polar, lo situaba entre las 50 autoras y autores criminales "que cuentan" en el mundo.

Esto tiene su evidente parte mala: ya no tendremos más novelas de las suyas, desgarradoras y noqueantes; pero también la buena: enseguida podremos hacernos con sus obras completas. Aprovecho la ocasión para pedir yo qué sé a quién, a quien corresponda, que se traduzcan sus novelas. Y se publiquen, claro.

La noticia buena es que por fin tengo en casa (gracias, gracias, gracias) mi ejemplar de Actas de Mayo Negro. 13 miradas al género criminal. Es un volumen que recoge, como escribe Mariano Sánchez Soler en su presentación, "las reflexiones en perspectiva, panorámicas y crónicas en torno al género criminal escritas por destacados escritores y especialistas, inductores y cómplices de nuestros encuentros". Y se refiere a los encuentros anuales sobre el género criminal que nacieron en 2004 a partir del curso-taller de novela negra de la Universidad de Alicante, impartido por él mismo.

Esto también tiene su parte mala: que todos los escribientes del volumen son hombres; ni una, pero es que ni una sola señora firma ningún artículo. Vaya, pues, para ustedes, caballeros, mi tirón de orejas. Ya les vale.

La parte buena es que lo voy a pasar pipa leyendo y aprendiendo mucho sobre Alicia Giménez Bartlett, Dashiell Hammet, Lorenzo Silva y demás gente interesante. Hablaremos aquí de ello. Sin duda.

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martes, 1 de septiembre de 2009

Crónica azorense de despedida


Quiero despedirme de las islas Azores con un ramillete no de flores, que de eso ya tiene de sobra el archipiélago entero, sino de recuerdos cariñosos que me llevo, de souvenirs, de recordaçaos, como dicen en portugués, de los que no se compran en las tiendas.

Me llevo la lluvia de chispitas de la Praia da Vitória. Llovía, pero de allí no se movía nadie: un minuto después la nube negra ya estaba lejos y salía el sol picón.

El vendedor de mazorcas de la playa hacía sonar unas tenazas para que se le oyera. Con esas mismas tenazas sacaba las mazorcas cocidas y humeantes de un recipiente como los de la leche. El vendedor de helados iba gritando algo como "¡Olavski! ¡Olaaaavski!". (????!!!!!)

Me llevo mis carreritas matinales, la brisa, la humedad, el olor de las higueras cuando pasabas a su lado, los aviones que sobrevolaban muy bajito la playa, las sombrillas de paja que un día una excavadora trasladó a otro sitio una por una.

Se vienen conmigo los biscoitos negros, el verde rabioso de la tierra y el azul oscuro del océano. El sabor extraño del arroz con coentro, el olor de la padaria de mi tocaya Noémia Teixeira y el del Porto Velho de Santa Cruz por la noche. La silueta de Corvo con una nube blanca posada encima como un ovni. Las risas de las señoras que se bañaban en el mar tempranito y la sombra del dragoeiro.

Me llevo el encargo de leer a Vitorino Nemésio y la ilusión de regresar a ver cómo y hacia dónde ha cambiado todo.


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