domingo, 28 de agosto de 2011

Tercera y última crónica graciosense

Mi amiguete Antonio Toribios me recordó el otro día que Enrique Vila-Matas también anduvo huyendo por estos lares y debo reconocer que este archipiélago azorense entero, y especialmente esta isla de Graciosa que es mi casa ahora, son muy apropiados para la huida.

Una se ha pasado la vida soñando, dormida y despierta, con huir y ahora sueña con seguir huyendo a Graciosa, pero como de momento eso no va a poder ser, he decidido que varias cosas de esta isla huyan conmigo.

Primero, los laaargos desayunos (una horita de reloj) frente a la Bahia da Barra, con las lanchitas bailoteando sobre las olas.

 A Bahia da Barra

Luego, que huyan conmigo también  las carreritas matutinas por la Ponta da Pesqueira, con el océano a un lado y, al otro, muretes de piedra que me separan de las cabras y las vacas, poblados por millones de lagartijas y algún que otro ratón.

A Ponta da Pesqueira

Me llevo a casa, huyendo también, los almoços e jantares en tascucios de pueblo con manteles de papel, donde te ponen un peixe grelhado exquisito.

Que huya conmigo este clima extraño. ¿Cómo definirlo? Azorense. No hay otra palabra. Ahora, en agosto, no hace nunca frío, ni por la mañana ni por la noche. Y adoro la lluvia: se la ve venir desde lejos, en forma de enorme cortina gris. El cielo se pone negrísimo, bellísimo, y descarga un chaparrón de unos veinte segundos. Para cuando sacas el impermeable, ya ha escampado (¡qué verbo olvidado, escampar!) y sale el sol picón de nuevo.

Llueve sobre la piscina

Y es una pena que no le pueda llevar a mi ama, que le gusta mucho, pero pesa demasiado, este delicioso melón que se come con cucharita.

Adiós.


miércoles, 24 de agosto de 2011

Segunda crónica graciosense

La plaza de Santa Cruz

No es precisamente "animación" una palabra que utilizaría yo para hablar de estas islas Azores. Ya sabéis cómo es el carácter portugués: callado, taciturno, serio, tocado por esa tristesse atlantique que tan bien le va al fado.

Sin embargo, la plaza mayor de Santa Cruz da Graciosa, la capital de esta isla que ahora habito, os lo juro, es animada. Es viva, alegre, soleada y florida.

En ninguna otra isla de las Azores he encontrado una plaza así. Es enorme, es el corazón de la ciudad y lo tiene todo: aquí está el ayuntamiento, la farmacia, el supermercado "A Barateira" y un restaurante en el que, ¡oh, sorpresa!, me he chupado los dedos con un secreto ibérico (secreto do porco preto lo llaman aquí).

A la plaza le caben, además, tres terracitas de sendos bares. Dos son simples quioscos; por las mañanas están cerrados, pero a las señoras les da igual: se sientan a las mesas a jugar a las cartas y comer meloa.

Por las tardes, nada más comer, a eso de las dos (esto es Europa, amigas; se come pronto y a partir del mediodía ya te dicen "boa tarde"), las octogenarias "bien" de Santa Cruz se bajan de casa a tomar su cafecito y fumar su pitillito y echan allí toda la tarde. Da gusto verlas con sus collares de perlas, sus trajes caros y sus permanentes perfectas. Es que Santa Cruz es una ciudad con un próspero pasado económico: antaño "exportaba para fuera", como dicen en portugués, vino y cereal, y el poderío se nota en las casonas de la alta burguesía de comerciantes y terratenientes, con balcones de bonitos enrejados.


Hay otra terraza, con mesas y sillas, claro, pero no sirve bebidas, sino libros y wifi gratuita: es de la biblioteca municipal, que también está, cómo no, en la plaza. ¡Ay! ¡Quién fuera funcionaria bibliotecaria aquí!


La plaza (suena mucho mejor praça) tiene también un aparcamiento para carretas.

Y, lo más raro de todo, dos enormes estanques que antaño servían de depósitos de agua en épocas de sequía y hoy son simple ornamento y espejo para las enormes araucarias.


Sin más por hoy, queridas amigas y amigos, os dejo con mi sombrerete y mi café en mi querida praça.





domingo, 21 de agosto de 2011

Crónica graciosense

[O sea, de la isla de Graciosa, Azores. Son unos gentilicios un poco raros estos.]

Os contaba ayer que Santa María era una isla pequeña y tranquila, ¿verdad? Pues bien: me he venido auna isla más pequeña y más tranquila todavía. Es Graciosa, la más chiquita del archipiélago, después de Corvo, claro. Para que os hagáis una idea: solo hay un hotel y lo construyeron en 2009.

Esta es Santa Cruz da Graciosa, la capital de la isla, la city, vista desde el vecino monte de Nossa Senhora da Ajuda.

Este es el tumultuoso camino del hotel a la city.


Y esta es una estampa habitual en dicho camino.

Seguiremos informando.

sábado, 20 de agosto de 2011

Segunda crónica mariense

Lee mi anterior Crónica mariense y Las chimeneas de Santa María.

Esta isla de Santa María se vende en la publicidad turística como "a ilha do sol" y es cierto que tiene el clima más seco, cálido y soleado de las Azores. Lo del sol lo garantizo: el otro día me quemé estando a la sombra.

Eso tiene sus inconvenientes, claro: el principal, que el paisaje, en buena parte de la isla, concretamente en el Este, no es el verde exuberante y lujurioso de las demás.

También, puesto que en las islas Azores apenas hay playas, la venden como la isla de las bahías de arena blanca, lo cual no es del todo cierto. Bahías sí que hay, y maravillosas. Esta de la foto, por ejemplo, es la de San Lourenço, que sigue siendo bonita aunque esté en obras.

Y esta otra es la de Maia.
Hay más: la de Anjos y la de Praia. En todas se ha respetato el equilibrio medioambiental y la arquitectura tradicional azorense: no han permitido, por ejemplo, construir hoteles grandes. Solo hay apartamentitos, algún alojamiento rural y muchas casitas de veraneantes. En cuento a los arenales, en realidad, la única bahía que tiene arena, como su nombre indica, es la de Praia.

Lo que quería decir es que, puesto que esta isla se vende como "de sol y playa", pensaba yo que sería mucho más turística, pero no, qué va. Solo tiene tres hoteles (los tres en la capital), una hospedaria (también en la capi), un bloquecito de unos seis apartamentos en Praia y un par de establecimientos de turismo rural.

Hay poquísimos restaurantes: una docena escasa en toda la isla y, aun así, a veces me los he encontrado semivacíos.

En verano, dos veces por semana, un barco tarda cuatro horas en llegar y otras cuatro en volver a San Miguel, que es la isla más cercana y del aeropuerto solo parten vuelos a San Miguel y a Lisboa.

A Santa María no llegan periódicos. Solo en el aeropuerto se consigue algún diario portugués del día anterior, pero no siempre, así que olvídate de la prensa internacional.

En fin, que no es este el Benidorm azorense que me imaginaba. Y no lo lamento en absoluto. Para nada echo de menos las multitudes. Nací en la localidad con mayor densidad de población de Europa, así que considero un lujo sentarme sola en silencio frente al océano.

martes, 16 de agosto de 2011

Las chimeneas de Santa María

Lee mi anterior entrada sobre Santa María: Crónica mariense.

Las chimeneas de esta isla son únicas. Se parecen a las del Alentejo y el Algarve.
Sencillas o decoradas, son diferentes de una casa a otra.
En Santa María es donde mejor se ha conservado la arquitectura típica azorense, porque de memoria de hombre, como dicen los franceses, no ha habido terremotos.


lunes, 15 de agosto de 2011

Crónica mariense

Nota por si aca: mariense es el gentilicio de la isla de Santa María, Azores.

La capital de esta isla de Santa María es la Vila do Porto (ved una placita deliciosa en la foto), la ciudad más antigua de las Azores, la primera que fundaron los portugueses en el siglo XVI.
Se nota que es villa antigua por el empedrado: no lo tienen todas las capitales azorenses; solamente las de abolengo y solera, como Ponta Delgada, Angra do Heroismo y para de contar.
Yo me alojo a las afueras de la Vila, en Cruz Teixeira, un barrio de caseríos dispersos con sus terrenitos de cultivo (es típico de aquí un melón pequeño y anaranjado muy muy sabroso) y, cómo no, sus vacas.
La primera mañana que amanecía aquí salí por el barrio a hacer mi carrerita matutina y hete aquí que un lugareño, muy amable, se me cruza con su camioneta, se me detiene a la par y me dice: "Bom dia. Tenga cuidado con los perros."
Pues no hizo falta que me dijera más, con lo miedosa y cobardica que soy yo.
Y sí, es que cada caserío tiene su perro o perros, pequeños y grandes, todos ladradores y todos con dientes; eso sí, todos atados, un detalle que se agradece.
Así y todo, al día siguiente decidí cambiar de pista e ir hacia el aeropuerto, que no es un aeropuerto cualquiera. Lo construyó ni más ni menos que el ejército norteamericano en 1944, para que sirviera de base en la Segunda Guerra Mundial, y lo abandonó en 1947, cuando pasó a manos de la aviación civil portuguesa. Entre una fecha y otra trabajarón en él tres mil personas.
Las instalaciones ocupan casi una tercera parte de la isla, la más llana y soleada, y producen una peculiar sensación de extrañeza. ¿Sabéis esas películas de militares americanos en el Pacífico, que están en el quinto infierno, pero tienen unas urbanizaciones calcadas de las de California o Massachusetts? Pues así es esto. De arriba hacia abajo en el escalafón sociomilitar, hay mansiones enormes, filas y filas de chalecitos idénticos, viviendas adosadas con pequeños y coquetos jardincitos y puñeteros barracones para la tropa más arrastrada.
La mayoría de las casitas están habitadas, muchas por personal del actual aeropuerto. También construyeron los americanos un hotel (uno de los tres que hay en toda la isla) que se mantiene en uso y un salón de actos que hoy es el Cine Clube.
Está abandonado, sin embargo, un campo de deportes, que podría haber sido de rugby, no sé.
Las bocas de riego típicas americanas me da que tampoco se usan ya, pero las conservan bien pintaditas y vistosas.


martes, 9 de agosto de 2011

En medio del océano

Del Océano Atlántico, quiero decir; en el medio, más o menos, está el archipiélago de las Azores.

Son nueve islas. Yo he estado hasta hoy en siete: San Miguel, Faial, Pico, San Jorge, Terceira, Flores y Corvo.

Me faltan dos: Santa María y Graciosa. Y allá me voy. Hasta septiembre.

También voy a volver a San Miguel, donde ya estuve hace muuuuuchos años, tantos que ni siquiera tenía blog.

Las islas Azores son mi paraíso personal e intransferible. Allí soy feliz y, como querré compartir mi felicidad con ustedes, les enviaré mis crónicas oceánicas.

Deseadme buen viaje. Hasta prontito. Adiós.

Esta foto de un lago volcánico de Santa María la he sacado de deckchairvillas.com.

sábado, 6 de agosto de 2011

martes, 2 de agosto de 2011

Algo que contarte

Hanif Kureishi:
Something to Tell You, 2008
Algo que contarte, Anagrama 2009
Traducción de Fernando González Corugedo

Ya os he contado alguna vez que Kureishi me gusta porque es uno de esos autores que te cuentan su vida; desdibujada, idealizada, irisada o descarnada, a veces, pero no dejan de ser ellos mismos todo el rato, a pesar de que a veces, como en esta novela, se disfracen de psicoanalista, lo cual no es disfrazarse mucho, porque el psicoanálisis y la literatura siempre han caminado bastante juntos.

Con Kureishi no solemos salir de Londres. Nos movemos por el centro y por las afueras, de las clases bajas a a la presunta élite cultural, en un batiburrillo con muchos grumos muy canalla y muy sabroso.

La novela es gordita y la voy degustando a poquitines, así que seguiremos informando.

¡Ah! Y un aviso importante: no es japonés. No, Kureishi no es japonés, sino inglés de Londres, de padre paquistaní.

Otras entradas sobre Hanif Kureishi en Boquitas Pintadas:
Kureishi
A vueltas con la tele
Ha y Ha