sábado, 28 de noviembre de 2009

Hierro


Hierro, el primer largometraje que ha dirigido Gabe Ibáñez, ha logrado para Elena Anaya el premio a la mejor actriz en el Festival de Sitges de este año.

Hierro está ambientada y rodada en la isla canaria de El Hierro. Dice la prensa que Javier Gullón escribió el guión "a medida de la isla", para "capturar su atmósfera". Con todo, "no es una película costumbrista" y apenas han participado en el rodaje actores ni extras locales. La apacible Hierro aparece en la ficción poblada por gentes "con oscuros transfondos", pues intersaba más la fuerza metafórica de su nombre, el concepto de la dureza. En fin, que la isla apenas queda reconocible y sólo sirve de escenario idóneo para crear una atmósfera de desasosiego.

Ibáñez ha recurrido a Hitchcock para construir el personaje que hace Anaya: con retazos del mejor cine clásico y psicológico (el agua, los pájaros, los sueños) nos retrata su sufrimiento, su tormento, su obsesión, su incipiente locura.

Cuenta Anaya que la ayudó a componer su personaje el libro El año del pensamiento mágico, de la norteamericana Joan Didion.

De los productores de El laberinto del fauno y El orfanato, Hierro fue bien recibida en Cannes, donde se presentó fuera de concurso.

Parece ser que se estrenará en salas el 12 de febrero del año que viene. Para eso no queda nada, pero, como no puedo esperar tanto, me marcho a la isla a pasar unos días. Echadme un poquico de menos y esperad a que os ponga desde allí unas letras.

Entre tanto, os dejo con el tráiler de Hierro. ¡Pero qué bonica que sale mi islica!




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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Terror en píldoras


Quiero dar las gracias a David G. Panadero por hacerme llegar su librito Terror en píldoras. Las películas episódicas de terror.

Lo de "librito" no es ni despectivo ni cariñoso, sino simplemente descriptivo: el volumen es chiquitín, muy manejable y apropiado para llevar en el bolso y leerlo en el transporte público, en vez de los tochos esos de las catedrales.

Murnau, Browning, Karloff, Neil Jordan, Tim Burton... ¿Qué más quieres por cinco euricos? ¿Que tenga santos? Pues los tiene.

Y tiene, además, una bonita dedicatoria:
 A mi padre, que nunca quiso ver estas películas. A mi madre, que las veía sólo por estar conmigo.

Para que digan que no tenemos corazón.



David G. Panadero
Terror en píldoras
Prótesis Editorial
http://www.protesis.pasadizo.com/
terrorenpildoras.blogspot.com

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lunes, 23 de noviembre de 2009

La maravillosa vida breve de Óscar Wao


Si ya es bastante duro ser friqui (fricazo, fricoide, fricoso) o nerd (nerdoso, nerdazo, nerdote), qué no será ser friqui negro, gordo colosal y dominicano, vivir en Paterson, Nueva Jersey, y tener que sobrevivir a una madre infeliz.

Con semejante lastre vital o fukú se nos presenta el inefable portagonista de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, heterosexual hasta los ojos a pesar de su paralelismo con Wilde, aquejado de bibliomanía, tremendo pariguayo y perteneciente a la estirpe no de los losers, sino de los megalosers, que son las fokin víctimas de los losers. 

Óscar debe vivir su vida breve en cuatro mundos a la vez y no estar loco. Primero están su madre, hermana y abuela, fieras, insolentes y soberanas, que nos retrotraen, cómo no, a la República Dominicana, a Trujillo, a sus monstruosidades, su cleptocracia, a la cortina de plátano,  a Vargas Llosa y a Jesús Galíndez, el supernerd vasco.

Luego están los blanquitos nerds que lo tratan con jovialidad inhumana y lo encierran en círculos exclusivamente masculinos. Luego, los negros dominicanos, para los que culear y rapar es religión. Y finalmente, las jevitas, que lo vuelven tarumba, le rompen el corazón y lo hacen refugiarse cada vez más en su nerdería.
La idea de Óscar de cómo se enamoraba a una jevita era hablarle de juegos de rol. Un día en la guagua de la línea E le dijo a una morena: Si estuvieras en mi juego, te daría dieciocho puntos de carisma.

Y por narices tengo que decir algo sobre la traducción delirante y genial de la cubana Achy Obejas, que acaba de convertirse en mi heroína, aunque en la red he encontrado quien la despelleja con chascarrillos y maledicencias varias, o precisamente por eso.

No debería escribir esto sin haber leído el original, pero me apuesto mis plantaciones de algodón a que lo supera, y no porque suponga yo que el original sea flojo, que fijo que no lo será, sino porque, parafraseando a un antiguo profe mío, seguro que es un campo abonado a la creatividad y al desparrame.

Junot Díaz
The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, 2007
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, 2008
Traducción de Achy Obejas

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viernes, 20 de noviembre de 2009

Párrafos selectos de "Niños en el tiempo"


La traducción es de Javier Fernández de Castro y la adaptación, mía.

Una perturbadora minoría de la humanidad considera que los viajes son ocasión para agradables encuentros. Hay gente decidida a imponer sus intimidades a extraños. Tales viajeros deben ser evitados si uno pertenece a la mayoría para la que un viaje es ocasión de silencio, reflexión y ensueño. Los requisitos son simples: una visión despejada de un paisaje cambiante y verse libre del aliento de otros pasajeros, del calor de sus cuerpos, de sus bocadillos y sus extremidades.
Ji, ji. McEwan es de los míos, de los que no sabemos mantener charlas de ascensor, de función fática pura. Rozamos la misantropía.

Disfrutó con los libros de su adolescencia, leyendo acerca de hombres libres y solitarios cuyos problemas eran los del mundo. Hemingway, Chandler, Kerouac.
Ahí le ha dao. Cierta raza de machos héroes no tiene nunca asuntos personales; esas son minucias y tonterías de mujeres. A ellos sólo les importan las palabras grandes y abstractas.

Ahora viene un bonito fragmento sobre el poder (¿simbólico?, ¿mágico?) de la palabra escrita.
Los hechizos escritos en torno al mortero del nigromante, las plegarias grabadas en las tumbas de los muertos, el impulso que sientes algunas personas de escribir obscenidades en lugares públicos, la tendencia de otras a prohibir los libros que las contienen y a escribir con mayúscula Dios, y la especial importancia de la firma escrita.

Este siguiente va sobre lo que os decía en el post anterior: la volubilidad de las presuntas verdades absolutas sobre la educación de infantes.
Había leído solemnes recomendaciones sobre la necesidad de atar los miembros de los recién nacidos para evitar autolesiones, sobre el peligro de dar el pecho y también sobre su necesidad física y superioridad moral; de cómo el afecto y los estímulos corrompen a un niño; de la renovación constante del aire; de la conveniencia de intervalos científicamente controlados entre comidas y, por el copntrario, de alimentar al bebé cuando tuviera hambre; de los peligros de coger a un niño en brazos cada vez que llora (eso le hace sentirse poderosamente peligroso) y de no cogerlo cuando llora (peligrosamente impotente); de los constantes cuidados maternos, día y noche durante todo el año, y también de la necesidad de amas de cría, niñeras o grarderías para todo el día; de las graves consecuencias de chuparse el dedo; de no parir a tu hijo con ayuda de manos expertas y bajo luces brillantes; de no tener el valor de tenerlo en la bañera de casa; de la demencia y la ceguera que provoca la masturbación, y del placer y consuelo que aporta a las criaturas en crecimeiento; el trauma causado en los niños que ven desnudos a sus padres y la perturbación crónica alimentada por extrañas sospechas si sólo los ven vestidos; y, más adelante, la despectiva demolición de todas estas modas.

De este fragmento sobre la tele no voy a comentar nada, porque me alargaría mucho. Disfrutadlo.
Acababa de inaugurarse un canal de emisión continua, financiado por el gobierno, especializado en concursos, anuncios y llamadas telefónicas. Stephen lo miraba con la petrificada paciencia del adicto. Los presentadores se parecían tanto entre sí que les cogió afecto. Eran gente profesional y aplicada. Y le gustaban las parejas dulces y vuelnerables que subían al escenario y nunca se soltaban las manos, las extravagantes fanfarrias y trompetas que anunciaban la aparición de una nevera y las azafatas casi desnudas y sus alentadoras sonrisas. Los espectadores, en cambio, le provocaban ataques de misantropía delirante, por su perruna predisposición a complacer al presentador, su facilidad para jalear, aplaudir y agitar banderitas de plástico; la docilidad con que se dejaban manipular. Resultaba sorprendente que el mundo se rigiese por los votos de esos retrasados de alma débil. Para Stephen, esos ratos televisivos (una pornografía democrática) eran los más placenteramente degradante que podía recordar.

Y, para acabar, un último pullazo. Me encanta.
Leía indiscriminadamente novelas de tamaño ladrillo, best-sellers internacionales, esa clase de novelas cuya auténtica finalidad es explicar cómo funciona un submarino, una orquesta o un hotel.


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martes, 17 de noviembre de 2009

Niños en el tiempo



Ian McEwan: The Child in Time, 1987
Niños en el tiempo, Anagrama 1989
Traducción de Javier Fernández de Castro
Edición de bolsillo en Compactos, 2009

Cuando Juanra Madariaga me recomendó a Ian McEwan, que en la foto está clavadito a David Carradine, yo le dije que no lo conocía de nada, pero eso no era del todo cierto, porque había visto una peli, Enduring Love, de Roger Michell, con Daniel Craig y Rhys Ifans, basada en una novela suya con el mismo título: Amor perdurable.

Amor perdurable y Niños en el tiempo, que es lo primero de McEwan que leo, comparten características que se repiten en otras obras suyas: un enfermo mental con un trastorno relacionado con el sexo y un científico que sin demasiado éxito intenta arrojar racionalidad sobre el caos. El gusto de McEwan por los asuntos "delicados" hizo que en sus inicios lo apodaran "MacAbro". La crítica habla de situaciones grotescas y claustrofóbicas, ambientes sórdidos y personajes con obsesiones perversas (¡Vaya! Habrá que leerlo). Pero ya en esta novela, en Niños en el tiempo, se ha suavizado un poco. Un poco.

De entrada, le tengo que agradecer a Niños en el tiempo que me haya aclarado por fin la afición a las prácticas masoquistas de los políticos conservadores ingleses. Sólo por ese dato revelador ya merecería la pena tragarse la novelita.

¿De qué va? Os cuento. En un futuro nada lejano y en un Reino Unido que lleva demasiados años gobernado por el Partido Conservador, la mendicidad es legal (así el Estado se ahorra las prestaciones sociales), la inversión en transporte público se considera un ataque a la libertad individual, a los funcionarios insumisos los juzgan y condenan por traición, sólo queda un periódico que no apoya activamente al gobierno y el clima está hecho unos zorros, aunque la culpa de esto, claro, no la tiene sólo Margaret Thatcher.

Stephen Lewis es escritor de libros infantiles; ha ganado con ellos mucha pasta y vive bastante bien en Londres con su esposa violinista y su preciosa hijita de tres años. Hasta que un día, en un supermercado, la niña desaparece y nadie vuelve a tener noticia ni rastro de ella.

Lo que sigue no es un relato de pesquisas policiales ni de investigación. No. Es una narración sabrosamente ácida y sorprendentemente adjetivada, que juega con y reflexiona sobre el tiempo (el caótico desarrollo del tiempo en los sueños; el tiempo aniquilado del sueño profundo; el tiempo infinito e incambiable de la niñez), la infancia (la robada, la perdida, la recuperada, la idealizada), la paternidad y lo voluble de las presuntas verdades absolutas en materia de educación. El hilo argumental salta hacia adelante y hacia atrás, sin romperse ni extraviarse en ningún momento, en la vida real e imaginada, delirada, de Stephen Lewis, trágicamente partida en dos el día en que perdió a su hija.

Las elucubraciones sobre el tiempo se ilustran con las aportaciones de una profesora de física, que es la científica mcewaniana de esta novela y ofrece un batiburrillo de física moderna, física relativista y ciencia poética que convierte a los chicos listos en mujeres sabias.

La novela tiene un arranque arrebatador. Luego pierde un poco el ritmo con unos episodios semioníricos que la ralentizan bastante y  no aportan demasiado al relato lineal, mucho más sólido y vigoroso.

Para remate, me gusta cómo imagina McEwan el futuro, con mendigos legales identificados con brazaletes, destrozos en el clima (primaveras asfixiantes y tormentas de nieve en el invierno londinense) y rocambolescas medidas de seguridad para los políticos. Y me choca que en ese futuro cercano el protagonista Lewis utilice máquinas de escribir y telefonee desde cabinas, sobre todo cuando leo que McEwan usa el procesador de textos desde 1985 y esta novela es del 87. Algo se escapa siempre a nuestra predicción.

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sábado, 14 de noviembre de 2009

Los Ángeles


Nunca he conocido a nadie que tuviera algo que hacer en el centro de Los Ángeles. A no ser que se tengan muchas ganas de ver Union Station, Olvera Street o la calle de los vagabundos y los tirados, el único motivo para aventurarse por los alrededores de las calles Sexta y Spring es curiosear en el mercado del oro al por mayor para joyeros o visitar Cooper Building para comprar ropa de diseño a precio de saldo. Por lo que afecta al resto, lo más sensato es pasar de largo a toda velocidad.

Sue Grafton: G de guardaespaldas.
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

Mi querida Kinsey exagera en esta breve guía de LA.
Es verdad que Los Ángeles no tiene centro, no tiene aceras. Es cierto que allí la bicicleta es una forma de suicidio.

Lo que sí tiene Los Ángeles, como bien dice Kinsey, son pobres y tirados. Igual que en la escena de Lo que el viento se llevó cuando Escarlata va a buscar al doctor a la estación de Atlanta, la cámara sube, se amplía el plano y vemos miles de heridos tumbados en el suelo. Los Ángeles tiene lo mismo, pero con cartones: cientos de personas viven en la puñetera calle a un paso del distrito financiero, del Walt Disney Concert Hall y del edificio de Pei que salen en todas las series televisivas. El noventa y cinco por ciento, negros. Y mira que no hay muchos negros en California. Mexicanos, en cambio, sí, a paladas. Pero negros, no muchos.

Los mexicanos invaden el centro los fines de semana. Aunque en la ficción era San Francisco, las escenas iniciales de Blade Runner, cuando Harrison Ford toma pescado en un puesto callejero, se rodaron en el Grand Central Market de Los Ángeles. Ahora apenas quedan chinos allá. Los mexicanos ocupan casi todos los puestos. Te puedes tomar una cervecita en sillas de plasticucho con un mariachi que te ameniza el trago.

Y en Broadway puedes recorrer decenas de esas alucinógenas tiendas de santería donde Se hacen limpias y amarres.

Claro, Kinsey dice eso porque ella vive en Santa Bárbara, una de las ciudades que más se asemeja a la idea común del paraíso. Pero yo soy de la Margen Izquierda de la ría de Bilbao, así que el centro de Los Ángeles me parece raro y exótico, sí, pero no exactamente un sitio del que salir huyendo.

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

"G de Guardaespaldas": Kinsey y el sexo

Predigo desde ahora que con el título de esta entrada, como dice Borja Pérez, la voy a petar: voy a obtener el récord de visitas en este humilde blogsito; visitas que, por supuesto, no durarán más de un segundo, pues enseguida verán que esto va de literatura y saldrán huyendo; iba a escribir "huyendo con el rabo entre las piernas", pero, dado el contexto, mejor no lo escribo.

Como digo, esto va de literatura, de Sue Grafton, de su Alfabeto del Crimen, de su protagonista, la detective Kinsey Millhone, y de la última letrita que ha salido en bolsillo, que es la G de Guardaespaldas.

La G es una de mis letras preferidas de la serie. Creo que escribo esto siempre que hablo de cualquier novela del Alfabeto, pero de verdad que así lo siento, qué le voy a hacer si me entusiasmo con casi todas.

Un puntazo de esta entrega es que aquí aparece el gran Robert Dietz, el guardaespaldas del título, uno de los grandes amores de la vida de Kinsey, la detective protagonista, que no es lo que se dice una tía enamoradiza ni hombreriega.

Las escenas de amor o sexo (llámenlo como quieran) no abundan en el género negro-policial. Hay autores,
como Lorenzo Silva, que las evitan a toda costa. Silva se refugia hábilmente en el pudor de su personaje narrador para no contar nada carnal. Y lo comprendo, porque se la juega, porque en tales circunstancias se camina por terrenos resbaladizos, alambrados, minados y con cocodrilos; porque es jodidamente difícil no caer, por un lado, en la ñoñez y en lo rosa manido y, por otro, en lo soez y en el mal gusto.

Grafton, sin embargo, lo hace requetebién. Leed, por ejemplo, cómo cuenta Kinsey que la golpea el deseo:

Sentía la lengua de la ansiedad subiéndome por las piernas, calándome la ropa, un sentimiento antiguo y misterioso como el mundo, el único antídoto de la humanidad contra la muerte.

Coincido con Grafton: siempre he pensado que el sexo es justo lo contrario de la muerte.

G de Guardaespaldas (G is for Gumshoe, 1990)
Traducción de Antonio Prometeo Moya
Tusquets Editores
Edición en Fábula: 2009

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lunes, 9 de noviembre de 2009

Ha vuelto a hacerlo


No contento con ganar, como ya os conté, el primer premio en el concurso de cortometrajes contra la violencia de género que organiza el Ayuntamiento de Mondragón, con Tres de azúcar, ahora va Jesús Cansino López y gana el premio de la sección temática "Femenino Plural" en la Muestra de Cortometrajes Ikuska de Pasaia (Guipúzcoa) con El trabajo de Sofía, al que pertenece la foto que os he puesto.

¿Y yo qué voy a decir? Pues que, por haber colaborado en la traducción de los subtítulos, acepto encantada otra vez el pedacirritito de premio que me toca y que voy a ir encargando el vestidazo pa la entrega de los Oscar.


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sábado, 7 de noviembre de 2009

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El tren patera


Últimamente los hispanos de Estados Unidos se me aparecen por todas partes, aunque no me debería extrañar, ya que son legión: Estados Unidos es el país del mundo con mayor número de hispanoparlantes; hace años que superó los cuarenta millones de España.

Se me aparecen, como digo, en la última entrega del Alfabeto del Crimen que ha salido en bolsillo; se me aparecen en los dominicanos de Nueva Jersey de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz (ambos libros próximamente en sus pantallas), y se me aparecen, sobre todo, en Sin nombre, la ópera prima de Cary Joji Fukunaga, que se ha llevado los premios a la mejor dirección y a la mejor fotografía en el Festival de Sundance de 2009.

Fukunaga nos cuenta la historia de los mexicanos que se van y la de los que se quedan. Los que se van no son sólo mexicanos, sino centroamericanos en general, más hombres que mujeres, que van a parar a la estación de La Bombilla, en Tapachula, Chiapas, al sur de México, de donde parte un mercancías que recorre el país enterito hasta la prontera con EEUU. La peli se convierte, pues, en un terrible film de aventuras, una especie de diez negritos agathachristieneano, pues desde el principio sabes que, de los que parten, no llegarán todos, que irán cayendo del tren por el camino, y no sólo en sentido figurado.

Pero Sin nombre también cuenta la historia de los que se quedan, de los que ingresan nada más y nada menos que en la terrorífica Mara Salvatrucha, la MS, que santifica casi todo lo malo de este mundo (la violencia, el odio a lo diferente, el sexismo más atroz) y obra el milagro de convertir en asesinos a niñitos de doce años.

En el film hay violencia, claro, y mucha. Sin embargo, no va hasta el fondo, se relame en toques estéticos y más que nada, se insinúa, pero ya así es suficientemente insoportable. Y bajo la miseria y la mugre brilla un poquito de cariño y de solidaridad; o sea, de esperanza.

Sin nombre
Dirección y guión: Cary Joji Fukunaga

México y USA, 2009
Interpretación: Paulina Gaitán (Sayra), Edgar Flores (Willy, el Casper), Kristyan Ferrer (el Smiley), Tenoch Huerta Mejía (Lil' Mago), Diana García (Martha), Luis Fernando Peña (el Sol), Héctor Jiménez (Leche)
Música: Marcelo Zarvos
Fotografía: Adriano Goldman

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