sábado, 18 de mayo de 2019

Pecho Frío



En Lima, esa ciudad para mí mítica que solo conozco a través de la literatura y de Google Earth, habita Pecho Frío, el treintañero más anodino que te puedes echar a la cara; empleado de banca, encorbatado pobre y aburrido, predecible y vulgar, que, de repente, por pura chiripa, de la forma más insustancial, se encuentra siendo objeto de tremenda atención mediática.

La vida de Pecho Frío cambia en horas, en minutos, y de una existencia monótona y tediosísima da el paso (o le dan el empujoncito; un poco de todo) que lo introduce en una escalada demente que imperceptiblemente casi lo coloca, como arrastrado por un torbellino, en la presidencia de la República del Perú.

Para este relato cuya moraleja podría ser que todo el mundo es corrompible, Bayly ha elegido un tono de farsa en el que los personajes se llaman Pecho Frío, Poto Roto, Culo Fino, Chucha Seca, Lengua Larga… No tiene nada de corrección, pues, y, sí, en cambio, bastante de mal gusto y de farsa, de bufonada, porque seguramente sea ese el tono más adecuado y el que vaya a dar una noticia más fiel y más exacta de una Lima desquiciada pero muy real: barrios, calles, entidades, instituciones y empresas mantienen sus denominaciones, al contrario de lo que ocurre con los personajes, que, como digo, lucen apelativos crueles y descriptivos como Gorda Pasiva o Mama Güevos.

El desquicie de Lima, del Perú entero, ya estaba presente en la magnífica “La lluvia del tiempo”, escrita también por Bayly como novela en clave, pero con más pistas, con personajes más reconocibles y menos astracán.

Son bastante protagonistas de “Pecho Frío” los medios de comunicación. Y Bayly sabe de lo que habla, pues ha trabajado en televisión durante décadas. Los medios tienen el poder de encumbrar a un cualquiera, un don nadie, como Pecho Frío, al culmen de la notoriedad, de la popularidad. De encumbrar o de enfangar, según se mire. Todo el mundo (en esta novela y en la realidad) parece despreciar a los medios, su ramplonería, su mal gusto, su crueldad y su descaro, todo el mundo se refiere a ellos con suficiencia, con altanería, con una pose de hartazgo, pero todo el mundo vive pendiente de lo que producen y todo el mundo quiere subirse al carro del famoseo y participar del oropel que lo rodea.

Lamento mi desconocimiento de la actualidad política, económica y social del Perú porque eso me priva de saber a quién se refiere Bayly con esos nombres y apellidos despellejantes. Llego a alguna conclusión que no me atrevo a compartir aquí porque no estoy segura, pero alcanzo, cómo no, qué menos, a reconocer al propio Bayly en ese Niño Terrible que aparece hacia el final de la novela: un tipo de vuelta de absolutamente todo, que no trabaja, que vive en la playa feliz y solo, que se la pasa fumando porros el día entero y dedicado exclusivamente a chiquilladas y travesuras que le diviertan.

“Pecho Frío” es, como digo, un relato muy destructivo que no se apiada de nadie. Así como en “La lluvia del tiempo” había una niña, una menor, que encarnaba la esperanza en el futuro, la valentía, la sinceridad, la fidelidad o, al menos, el respeto a la verdad por descarnada que sea, ahora, en “Pecho Frío”, donde no aparecen niñas ni niños, todo el mundo está podrido; cada cual de lo suyo (envidia, avaricia, ansia de venganza, de poder y notoriedad…) y algunos especímenes selectos, de todo.

Sin embargo, el final sabe ser tierno y se esfuerza un poquitín por que nos apiademos del pobre Pecho Frío, a quien, en las penúltimas páginas se le pasa la vida por delante, como en diapositivas, de manera que, aunque ya al final, in extremis y en ráfagas fotográficas, por fin sabemos con seguridad lo que veníamos sospechando desde el principio: que no es más que un pobre hombre, un pobre diablo, un cuitao, un desdichao, exactamente igual que mucha de la gente que se nos aparece envuelta en un destelleante halo de celebridad.

Jaime Bayly:
“Pecho Frío”
Alfaguara 2019