martes, 28 de junio de 2011

El silencio de los claustros

Alicia Giménez Bartlett: El silencio de los claustros, Destino 2009

Tenía pendientes unas líneas sobre esta última entrega de las aventuras de Petra Delicado, después de haber escrito sobre las seis anteriores:
- Ritos de muerte
- Día de perros: 1 y 2.
- Mensajeros de la oscuridad: 1 y 2.
- Muertos de papel
- Serpientes en el paraíso
- Un barco cargado de arroz
- Nido vacío

A estas cuatro últimas novelas les dediqué siete entradas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Sí, he contado bien, siete.

Como decía, El silencio de los claustros es la última entrega de las aventuras de Petra Delicado; la última de momento, claro, porque su autora, Alicia Giménez Bartlett ya tiene las manos puestas en otra novela de la serie que, al parecer, se desarrollará en Italia. Por cierto, ¿a qué os recuerda el nero e giallo de la portada?

El silencio no ha conseguido atraparme como lo hicieron las anteriores novelas, seguramente por su trama arriesgada y descabellada (un monje restaurador de momias medievales es asesinado y la momia que restauraba, secuestrada), que no acaba de entroncar con ese noir barcelonés canalla que es el que a mí de verdad me gusta.

Con todo, la novela se tiene en pie y cuenta con ingredientes muy para todos los públicos: un poco de historia de Cataluña (siempre se aprende algo y a mí, por ejemplo, falta me hace, porque soy un poco burra en asuntos históricos), unas gotitas de vidas de santos, iconografía y curiosidades varias sobre el culto a las reliquias (no hace falta deciros que este apartado me encanta), otra pizca de asuntos familiares enrevesados (ahora Petra está casada con un hombre que tiene cuatro hijos y dos ex mujeres), un puñadito de consideraciones sobre nuestra estúpida manera de comportarnos con los niños y la prosa jugosa de siempre, muestra de la cual os daré en la próxima publicación de los tradicionales párrafos selectos.

Hasta prontito.

sábado, 25 de junio de 2011

In memoriam

Michael Jackson
19 de agosto de 1958 - 25 de junio de 2009

"Jackson ha llevado el ideal del morphing a su más alto grado de absurdo y perfección. Utilizó todas las tecnologías corporales disponibles, desde el disfraz hasta la cirugía estética, desde los videoclips hasta las transformaciones por ordenador, para remodelarse, modificando los marcadores de la edad, del género y de la raza. Es el emblema del mestizaje identitario que se presenta como el ideal-tipo del nuevo mundo global."
Christian Salmon: Kate Moss Machine


"Su cuerpo en perpetua transmutación interpreta y reinterpreta los problemas de raza, la generación y género. Jackson se metamorfoseó en una criatura ni blanca ni negra, ni macho ni hembra, ni hombre ni mujer, ni vieja ni joven, ni humana ni animal, ni personaje histórico ni figura mitológica, ni homosexual ni heterosexual."
Donna Haraway: Manifiesto cyborg




martes, 21 de junio de 2011

Luis Rojas Marcos

El Instituto Vasco de Administración Pública (IVAP) publica de vez en cuando unos cuadernitos con entrevistas a gente interesante. La última es una charla de diecinueve sabrosas páginas con Luis Rojas Marcos, que me ha dado mucho que pensar.

Os pongo, pues, unos párrafos selectos, a ver qué os parecen. Por supuesto que yo también daré mi opinión, que por algo este blog es mío.

Aclaro que la traducción-adaptación es mía y que menudo lío: supongo que la entrevista se la harían en castellano y luego alguien la ha traducido al euskera. Ahora voy yo y la traduzco otra vez al español. Nada más parecido al teléfono descacharrao.

El estrés está incluso bien visto. Si alguien tiene estrés, la gente dice:   "Pobre hombre, estará haciendo un trabajo importante."  Sin embargo, decir   "estoy cansado, nervioso, asustado, ansioso, deprimido" no tiene el mismo significado ni la misma fuerza.
Claro que no, Luis. Por eso a los hombres les diagnostican estrés y a las mujeres, depresión. La depresión está más conectada con la debilidad y el estrés, con la acción y la tensión.

El optimismo tiene mala prensa en Europa. Creer que la vida tiene aspectos positivos se relaciona con la ignorancia y la simplicidad.
Es verdad. Ser optimista es como ser bobo. Los intelectuales europeos somos serios y malhumorados y no nos divertimos nunca. Reírse y ser feliz es de tontos y de incultos.

El pesimismo en Europa es social, cultural, no individual. Si preguntas a la gente uno por uno, te dirán que se consideran optimistas y que viven bastante bien. Sin embargo, piensan que el mundo está fatal.
El pesimismo tiene mucho de pose.

Para que la edad no nos convierta en una caricatura de nuestro pasado, para no vivir encerrados en nosotros mismos, necesitamos actividad, pero también debemos desterrar para siempre ciertos prejuicios y estereotipos sobre la edad, que son, como siempre, fruto de la ignorancia.
Muy de acuerdo, Luis. La dictadura de la estética que vivimos no admite la vejez. A menudo la edad avanzada se usa como arma arrojadiza, como insulto contra alguien. Contra las mujeres, mucho más a menudo. No hay más que ver un poco la tele para oír alguna monstruosa vejación de ese tipo. Contra esto hay que reaccionar enérgicamente, antes de que sea demasiado tarde.

La industria del entretenimiento ofrece a los jóvenes modos de diversión que no requieren de grandes desembolsos económicos. El consumismo es un ingrediente básico de la infancia, pero en la juventud desciende mucho el ansia de comprar cosas indiscriminadamente.
Eso será en los Estados Unidos, Luis, porque aquí no veo yo que descienda nada; todo lo contrario. El consumismo en la infancia lo ejercen los padres y el resto de la familia, que inundan a las criaturas de objetos que ni quieren ni necesitan. Y, luego, en la adolescencia, las criaturas siguen pidiendo cosas, artilugios, cacharros, desde consolas y teléfonos a coches y motos, pasando por ropitas varias, que cuestan cada vez más pasta. Y la industria no deja de empujarnos a todos hacia el consumo.

Para aprender hace falta, primero, sentir la necesidad de aprender; luego, saber cómo aprender; y por último, aprender.
Es verdad. Así que no es tan fácil.

Los seres humanos estamos genéticamente programados para sentirnos bien. Es una tendencia natural, igual que las heridas tienden a curarse, igual que necesitamos comer, tendemos a engañarnos a nosotros mismos, de una manera muy saludable, claro.
A Woody Allen le he oído alguna vez eso de "no sé cómo algunas personas pueden soportar la vida". Pues he aquí la respuesta. ¡Bendita programación genética que nos inyecta gafas rosas y nos impide ver la cruda realidad!

La depresión mata en Occidente más que el cáncer y que el sida, pero no se le dedica tanta atención, porque todavía está marcada por el estigma histórico de las enfermedades mentales. La psiquiatría tiene poco más de un siglo de existencia. Es todavía un ámbito bastante nuevo.
Sí, la enfermedad mental es todavía bastante tabú. Incluso abunda demasiado la opinión de que quien se deprime es porque quiere.
 
La gente con menor preparación intelectual y mayor estrés tiende más a la obesidad. En Estados Unidos, la pobreza, el estrés y la marginalidad empujan a la gente a comer más, pues necesitan algo que les alegre la vida y de esa manera luchan contra su impotencia. El asunto se complica con el culto a la delgadez de esta sociedad nuestra.
Uy, qué afirmación más delicada. Unir obesidad y pobreza no me parece extraño, puesto que algo tiene que ver con la comida barata y de mala calidad. Lo de la escasa preparación intelectual, en cambio,no acabo de verlo claro,pero seguro que Rojas Marcos sabe lo que dice.

martes, 14 de junio de 2011

U de ultimátum: un puzle

Ya, ya os dejo de dar la vara con esta novela. Lo que pasa es que tenía algunas cositas escritas y me daba pena dejarlas sin publicar. Os prometo que ya me pongo a leer otra cosa. Palabrita del Niño Jesús.

Grafton ha construido el relato como un puzle que se comienza por los bordes, por las esquinas. Va poniendo piecitas sueltas a modo de marco y, pasito a pasito, como en círculos concéntricos, va acercándose al meollo, de manera que la figura principal se nos revela a poquitines y a trompicones, porque en ciertos momentos algunas fichas resulta que estaban mal ubicadas, ha habido que quitarlas y luego se han quedado por ahí perdidas, sin recolocar. ¿A alguien le ha sucedido lo mismo?

La novela me ha atrapado, me costaba soltarla de las manos y andaba ansiosilla buscando los momentos de retomarla, así que puede ser que la impaciencia me haya impedido colocar esas piezas sueltas en su debido sitio, pero si se han quedado por ahí sin encajar, tampoco pasa nada. Nunca he conseguido, por ejemplo, cuadrar El halcón maltés. Ni yo ni nadie, sospecho. ¿Y qué?

Algunas de las fichas del puzle pertenecen a los años 80, que es la década en la que se encuentra atrapada la detective Kinsey Millhone y de la que no saldrá jamás, pues, según declaraciones de su creadora, su última novela, Z is for Zero, tendrá lugar en 1990. Otras fichas, en cambio, son de la década de los 60, de cuando a la alta burguesía californiana le salieron hijas e hijos hippies. Grafton aprovecha para confrontar esas dos maneras de vivir y criticar ambas. Tiene, por ejemplo, una visión bastante desencantada, desestereotipada, desmitificada, de la familia, la paternidad y la maternidad y no deja de señalar que, si los hippies le daban bien a la maría, sus mamás y sus papás tampoco soltaban el vaso con el whiskazo.

Tanto en una década como en otra, la detective Millhone sigue sin usar, por supuesto, ni Internet ni teléfono móvil. Se tiene que servir, pues, de guías telefónicas y directorios y debe permanecer anclada en su despacho cuando espera una llamada importante. Tampoco tiene fax; cuando necesita enviar uno, acude a una oficina que se lo presta. Y dice: "Algún día claudicaré y acabaré comprándome uno." Qué graciosa es mi Kinsey.

Y, para acabar, querría saber si alguien de ustedes ha leído la novela y le ha parecido que el exitoso escritor Jon Corso se parece demasiado a James Ellroy. A mí, desde luego, esa impresión me ha dado: no tiene madre, se convierte en un merodeador juvenil, se obsesiona con la ropa interior femenina y su genialidad solo aflora cuando es capaz de aprovecharse de su odio y reciclarlo en materia literaria. Bueno, en esto último se parece también a Grafton, ¿no?

sábado, 11 de junio de 2011

Midnight in Paris

Este sábado 11 de junio, día de San Bernabé, apóstol y mártir, en el que se eligen unas cuantas alcaldesas y mogollón de alcaldes, aprovechando que me toca publicar en Zinéfilaz, huyo (no literalmente) a París y le escribo una cartita de amor a mi viejo amigo Woody Allen.

Y ya que hablamos de alcaldes y de París, he encontrado esta página de la Wikipedia en la que aparecen todos ellos (ellos, pues no hay ni una señora) hasta el actual, Bertrand Delanoë (uy, casi casi se llama como yo), de 61 años, socialista, nacido en Túnez, licenciado en economía y derecho en Toulouse y uno de los pocos políticos franceses que habla abiertamente de su homosexualidad.

No me voy más por las ramas. Pasaos por Zinéfilaz a leer sobre la peli y feliz mandato municipal a todo el mundo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Los últimos párrafos selectos (lo juro) de "U de ultimátum"


[Vaya: en francés también les ponen doble título a las novelas del Alfabeto del Crimen]

Algunas personas quedan atrapadas en una etapa de la vida de la que nunca llegan a salir.
Pues sí, así es. A veces es en lo físico, otras en lo anímico; otras en lo estético. Hay gente que madura pronto y permanece en una eterna madurez hasta la ancianidad extrena, sin más etapas. La ausencia de evolución mental da para una tesis doctoral entera, así que mejor lo dejo.

Eran simpáticas conmigo como suelen serlo las chicas que se saben mejores.
Otra vez ha dado en el clavo Grafton. La amabilidad puede ser perversa, pero siempre es preferible a la antipatía.

Las mujeres mandonas me relajan, porque me evitan tener que tomar decisiones. Las mujeres manipuladoras son las que me sacan de quicio.
Yo también rompo una lanza (¿de dónde vendrá esta expresión?) por las mujeres mandonas, que tienen tan mala fama. ¡Qué curioso! Nunca he oído que a un hombre lo criticaran por mandón.
De acuerdo otra vez con Grafton: las peores son las mosquitas muertas.

lunes, 6 de junio de 2011

Más párrafos selectos de "U de ultimátum"

[Fijaos: en alemán les ponen doble título a las novelas de Grafton]

No se me da muy bien la conversación trivial.
En eso nos parecemos, Kinsey, querida. Soy antipatiquísima en los ascensores y no me suele gustar ir a actos sociales donde hay que hablar de tontadas. Esta es una carencia grave de habilidad social. ¿Aprenderé algún día?

El bocadillo era una auténtica bomba que me eprmitía una vez al año: una capa gruesa de paté de hígado con mayonesa y pepinillos en rodajas muy finas, con pan de masa madre recién hecho.
Ya sé que no fomento buenos hábitos, pero me río siempre mucho con esta afición de Kinsey a la comida basura, supongo que para tocar las narices a tanto investigador gourmet.

Enumerar toda esa sarta de desgracias no hacía sino empeorar las cosas y avivaba recuerdos dolorosos que habría sido preferible olvidar.
Igual me condena a muerte el colegio de psicólogos, pero siempre he desconfiado de las supuestas bondades de la verbalización.

Pues todavía me queda algún otro párrafo selecto. Hasta prontito.





jueves, 2 de junio de 2011

Párrafos selectos de "U de ultimátum"

Yo no salgo a correr porque sea bueno para la salud. Corro (casi) a diario cinco kilómetros por vanidad y porque me aporta serenidad. El silencio me permite organizar los pensamientos.
Eso dice mi querida Kinsey Millhone y resulta que servidora de ustedes también trota cuando su natural tendencia a la vagancia no se lo impide. Yo también lo hago por vanidad y coquetería, pero también por salud (tengo unos antecedentes familiares terribles) y porque me gusta demasiado comer. También prefiero el silencio a los cascos con música y la serenidad la obtengo solo cuando el paisaje me la proporciona.

Si pagas el salario mínimo, no puedes esperar un trabajo bien hecho. No parece que nadie se dé cuenta de eso.
Qué razón tienes, amiga Kinsey. Qué ganas me entran de ponerme a disertar sobre el paro juvenil y las condiciones laborales indignas. Pero no, me voy a contener.

Me gustan los bolsos grandes llenos de recovecos: compartimentos exteriores para revistas y libros, bolsillos interiores -unos con cremalleras, otros sin- y una bolsita en un extremo para las llaves del coche.
O tempora, o mores sin teléfonos móviles, ni tablets ni ordenadores portátiles. A mí también me gustan los bolsones maletones, aunque mi espalda empieza a resentirse.

Habrá más párrafos selectos. Permanezcan atentos a sus pantallas.