sábado, 27 de julio de 2013

No has dado ni una, Craig Johnson

La lengua vasca, el euskera, tiene cuatro dialectos distintos y muchísimos modos verbales, incluyendo el subjuntivo, dos potenciales, un condicional y un consecutivo.

Craig Johnson:
Death without company, 2006
Una muerte solitaria
El segundo caso del sheriff Walt Longmire
Siruela/ Policiaca 2012
Traducción de María Porras Sánchez

Vamos a ver, Craig Johnson, hijo de mi vida, ¿qué pasa? ¿No hay Wikipedia en Wyoming?
¿Pero dónde te has documentado? ¿En el episodio de MacGyver y los vascos?



[Mila esker, Inma Taboada.]


Otra entrada sobre Una muerte solitaria en Boquitas Pintadas:
La desconsideración de morir en invierno en Wyoming

viernes, 19 de julio de 2013

La desconsideración de morir en invierno en Wyoming

Quienes tenían la desconsideración de morir en Wyoming en pleno invierno se encontraban con metro y medio de tierra congelada que los separaba de su lugar de descanso eterno. Encendían una fogata y dejaban que ardiera durante un par de horas, para derretir el hielo y poder cavar la tumba.

El ataúd tradicional chino es rectangular y tiene tres resaltes. Los chinos nunca entierran a nadie vestido de rojo, porque creen que podría convertirse en fantasma.

Los antiguos egipcios extirpaban los órganos principales y los guardaban en vasijas.

Los vikingos colocaban al muerto en una embarcación con todas sus pertenencias, luego le prendían fuego y dejaban que despareciera en el mar. Para ellos la muerte no era más que otro viaje.

Los mogoles montaban el cuerpo en un caballo para que galopase hasta caer.

Supongo que el trabajo de enterrador te vuelve solitario.



Craig Johnson:
Una muerte solitaria
El segundo caso del sheriff Walt Longmire
Siruela/ Policiaca 2012
Traducción de María Porras Sánchez
La adaptación es mía.

sábado, 13 de julio de 2013

¿W de qué?



Leo en la web de Sue Grafton que el 10 de septiembre saldrá a la venta en los Yueséi W is for Wasted; es decir, la W del Alfabeto del Crimen con mi adorada Kinsey Millhone como protagonista.

Os traduzco el comienzo.

Aquel otoño dos cadáveres me cambiaron la vida. A uno de ellos lo conocía; al otro no lo había visto nunca, hasta que me lo mostraron el la morgue.

El primero era un detective privado de la localidad con no muy buena reputación. Le habían disparado cerca de la playa de Santa Teresa. El otro había estado durmiendo en la misma playa seis semanas antes. Un sintecho, probablemente. No llevaba documentación; solo un papelito con el nombre y el teléfono de Millhone en el bolsillo del pantalón. El juez la citó en el depósito para que si lo identificara. 
Eran dos muertes sin aparente relación entre ellas. Una, por asesinato; la otra, en principio, por causas naturales.

No quisiera estar en el pellejo de la traductora o traductor que tenga que poner el título en español, tan escasas son las palabras castellanas que comienzan por w. El DRAE  apenas ofrece wagneriano, walón, washingtoniano, weberio, westfaliano...

 Lo más criminal y a la vez razonable sería W de Whisky o W de Wolframio. La segunda es más improbable, porque si en la novela no aparece el wolframio para nada, va a sonar forzado.  Lo del whisky pinta mejor, porque, aunque no aparezca en el texto original, tampoco pasaría nada grave si en la traducción pusiéramos a algún personaje a trasegarlo.

¡Ay, madre, qué ideas más perversas estoy dando!

¿A ustedes qué les parece? ¿Se les ocurre algo?
 
Actualización. Señoras y señores de Tusquets: ya hay propuestas viables.

domingo, 7 de julio de 2013

La moral serpentea

En veinticuatro años los tabúes tienen tiempo de licuarse como muñecos de nieve que nunca llegan a la primavera.

La humanidad es frágil. La moral serpentea a través de los siglos. Ciertos valores se olvidan o se redescubren una y otra vez, según las necesidades de alimentación, de producción, de adaptación a las nuevas tecnologías.

En el sótano los valores se transformaron a golpes de dolor, empujados por el eterno encierro, por la infinita distancia que separa la luz de la oscuridad, por la ausencia de tiempo cuando no hay día, cuando es de noche siempre.

En veinticuatro años puede venirse abajo una civilización entera.

Régis Jauffret

Claustria

Éditions du Seuil 2012

La traducción y la adaptación son mías.
Otras entradas sobre Claustria en Boquitas Pintadas: De nazismo y monstruos en Austria

lunes, 1 de julio de 2013

Mussche

Robert Mussche creía firmemente que lo que mueve el mundo es el amor; tuvo tres grandes amores.

Amó a sus dos hijas, que curiosamente se llamaron igual. La primera fue Karmentxu Cundín, la niña de la guerra, la exiliada de Bilbao que Robert acogió en su casa de Gante. La segunda fue su hija biológica Carmen Mussche, a quien bautizó con el mismo nombre de su primera hija en un intento lírico de recuperarla, pues Robert perdió el rastro de Karmentxu una vez que la dictadura franquista obligó al retorno, en bastantes casos involuntario, a muchos de los niños y niñas repartidos por Europa.

El otro amor de Robert fue su esposa Vic Opdebeeck, a quien quiso profunda y desapasionadamente, porque Robert era  idealista, intelectual, sentimental y nada pasional. Para Robert la belleza y la bondad iban de la mano y tenía sus propias ideas sobre lo erótico:

  Pero, Robert, ¿no te parece hermoso el erotismo oscuro de Klimt? ¿No te seduce esa Judith fuerte y poderosa y su desnudez arrogante? 

  Yo prefiero otro cuadro de Klimt, Las Amigas, porque su erotismo tiene más que ver con el sosiego.
Finalmente, el gran amor de Robert, ese amor ideal que siempre persiguió, fue su amigo Herman, su compañero inseparable de juventud.

Herman publicó un libro sobre su relación con Robert y eso provocó el distanciamiento entre los dos amigos; algo frecuente en literatura. Lo mismo le pasó décadas después en otro continente a Jaime Bayly cuando publicó No se lo digas a nadie, que mucha gente se vio reflejada en los personajes y no le gustó su imagen más o menos distorsionada. Así, para disculparse escribió años después Los amigos que perdí

El amor de Robert hacia Herman siempre fue descompensado: Herman siempre se llevó la mejor parte; desde el principio, porque Herman era de familia rica y Robert de familia pobre, hasta el final, porque Herman sobrevivió a la guerra y sobrevivió también a la muerte y al olvido, ya que tuvo una carrera literaria con el seudónimo de Johan Daisne.

Robert siempre amó mucho más de lo que lo amaron. A pesar de que toda la novela es un canto a los afectos, deja entrever un anhelo que no se acaba de colmar:
El amor humano nunca es simétrico. Ni entre amigos ni entre amantes. Ningún amor es justo jamás.

Kirmen Uribe: Mussche, Susa 2012

La traducción y la adaptación de los fragmentos citados son mías.


En español, Lo que mueve el mundo, Seix-Barral 2013


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