lunes, 31 de octubre de 2011

Segunda crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Aquí quien más y quien menos, y me incluyo, se ha hecho su Máster en Vulcanología de la Señorita Pepis. Se descubre una en una tasca intercalando en la charla, como si tal cosa, como si los usara de toda la vida, términos cuales "tremor", "energía acumulada" y "reacomodación tectónica".

Cuesta oír hablar de otra cosa en terrazas, bares y restaurantes. Y es que el día de ayer fue duro: a las ocho menos cuarto de la mañana, para empezar bien el cambio de hora, ¡toma pepinazo de 3,9 en Frontera! Yo me alojo en La Caleta, fuera de la zona de actividad sísmica, así que no noté nada.

El segundo seísmo gordo del día, de la misma intensidad, fue a las 13:05. Ese ya me pilló más cerca: iba yo entonces a comer al restaurante del Mirador de la Peña y allí me contaron que les hicieron chinchín las botellas ellas solitas en las estanterías. Yo, para variar, tampoco noté nada.

 Vista de Frontera desde el Mirador de la Peña

Después de comer me bajé a La Restinga. Ya sabéis: el pueblo que evacuaron y desevacuaron hace unos días. La Restinga siempre ha sido lo más animado (y lo más feo; lo siento, todo hay que decirlo) de la isla, gracias a los clubs de submarinismo y a los restaurantes de pescadito. Pues bien, la erupción submarina ha acabado con ambos negocios y está el pueblo más triste que nunca.

 El puerto de La Restinga vacío de embarcaciones

Me tomé una tónica en una terraza del paseo marítimo. La gente difundía rumores de (otra) evacuación, aunque la única señal visible eran un par de autobuses del ejército aparcados en una esquinita del barrio, y permanecía atenta al más mínimo cambio de color en la dichosa mancha y en toda la superficie del agua: "Está más verde". "Pues esta mañana se veía más marrón".

Un camarero, cabreadísimo, echaba pestes contra "esta gente de Tenerife que viene aquí con sus cámaras a arriesgarse". Como no soy de Tenerife, no me dí por aludida.

Luego me paseé un rato por el pueblo, como digo, más triste y vacío que nunca; tanto que, a ratos, como no veía un alma, me preguntaba: "¿Habrán evacuado y habrán avisado a todos menos a mí?"

Seguiremos informando.

domingo, 30 de octubre de 2011

Crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Al principio parecía la boda de la infanta, dice un señor de aquí, de El Hierro. Y es que la atención mediática fue desmesurada: todo elmundo cámara en ristre dispuesto a captar lo que sucediese. Pero pasaban los días, la hecatombe no acababa de suceder y se fueron marchando.

La sobreatención mediática tuvo, eso sí, efectos contraproducentes para el turismo: mucha gente pensó que no dormiría tranquila en esta isla que es la calma islificada y anuló sus reservas. Por lo que a mí respecta, más de uno se ha sorprendido de que yo no haya hecho lo mismo. Pero os juro que esto está tan plácido y tan aburrido como siempre.

Los terremotos son de escasa magnitud; pocos se perciben. Ayer estaba yo en la zona de actividad sísmica a la hora en que se produjo uno de 3,6 y no noté nada; ni un temblorcete de ná. Me fui al restaurante venezolano de siempre a comerme el pabellón de siempre como siempre. Sin novedad.

Mi casero dice que ha sentido dos temblores; y fuera de la zona, curiosamente. Dice que es un poco desagradable, que se siente uno empequeñecido, inútil, y que duda de la capacidad humana de reaccionar con sensatez en tales circunstancias. 

La gente está preocupada por la mancha, la que ha dejado, visible sobre la superficie marina, la erupción que se ha producido en el fondo. Al principio solo se percibía desde el extremo sur. Ahora se va extendiendo hacia el sur y hacia el noroeste, de manera que ya se ve en Frontera.


Esta es una foto de la mancha de hace varios días. Ahora ya ha doblado el extremo occidental y, como os digo, se ve desde El Golfo.

Seguiremos informando.

sábado, 29 de octubre de 2011

Esta vez es diferente

No sé cuántas veces he estado en El Hierro; un puñao. Pero el viaje de este año es como nunca; es diferente.

El Hierro era la-isla-donde-nunca-pasa-nada. No salía ni en el informativo de la Televisión Canaria. Poca gente sabía señalarla en el mapa. Pero todo esto, claro, lo tengo que escribir en pasado, porque allá por julio empezaron los terremotos y ya nada fue igual.

Eran terremotitos suaves, no superaban, salvo raras excepciones, los 3,8 grados en la escala de Richter, pero allí todo el mundo sabía que presagiaban algo. Y ese algo fue una erupción submarina, al sur de la isla, frente a La Restinga.

Ahora El Hierro ya no es portada, porque han pasado otras muchas cosas (algunas incluso buenas) que la han empujado hacia las páginas interiores de los periódicos. Pero los movimientos sísmicos continúan.

Y ahora es cuando yo me voy para allá, como tenía planeado desde mucho antes de que la tierra empezara a moverse. No sé qué me voy a encontrar, pero lo que sea os lo contaré. Hasta prontito.

viernes, 28 de octubre de 2011

Petros Márkaris en Bilbao

El miércoles 26 en la librería Elkar de Bilbao, Petros Márkaris presentó Con el agua al cuello, última novela con el policía ateniense Kostas Jaritos.
El señor Márkaris nos dijo cosas como estas.

En esta nueva novela Kostas Jaritos investiga varios asesinatos de banqueros, lo cual alguien podría definir como un buen comienzo. Yo quería contar que en el siglo XXI la gente sigue matando por dinero, algo que ya sucedía en la antigüedad. Lo malo perdura.

Grecia está viviendo hoy una tragedia que no se representa en un teatro, sino en dos guarderías infantiles: el Parlamento Europeo y la Unión Europea. 

Grecia no tiene solución. La gente está deprimida, no tiene valor ni esperanza y así no se puede empezar de nuevo. Muchos griegos creen que toda la culpa es de Europa, pero no es así, nosotros también hemos hecho algo mal. En mi opinión, en los últimos treinta y cinco años, Grecia ha vivido tres fases: la primera va de 1975 a 1981; tras la dictadura militar vino el optimismo,  la ilusión; acabamos con la monarquía, que fue muy perjudicial para el país, y conseguimos la democracia por la que tanto habíamos luchado. La segunda fase la marca la entrada en Europa: fue la era de las falsas ilusiones: nos creímos ricos, teníamos coches y dos viviendas. Pero en 2009 vino la tercera fase, la de la total desilusión y nos dimos de bruces contra la brutal realidad. 

¿Que si la crisis me inspira como escritor? ¿Quieres una respuesta intelectual o una respuesta sincera? La crisis es horrible, pero también un paraíso para la novela negra, porque en cada esquina te encuentras una historia buenísima.

El sentido del humor tiene mucho que ver con mi forma de ser y con la de mi generación. Hemos vivido muy mal y eso nos ha enseñado que la ironía, el sarcasmo y el cinismo son armas eficaces contra la depresión, muy valiosas en tiempos oscuros.

En Grecia la gente poseía la cultura de la pobreza: sabía vivir, convivir con la pobreza. Había hecho suyos los valores morales de la pobreza. Pero esa sabiduría ya se ha perdido, porque la gente solo conoce la cultura del bienestar, qie identifica erróneamente con el consumo, con el gastar dinero. La cultura del bienestar nos ha destruido.

La novela negra mediterránea y la nórdica son completamente diferentes. La diferencia fundamental está en la forma de asesinar: los asesinatos en el Norte son brutales y esto tiene que ver con su imagen de sociedad abierta, liberal y tolerante que esconde la brutalidad bajo la alfombra
En el Sur, en cambio, hemos vivido recientemente guerras, dictaduras, pobreza, opresión; hemos conocido de verdad la brutalidad y por eso no queremos más, no necesitamos reflejarla en las novelas. 
Los asesinatos sureños son más humanos; no los perpetran monstruos, sino gente corriente que se ve empujada a traspasar sus propios límites. En las novelas hay piedad, hay compasión hacia el asesino.


Otra diferencia fundamental entre el Norte y el Sur está en la comida. Y esto también tiene que ver con el desarrollo social. La emancipación femenina llegó antes al Norte y eso fue bueno para las mujeres, pero malo para la cocina. Por eso el pobre Wallander se come un trsite sándwich y cree que se alimenta de verdad. 
En cambio, en el Sur, la cocina es prioritaria, es omnipresente, es recurrente, porque la emancipación femenina llegó más tarde y eso fue malo para las mujeres, pero bueno para la cocina. Los autores sureños tuvieron madres que fueron excelentes cocineras e incorporan naturalmente esa cultura a sus obras, porque la cocina es cultura, es estética y es arte. Pero eso los nórdicos no lo saben.


Yo soy bilbainita, señor Márkaris, y sí lo sé, vaya que si lo sé. Gracias por todo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Cuando era pequeña

Mi querido Kaplan me invitó a participar en este meme de recuerdos infantiles y yo le recogí el guante.¿Por qué? Porque me gusta dejar que la memoria me viaje por la infancia. Es la maldita nostalgia: en parte la detesto (no soporto eso de Cuéntame que ponen en la Televisión Española y tiene versión portuguesa, como pude ver este verano); la detesto un poco, sí, pero no me resisto a ella.

Parece ser que el meme, en su origen, iba de recuerdos infantiles literarios, pero lo que me ha venido a la memoria tiene poco que ver con la letra impresa y más con aventuras callejeras poco ejemplares. Así y todo, me he esforzado y he añadido un apartado sobre lecturas, que es este primero.

Cuando era pequeña leía sin saber leer. Ordenaba a mi abuelo que me leyera cuentos (todavía conservo milagrosamente un ejemplar de "Los tres cerditos") y luego me inventaba yo los textos. También tenía una enciclopedia infantil de varios tomos: mis preferidos eran el de poesía y el de historia sagrada. Supongo que también habría un tomo de ciencias naturales, pero no lo recuerdo.
Más tarde vinieron los tebeos. Primero, Pumbi. Luego, Tiovivo, Pulgarcito, Mortadelo... Y también los de chicas: Lily, con "Esther y su mundo". También novelas clásicas "juveniles" (Salgari, Mark Twain, Dickens, Dumas...) y vidas de santas en el formato que hoy se llama novela gráfica: texto y viñetas.

Cuando era pequeña, de mayor quería ser maestra, porque para mí solo había dos tipos de mujeres: por un lado estaban las madres, tías y abuelas y, por otro, las maestras. Bueno, no,  había un tercer tipo, el de las cantantes: Massiel, Karina, Salomé... Yo, en realidad, quería ser cantante y triunfar en Eurovisión, como Mocedades. A veces me atrevía a decirlo, pero cuando no, cuando no me atrevía a soñar, decía que quería ser maestra.

Cuando era pequeña, en el patio de la escuela, los chicos jugaban al fútbol en el centro y las niñas nos quedábamos en las esquinitas. "¡Aparta, chavala!", nos gritaban cuando pisábamos su territorio. Un día, tres chicos vinieron a ocupar también nuestra esquinita. Llegaron, se desplegaron, tomaron posiciones y, como no tenían balón, se pusieron a jugar al fútbol con una piedra. "¡Aparta, chavala!"
Esta vez no me aparté. Solo faltaba que nos echaran hasta de la puta esquina. Y recibí una bonita pedrada en la ceja.
Sangré cual degollada, lloré como un becerro, la señorita (a las maestras las llamábamos señoritas) vino hacía mí asustadísima, aquellos tres chavales se llevaron una regañina y un castigo y no volvieron a ocuparnos la esquinita.
Yo aprendí que salirme con la mía tenía un precio.

Cuando era pequeña, había en mi barrio una cuadrilla de chavales que a mí y a mis amigas nos hacían la vida imposible: nos insultaban, nos escupían, nos tiraban piedras...
Un día paseábamos por el barrio unas seis amiguitas juntas y nos topamos con uno de aquellos chicos; casualmente, el más pequeñajo y enclenque, que casualmente también era el más tocanarices y el más ladilla de todos. Sin hablar media palabra entre nosotras, lo rodeamos y le dimos unos cuantos empujones y algún tortazo.
No volvió a molestarnos. Ni él ni sus amigos.
¿Qué les contaría?

lunes, 10 de octubre de 2011

Monsieur B

Al señor Beigbeder, Frédéric Beigbeder, yo no le conocía yo de casi nada. Leí hace años su novelita 13,99 euros, no me volvió loca de entusiasmo literario y no le di otra oportunidad. Ya para entonces le había visto famosear mucho, pero mucho mucho, en las revistas francesas. Me consta que escribe artículos en varias publicaciones, pero yo solo me lo he encontrado en fotos de fiestuquis con tías medio en bolas y un copazo en la mano.

Debo confesar que me turra su pose estética, como de hijo de Carolina de Mónaco, y ese rollo de "nací rico y guapo y vivo de puta madre; no es culpa mía". Por eso, por ver si cambiaba de opinión, por dejarme de prejuicios y porque me lo trajeron cerca de casa, me pasé (con retraso, lo confieso) por la Sala BBK a ver qué se contaba en la entrevista que le hizo Mercedes Abad, que estuvo estupenda, con motivo de La Risa de Bilbao, segunda semana internacional de literatura y arte con humor.

Como os dije cuando hablé de Ibáñez, os vuelvo a decir aquí que me habría gustado poneros una foto de la entrevista, pues en todas hacen una puesta en escena muy maja, pero durante las sesiones no permiten hacer fotos y las que hacen los medios autorizados no están disponibles en la red. Me gustaría saber por qué.

Monsieur B. dijo cosas como estas.

Un libro es una cita amorosa entre autor y lector.

Es un gran placer descubrir autores por uno mismo, sin que nadie te los recomiende. Es un placer ególatra y esnob que te hace sentirte diferente, pero así es como se descubren las vanguardias y el underground, todos esos autores y obras que están de moda sin tener éxito. Yo aprecio la calidad de ese lector egoísta y esnob.

Yo no pretendo escribir libros graciosos, pero me dicen que los míos lo son. En cambio, sí me gusta leerlos. Me gustan esos relatos que mezclan melancolía e ironía, de loosers magníficos que disfrutan contándote cómo se han arruinado la vida. Creo que ahí está la fuente, el origen de la literatura, en la elegancia de personajes que emocionan; en los relatos de antihéroes, de caballeros que confunden molinos con gigantes. Es difícil ser héroe hoy en día. Por eso los americanos han inventado al superhéroe.  

En el cine el humor está mejor identificado. No cuesta nada calificar un film de comedia. En literatura, en cambio, no sería tan aceptable calificar un libro como "de humor" o "de risa", pues una novela, por ejemplo, lo abarca todo y las clasificaciones simplifican y empobrecen. Además, un libro así clasificado de entrada no sería prestigioso nunca. El humor y la diversión siempre son sospechosos; hay quien los cree reñidos con la intelectualidad.

Pasé dos noches en comisaría, en compañía de varios indocumentados a los que iban a expatriar. En una celda no hay relojes, no hay televisor ni nada que leer, así que me dio por pensar lo diferente que era mi vida a la de aquellos jóvenes de Ghana con los que compartía celda. Pensé, pues, en mi vida, decidí escibir mi infancia y de ahí nació mi novela "Un roman français". Se lo debo, pues, a la policía francesa.

[En El País Semanal del domingo 25 de septiembre, José Ovejero, en su artículo "Los escritores delincuentes", sobre su libro "Escritores delincuentes" (Alfaguara), se mofaba del señor Beigbeder y calificaba de "extremo ridículo" que promocionara su novela explicando con solemnidad "cómo le había influido su estancia en prisión; había pasado nada menos que 48 horas en prisión provisional". Y esto, claro, resulta ínfimo en comparación con las bestias pardas que cita en su artículo, con crímenes de sangre y décadas en el talego.]

La generación de nuestros padres vivió la guerra, sí, pero en su existencia alcanzó cada vez mayor libertad. Nosotros, en cambio, cada vez tenemos más prohibiciones, menos confort, mayor protección. Es cierto que ahora nos matamos menos en el coche, de acuerdo, pero me temo que hemos hecho desaparecer el savoir vivre francés. Hay belleza, hay civilización, hay también buena cocina en Francia, pero también hay cierta uniformización: cada vez es todo más igual, con las mismas tiendas en todas partes.

Las novelas sirven para algo: para aprovecharnos de la experiencia de otras gentes y vivir vicariamente experiencias que de otra manera no tendremos jamás. Podemos aprender mucho de las novelas. Yo, por ejemplo, de J.M. Coetzee he intentado memorizar pasajes hermosísimos, palabras bonitas para decir a una chica e intentar seducirla.

He aquí la fórmula para organizar la fiesta perfecta: mucho alcohol; muchos invitados en un local pequeño, para dar sensación de estrechez; música de la década de 1960, conmigo de DJ; y quizá exigir disfraces, pues las máscaras hacen que los desconocidos se relacionen entre sí.

[El señor Beigbeder también es pinchadiscos y, al parecer, posee una empresa que organiza fiestas. Lo del local pequeño con mucha gente fue justo lo contrario de lo que ocurrió el día de esta entrevista en Bilbao: un local enorme (la Sala BBK, el antiguo cine Gran Vía decentemente rehabilitado) con apenas un tercio de ocupación. No es conocido ni popular Beigbeder por estos lares, no es la estrellita rutilante y mediática que es en Francia, y me pregunto por qué, pues su literatura, al menos lo poco que conozco, es muy para todos los públicos, entretenida y con todos los ingredientes para venderse bien.
Sobre la fiesta perfecta añadió otras condiciones, terriblemente sexistas, que no repetiré aquí porque no me da la gana y porque una no solo es responsable de lo que dice, sino también de lo que repite.]

Espero que el libro de papel y el e-book lleguen a coexistir en armonía, pero me temo que el papel quedará para una élite, para bibliófilos, para una clase privilegiada y la pantalla, en la que la literatura deberá compartir espacio con la música, la imagen, etc., quedará para los pobres. Todo esto traerá consigo una desmaterialización del libro y no me gusta, pues opino que la desaparición de los objetos culturales nos empobrece y que el progreso a veces resulta inquietante. Por decir esto me han tachado de reaccionario, por hablar de la dictadura del progreso; y es que no comparto esa idea de que la técnica sea progreso y de que el progreso sea esencialmente bueno. En fin, la novela está amenazada por la técnica, porque, antes de leer una novela, tendremos que consultar nuestro correo electrónico, el Facebook, el Twitter, etc. y leer novelas quedará al final de la lista de todos esos quehaceres teconológicos.

¿Tú crees que ahora me cae mejor?

miércoles, 5 de octubre de 2011

Ibáñez

Así, con tilde en la "a", se escribe el apellido de don Francisco Ibáñez, y no "Ibañez", como nos lo proyectaban en la pantalla durante la entrevista con Julio Rey que tuvo lugar el sábado pasado en la Sala BBK con motivo de La Risa de Bilbao, segunda semana internacional de literatura y arte con humor.

Me habría gustado poneros una foto de la entrevista, pues en todas hacen una puesta en escena muy maja, pero durante las sesiones no permiten hacer fotos y las que hacen los medios autorizados no están disponibles en la red. Me gustaría saber por qué.

La entrevista comenzó con esta pregunta de Rey:
- ¿Cómo le llamo? ¿Señor Ibáñez?
- ¡Señor Ibáñez! Nadie me llama así: o Paco o Mortadelo.
Y Paco siguió contándonos cositas como estas.

Más de una vez me han preguntado si, para crear a Mortadelo, me inspiré mirándome al espejo. Pero no; yo a quien me parezco es a Rompetechos, que es calvo y corto de vista, como yo. Además, es mi personaje favorito porque su falta de vista da pie a muchos gags. Curiosamente es mi único personaje que no ha funcionado internacionalmente, porque, como confunde los letreros públicos, era un trabajo muy arduo de traducción. De Pepe Gotera y Otilio opino que merecerían estar en el paro y a Mortadelo cada cinco minutos me entran ganas de matarlo, como Conan Doyle mató a Holmes.

En aquella época se pasaba hambre, por eso a Mortadelo le di un nombre que recuerda a la mortadela; y Filemón se parece a "filete". Además, el editor de entonces me pedía ripios, pues al parecer le gustaban a la gente. Así nacieron "Mortadelo y Filemón, agencia de información, "Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio" o "La familia Trapisonda, un grupito que es la monda".

Han desaparecido las publicaciones semanales de antaño: Pulgarcito, Tiovivo, Mortadelo... Ahora solo salen álbumes. Aquellos tebeos semanales tuvieron tiradas de hasta 400.000 ejemplares. Si hoy vende 30.000, el editor se vuelve loco. Y eso que entonces se traficaba con los tebeos: no solo se compraban, sino que se cambiaban, se revendían, se alquilaban...

Fueron épocas de grandes dibujantes, como Escobar, Vázquez o Peñarroya. Y grandes personajes como las hermanas Gilda, Zipi y Zape, Carpanta, Gordito Relleno, don Pío, la familia Cebolleta, doña Urraca, Anacleto... De aquella generación soy el único que queda vivo.

Yo tenía muchos personajes: Mortadelo y Filemón, la familia Trapisonda, el botones Sacarino, 13 Rue del Percebe, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio... Llegué a dibujar veinte páginas semanales; no dormía ni tenía vacaciones ni fines de semana. Y, así y todo, en la editorial me pedían veintidós. A mí, claro, se me agotaban las ideas y, cuando no me visitaba la musa, cogía un diccionario o enciclopedia y me ponía a leer, a ver si me inspiraba.

Soy el autor más odiado y envidiado de la Feria del Libro de Madrid. Una vez tuve al lado a un literato muy prestigioso que apenas tenía público, mientras que yo, un pintamonas, tengo las colas más largas de gente esperando mi firma. Por eso ahora no comparto caseta con nadie: me ponen en una aparte. Se supone que tengo que firmar ejemplares durante dos horas, pero me he llegado a quedar hasta seis. Prueben a estar seis horas sonriendo y sin ir a mear y luego me cuentan qué no les duele.

Entre los dibujantes de hoy en día hay de todo: hay quienes lo están pasando mal y quienes lo están pasando peor.