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Esto de la autotraducción es algo que cultivan bastantes autores vascos, que escriben su obra en dos lenguas. No sé hasta qué punto se practica también en otros rincones multilingües del mundo, pero, como me interesa e intriga, voy a investigar.
Yendo ya a lo literario de la novela, confieso que al comienzo me tuvo completamente desconcertada. ¿Esto qué es lo que es?, pensaba yo. ¡Aventuras en África! Las tropas belgas en el Congo a principios del siglo XX. Hazañas bélicas de refinados exploradores con uniformes relucientes. Epítetos épicos y todo. Exotismo: la selva, el tamtan, los monos, las serpientes, el río, los pájaros, la vegetación... Pero, ¿por qué demonios -seguía yo pensando- se ha venido Atxaga hasta aquí, tan lejos en el tiempo y en el espacio? ¿Qué tiene que ver esto con él? ¿Qué tiene que ver conmigo? Nada. Absolutamente nada.
Es lo que os contaba hace unos días de la literatura conectada con o desconectada de la propia vida. Me quedo con la primera. Me llegan, me tocan, me importan mucho más quienes escriben de lo cercano, de lo interior. Me intriga y me extraña siempre que alguien coloque su obra en, por ejemplo, la China del siglo XIV. ¿Qué voy a encontrar yo ahí? ¿Qué hay que me interese en el Congo Belga, en 1903, en un campamento de hombrones militronchos? No se me ocurre nada más alejado de mí; eso no tiene nada que ver conmigo.
Pero luego el relato fue convirtiéndose poco a poco en una especie de guerra de Gila salpicada con toques de extrema crueldad. Y entonces, por supuesto, fue cuando se puso interesante.
Una vez terminada la novela, me he sumergido en Internet en busca de comentarios, entrevistas y críticas y he sabido por fin qué pretendía Atxaga con todo esto. Dice Atxaga que pretendía desenmascarar la presunta inocencia de las novelas (y las películas) de exploradores, porque esos militares tan nobles y guapetones en el Congo belga se cargaron a más de diez millones de personas, cometieron el mayor genocidio de la historia después de Auschwitz, violaban a niñas de catorce años y mutilaban a sus trabajadores indígenas previamente esclavizados. Ya ves tú, los belgas, que ahora parecen tan inofensivos con sus frites y sus moules y sus organismos internacionales.
Atxaga no pone el foco sobre tamaña crueldad, sino que la nombra de pasada, como quien no quiere la cosa, porque pretende que el lector se detenga, piense "¿he leído de verdad lo que he leído?", retroceda, se impresione y reflexione por su cuenta. Si eso era lo que pretendía, conmigo, por lo menos, lo ha conseguido, señor Atxaga. Objetivo cumplido. Felicidades.
He leído también por ahí que Atxaga tiene entre sus planes publicar próximamente las experiencias vividas en Nevada (EEUU), donde residió mientras escribía Siete casas en Francia. Un avance ya nos dio en el blog que mantuvo mientras tanto. Cuenta que una de sus vivencias más remarcables fue que conoció a Hillary Clinton, a la que admira mucho. Mira tú por dónde qué casualidad, que yo también soy hillarysta convencida. Al final ha resultado que Atxaga y yo no estamos tan alejados y tenemos más que ver de lo que parecía.
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