En la
década de 1910 Hitler erraba por la ciudad de Viena. No era más que un pobre
diablo con tres ideas negras en la cabeza que cincuenta años más tarde habrían quedado sepultadas para siempre en el
anonimato.
La vida
de Adolf Hitler habría sido igual a la de incontables iluminados que terminan
sus días farfullando imbecilidades
en un café, rodeados de otros tipos igual de seniles.
Habría
tenido un entierro miserable en un nicho pagado a plazos, fruto de toda una
existencia de privaciones, decorado con una esvástica invertida, para atraer
la atención de los visitantes de ese gran cementerio en el que, tanto en verano
como en invierno, se entierra a la gente apresuradamente para llegar cuanto
antes al banquete funeral.
Pero
Hitler abandonó Viena con veinticinco años. Dejó atrás la capital del antiguo Imperio Austrohúngaro, esas tierras
empapadas de nostalgia en las que la crueldad se convirtió en un fantasma
masoquista, en las que el heroísmo se consideraba un lujo de campesino demasiado
degenerado como para preferir la gloria a la codicia.
Alemania
acogió a Hitler como a un perro sarnoso.
Régis Jauffret: Claustria, Éditions du Seuil 2012
La
traducción y la adaptación son mías.
2 comentarios:
Acabo de volver de Viena y me ha dejado muy intrigado este fragmento. Voy a buscar este libro, gracias.
Un abrazo
Hola, Uno. Siento defraudarte, pero la ciudad de Viena no tiene gran protagonismo en la novela. Ni siquiera transcurre toda la acción allí. También sale Salzburgo y Amstetten, donde el affaire Fritzl, pues es una fabulación sobre ese caso.
Todavía no he acabado de leerla, voy en la página sesenta y tantos, pero, como te podrás imaginar, no es uno de esos libros que te dejan indiferente.
Seguiremos informando.
Otro abrazo pa ti.
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