La historia vital de Limonov es casi inabarcable. Ni en las más de trescientas páginas escritas por Carrère se agota.
Nació en una pequeña ciudad industrial cercana a Gorki, pero vivió su infancia y primera juventud en Karkov, Ucrania. Tuvo una adolescencia conflictiva y delictiva, aunque no dejó nunca de cultivarse intelectualmente.
A principios de los 70 se trasladó a Moscú y allí fue poeta bohemio. Alcanzó un éxito relativo y tocó las narices al régimen soviético hasta el punto de que fue “invitado” a abandonar la URSS y en 1974 partió hacia Nueva York.
En Nueva York las pasa canutas: vive en un hotel ruinoso y, a veces, en la puñetera calle. Se prostituye. Mejora su suerte cuando se empareja con un ama de llaves y consigue empleo como mayordomo en su misma casa.
Después de idealizarla desde Karkov y desde Moscú, América lo decepciona, como a tantísimos emigrados. En 1982 se instala en París, donde consigue vivir de lo que escribe. En Francia lo recuerdan más que nada por esa época parisina. Para los franceses Limonov es entonces un escritor, un intelectual y disidente soviético que no encaja en el estereotipo solzhenitsyneano: luce una coqueta perilla y escoge lo que viste, cultiva musculitos y parece más una estrella del rock, un libertario, un Rimbaud. De hecho, Solzhenitsyn lo detesta: dice de él que es “un insecto despreciable que escribe pornografía”.
En París lo pilla la caída del muro de Berlín y, cual francotirador loco, es el único que insulta con sus escritos a Gorbachov y publica cosas como esta:
En una noche, Egon Krenz [último secretario general del Partido Socialista de la Alemania del Este] ha conseguido por fin invadir Occidente. Contra todos los misiles de la OTAN, ha lanzado millares de jóvenes, de niños, de ancianas damas desarmadas, con los bolsillos vacíos y lo ojos inyectados en consumismo.
Tras la caída del bloque soviético, regresa para pasar unos días en Rusia y visitar a sus padres, después de más de veinte años sin verlos. Son hermosas las páginas sobre las conversaciones con su madre, que le ofrece regresar e instalarse en su humildísimo apartamento de Karkov y se disgusta con el Estado francés, que, a diferencia del soviético, obliga a sus ciudadanos a pagar el gas que consumen en casa.
Continuará
4 comentarios:
Espero expectante la continuación.
Pues a ver si sigo, Peke, muy amable.
Esto da para una novela, dos operas, un ballet ruso y un culebrón uzbeko de 300 capítulos.
Y aquí es donde uno se da cuenta de que lo de uno no es vida.
Y que lo digas, UNO, hijo mío. Por eso leo novelas, porque no tengo valor para vivir una vida como esta y me contento con leerla. Pues espérate a los capítulos próximos.
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