Llevo unos cuantos años participando como jurado en
un concurso literario para jóvenes y una de las cosas que más me divierten de esta labor, que es de verdad muy gratificante, es jugar a adivinar quién ha escrito las obras premiadas
(1): ¿de dónde será?, ¿qué estudiará?, ¿cuántos años tendrá exactamente? y, sobre todo,
¿es una chica o un chico?
Esto último a veces salta a la vista. Otras, no. Suele suceder que quienes más talento tienen, claro, consiguen engañarme, producen mejores piezas, se llevan los premios y me hacen siempre pensar en
Patricia Highsmith. ¿Por qué? Pues porque siempre he creído que no había nada femenino en su obra o, al menos, seré humilde, yo no he sabido descubrirlo nunca. Sospecho, en fin, que doña Patricia se esforzaba por que nadie notara que su obra estaba escrita por una mujer.
Lo he sospechado siempre, desde que en mi infancia me deslumbrara
Extraños en un tren. Hace tiempo que no leo nada de ella y debería retomar algo para corroborar o desechar para siempre esta sospecha, pero entre tanto, y antes de que haya llegado a mis manos la biografía ("definitiva", dicen) de
Joan Schenkar que acaba de salir en español, la comparto con ustedes y hago un poco de
psicología de garrafón con la buena de doña Patricia (le voy a quitar el apellido, porque tiene una ortografía que se me resiste), a ver si su vida y milagros me dan alguna pista sobre el asunto.
Mary Patricia Plangman nació en Texas, pero vivió desde muy niña en Nueva York. Mantuvo siempre una relación tensa y complicada con su madre y con su padrastro, Stanley Highsmith, de quien tomó el apellido, que la dejó bastante marcada, pues todavía con cuarenta años escribió un cuento,
"The Terrapin", en el que un joven (no una joven) asesina a su madre.
Una década antes había publicado la novela El precio de la sal, una historia de amor entre dos mujeres con un happy end insólito para la época, pero no lo había hecho con su propio nombre, sino bajo el seudónimo de Claire Morgan. Treinta años después, en los 80, la reimprimió con el título de Carol y descubrió que era ella la autora. Para entonces ya todo el mundo sabía que Patricia Highsmith era lesbiana.
Cuenta Andrew Wilson en la biografía
Beautiful Shadow que también fue alcohólica y que nunca tuvo una relación sentimental duradera, ni siquiera, como se creyó, con la novelista
Marijane Meaker, que todavía vive.
Los últimos años de su existencia los pasó Patricia en el Ticino suizo, con una asistente española, Elena Gosálvez, que luego fue editora en Planeta y no sé si lo seguirá siendo. Vivían en una casa que había diseñado la misma Highsmith. Allí guardaba más de cien cuadernos con sus diarios, escritos desde los quince años, que, corregidme si me equivoco, creo que todavía no se han hecho públicos.
En los Estados Unidos nunca consideraron a Highsmith una escritora de literatura mayor y nunca la publicaron en tapa dura. Qué cazurros. Por eso, unos años antes de morir, pasó la gestión mundial de toda su obra a la editorial suiza
Diogenes.
De Patricia siempre se ha dicho que era misántropa o que era misógina. Yo creo que era las dos cosas, porque su misantropía incluía la misoginia. Y a la pregunta de ¿se puede ser misógina y lesbiana? hay que contestar que sí, que se puede. Y no me hagáis dar nombres.
En fin, llegada a este punto, veo que no he desentrañado ningún misterio sobre mi admirada Patricia, pero he disfrutado mucho con el chascarrillo. Vaya una cosa por la otra.
(1) Las obras las leemos "limpias", sin ninguna indicación sobre su autoría. Lo digo porque tengo que oír a menudo que "todos los certámenes literarios están amañados". ¿Todos? No. Este en el que yo participo, no.