Ya pueden permitirse el lujo de rodar siempre la misma película y de escribir siempre la misma novela. Y, además, como les da la gana: destartalada e incoherentemente, sin preopuparse en absoluto por las convenciones narrativas. Bien. Me alegro por ellos. Todo el mundo querría llegar a ese punto.
Se parecen también en que los dos miran de cara a la muerte. Ellos y sus personajes. El de Allen, en este caso, en A Roma con amor, se llama Jerry, pero se ha llamado antes de muchas otras maneras, ha tenido muchos nombres, casi todos judíos. Está jubilado y no le gusta. Aprovecha cualquier excusa para volver al trabajo. Su mujer le dice que relaciona equivocadamente la jubilación con la muerte. ¿Equivocadamente? No tanto. Ya lo decía Miguel Delibes en La hoja roja: se refería a la hoja roja que en los librillos de papel de fumar avisaba (¿sigue avisando?) de que quedaban pocas hojas y que había que comprar un librillo nuevo. Eso es la jubilación: la hoja roja que te avisa de que te queda poco.
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En eso vuelve a parecerse a Allen; o a sus personajes: en no sé cuántas películas lo hemos visto emparejado con chicas décadas más jóvenes que él. Claro que lo de la ficción, lo de sus personajes, no es nada comparado con lo real, con la historia del propio Allen y su esposa Soon Yi.
Salvo Montalbano, como digo, no es tan viejo, pero su autor, Camilleri, sí lo es y mira de cara a la muerte. Se dice que tiene escrita una novela para que se la publiquen cuando haya fallecido. Hay quien dice que es una simple operación de marketing. A mí me da que nos tiene preparada una broma macabra.