jueves, 31 de julio de 2008

Crónica araceniense

Queridas niñas y niños:

Llevo ya un tiempo aquí en Aracena, Huelva, Andalucía, y me he decidido a poneros unas letritas para saludaros.

Éste es un pueblo blanco y serrano, que vive del jamón, el famoso jamón de Jabugo, pequeña aldea que está aquí al ladito. En Aracena está el Museo del Jamón, que todavía no he visitado, pero lo haré y os contaré. También son dignas de probar las setas de la comarca.

Como este pueblo está en la sierra, todo el mundo dice que aquí hace "fresquito". Sí, claro, pero comparado con Sevilla, que es la ciudad grande más próxima y un verdadero horno. Comparado con Bilbao, aquí el sol pega que da gusto. Y en las horas centrales del día, más vale ponerse a la sombra y no moverse mucho.

El tiempo transcurre, en fin, plácido, con ese ritmo sureño que a veces nos saca de quicio a los forasteros, pero al que nos deberíamos acompasar.

En mis paseos matinales, cuando la temperatura todavía se soporta, he hecho algunas fotos majas, no porque yo sea una buena fotógrafa, sino porque el pueblo sale siempre bonito; pero, como todavía no las he pasado al ordenador, he sacado ésa, de la plaza y el casino, de una página de promoción turística.

Hasta pronto, recibid besos sureños.


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sábado, 26 de julio de 2008

Estaré en Aracena


Capital comarcal situada en el corazón de la Sierra, Aracena, en la provincia de Huelva, es hoy una activa ciudad que conjuga a la perfección sus atractivos turísticos con el papel que desempeña como centro de servicios de toda la comarca. Destaca la rica gastronomía, su importante patrimonio histórico-artístico y natural (Gruta de las Maravillas), la variada programación festiva tradicional, completada por una oferta cultural rica en contenidos actuales de gran calidad, y la abundante oferta de alojamientos turísticos. Todo ello convierte a Aracena y sus aldeas en lugares privilegiados donde pasar unos días para disfrutar y recordar siempre.


Aquí estaré hasta septiembre. Me llevo el ordenador, así que os escribiré de tanto en tanto alguna crónica araceniense, pero no con mucha frecuencia, porque estaré muy ocupada andando en bici y comiendo jamón. Hasta pronto, pues. Os beso.


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jueves, 24 de julio de 2008

Unas fotos de Gijón

A petición de mis queridos blogbrothers-and-sisters, os pongo unas poquitas fotos de Gijón. Allá van.
Sillas de tijera y libros de mentirijillas en la Carpa del Encuentro de la Semana Negra.
Paco Ignacio Taibo II y Nahum Montt

Carlos Salem

El respetable público en la susodicha carpa.

"La madre del emigrante", escultura que mira al mar en Gijón.

Servidora de ustedes conduciendo un tren en el Museo del Ferrocarril, también en Gijón.

Y servidora de ustedes again, con la mismísima Regenta en Oviedo. ¡Cómo llovía!

Esto es todo. ¡Hasta la próxima!

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martes, 22 de julio de 2008

Crónica gijonense


Como era de prever, he estado vaga y no me ha dado por coger el ordenador y contaros mis andanzas, así que aquí os va todo junto.

En fin, ¿que qué he hecho en Gijón? Pues he paseado muuuucho por la playa, que, como veis en esta foto de Julen, está preciosa.
También he paseado por Oviedo bajo el orballo, he visitado el Laboral, las termas romanas y el Museo del Ferrocarril y en la Semana Negra he escuchado y disfrutado, entre otros, de Jorge Semprún, Mario Mendoza, Leonardo Oyola, Carlos Salem, Nahum Montt y Fernando Marías.

También he comido demasiado, aunque eso no es noticia ni novedad, valga la redundancia, he comprado menos libros de los que me apetecía* y me he topado con gente de mala calaña y peor vivir, como los responsables y colaboradores de la revista .38, que os recomiendo vivamente.

Mañana os pongo unas fotos. Hasta mañana, pues.



* Ayer, lunes 21 de julio, publicó El Comercio que la Semana Negra había tenido un millón de visitantes y había vendido 55.000 libros. Subo la media.


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domingo, 13 de julio de 2008

Ciudad negra

En Asturias, a orillas del Cantábrico. Población: 274.000. Temperatura media anual: 15º. Pluviosidad: 800 - 1.000 mm/año. Actividad económica: El proceso de industrialización, a partir del siglo XIX, convirtió a la ciudad en el centro industrial de Asturias con el potente Puerto de El Musel, astilleros y abundantes instalaciones fabriles. La progresiva modernización de la población ha devenido en un potente sector servicios y una buena oferta cultural y deportiva.

Sí, es Gijón, que del 11 al 20 de julio celebra suAllá estará una servidora, a su entera disposición, disfrutando del programa, de la playa, la buena compañía, los restaurantes... No me odiéis por ello.

Si tengo un rato, me sentaré ante el ordenador y os pondré unas palabras. Pero, por si acaso, me despido hasta la vuelta y os envío muchos besos.


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viernes, 11 de julio de 2008

El macroproyecto que lo flipas

De mi antiguo barrio apenas quedará el nombre.
Esto es lo que quieren hacer, según El Correo Digital.
Esto dice El País.
Y aquí un vídeo en EITB.

Pues sí, pues vale, pues quedará todo muy bonito y muy cool, una cosa entre Singapur y Seseña.
Os pongo una foto hermosísima de la vieja estación del tren. También se la cargarán, claro, porque no mola nada.



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miércoles, 9 de julio de 2008

Cuando a uno se le mueren las calles de la infancia

Siempre nos estamos muriendo de a poquito. Porque cuando uno envejece, se le muere la gente que quiere, los papás, los abuelos, los hermanos, los primos, los amigos, y se le mueren las calles de la infancia. Con cada muerto que ha tenido que ver con la vida de uno, uno también se va muriendo. Morirse, en realidad, es acabarse de morir.

Fernando Vallejo en Ñ
Por cortesía de Magda Díaz-Morales



Tiene razón Vallejo. Uno envejece de golpe cuando no reconoce su barrio, cuando le construyen centros comerciales, cuando los rostros de los niños no le recuerdan a nadie. Y es ya definitivamente viejo cuando las cosas, el mundo, emprenden un camino que no le gusta.


Esto lo escribo porque éste era mi barrio


y ahora lo van a convertir en esto:

Así que el escenario de mi infancia sólo existirá en unas poquísimas fotos y en mi recuerdo.


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lunes, 7 de julio de 2008

Párrafos selectos de Kinsey Millhone


Ya os he contado mil veces que una de las cosas que más me gustan del Alfabeto del Crimen de Sue Grafton (en la foto) es su protagonista, la simpática detective Kinsey Millhone.

Kinsey, además de protagonista, es narradora. Nos cuenta sus peripecias en primera persona y, entre carrera y titoteo, suele intercalar amenas reflexiones sobre su modo de ver la vida. Como no tiene pelos en la lengua, yo me divierto enormemente con su descreimiento y su desapego a muchas convenciones.

Sólo en "F de fugitivo", que acabo de releer, ya nos deja una buena colección de párrafos envenenados. ¿Queréis leer algunos? Os los clasifico por temas.

Kinsey y la familia:
De pequeña no tuve tiempo de saber lo que era una familia y
cuando tengo una a tiro me distancio para observar mejor sus costumbres.
(...) Se habla de familias "desunidas", pero yo no he conocido otras. Mi
orfandad ganaba en atractivo a cada minuto que pasaba.


Kinsey y la religión:

La religión institucionalizada dejó de interesarme a los cinco años por
culpa de una profesora de catecismo a la que le salían pelos de la nariz y le
apestaba el aliento. (...) Lo que yo quería era otra lámina de cromos adhesivos.
Al Niño Jesús se le podía poner pelusa en la espalda, pegarlo en mitad del
cielo igual que un pájaro y que arrojara bombas sobre el pesebre.
(...) Un rasgo característico de los baptistas era que no malgastaban el dinero
de la parroquia contratando arquitectos. (...) Había vidrieras decoradas con
imágenes estereotipadas en las que se veía a Jesús con una especie de camisón
que le llegaba hasta los tobillos; si se hubiera presentado con aquella
indumentaria en el pueblo, lo habrían matado a pedradas. A sus pies se
encontraban los apóstoles, todos con la cabeza cubierta de rizos innegablemente
femeninos y mirándole con cara de bobos. ¿Se afeitaban los tíos en aquella
época? De pequeña nadie sabía responderme, cuando hacía estas preguntas. (...) June Haws interpretaba al órgano un himno que traía a la memoria las pujas económicas de las teleseries matutinas.

Kinsey y las armas pequeñas:

Los aficionados a las armas desprecian las pistolas de seis milímetros
porque creen que un arma que no abre un boquete como un puño en un tabique no
vale para nada. Que un proyectil de seis milímetros de diámetro os perfore las
tripas y veréis qué gusto da. Rebotará en el hueso como un auto de choque en
miniatura y desgarrará todos los órganos que se le pongan por delante.

Kinsey y la naturaleza:

Me revienta el campo. Lo detesto. ¿Sabéis qué es la naturaleza? Palos,
tierra sucia, raíces para tropezar, agujeros para perder pie y caerse, bichos
que muerden, bichos que pican y promitivismos sin cuento que ningún catálogo
agotaría. Y no soy la única que piensa así. Venimos construyendo ciudades desde
que Noé salió del arca única y exclusivamente para huir de tanta inmundicia. Por
eso enviamos ahora cohetes a la luna y otros lugares desiertos donde nada crece
y donde se puede levantar una piedra con toda tranquilidad sin que te salte un
bicho a la cara. Por lo que a mí respecta, cuanto antes lleguemos, mejor.

Kinsey y su condición:

El único inconveniente de ser mujer es que no hay más remedio que mear
agachada.

¿No es encantadora?


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jueves, 3 de julio de 2008

Yo también soy miembra


Ey, ey, ey... Espera un momento. ¿Cómo es posible que tengan blog, si no existen?

Chascarrillo adicional. En la Real Academia de la Lengua Española hay 42 académicos de número: 39 excelentísimos señores y 3 excelentísimas señoras. Eso es porque las chicas no hablamos. Ni leemos. Ni escribimos.

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martes, 1 de julio de 2008

Ya he terminado "F de fugitivo"

Sí, me la he leído, por segunda vez, en un periquete, porque es una novela ligerísima que te transporta como una ráfaga de aire de dibujos animados.

Siempre me impresionan, y esta vez no ha sido una excepción, las mujeres en las novelas de Grafton. Kinsey, la narradora, repara mucho en ellas, pero eso no quiere decir que empatice ni que simpatice. De hecho, las trata sin piedad y en esta novela se ensaña con las mujeres decentes de pueblo pequeño que, mientras sus esposos se dedican a perseguir jovencitas y a encubrirse unos a otros intergeneracionalmente, se ocupan de mantener vivos los odios y de que las apariencias sean rosáceas. ¡Qué trabajo, señor!

Luego están también las que no huyen. Se quedan ancladas allí, en el mismo lugar donde las humillan, las arrinconan, las rehuyen, dios sabe por qué; probablemente porque no hayan conocido otra cosa y piensen que para qué marcharse, si el mundo entero es así. Y no les falta razón, porque la baja autoestima irá con ella doquiera que vayan.

También tenemos a las que no aguantan más y se largan; ahorran cuatro perras y se cogen el bus a Los Ángeles o a San Francisco. ¡Buen viaje, amigas! Pero tampoco de éstas tiene Kinsey compasión. Leed cómo describe a una de ellas:
... estaba tan delgada que parecía raquítica: hombros huesudos, un color de
cara enfermizo y un pelo estropajoso, peinado hacia atrás y sujeto con dos
pasadores de plástico. Tenía las uñas mordisqueadas hasta la raíz. Las arrugas
del suéter que llevaba sugerían que lo había cogido sin miramientos, en el
momento de salir, del montoón de ropa que sin duda tenía en el suelo del
dormitorio.

Y finalmente está la especie más dañina: la mosquita muerta manipuladora y cobarde que va acumulando dentro rencor hasta que estalla. Pero de ésta no voy a decir nada para no destripar el argumento.

Continuará.


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