sábado, 31 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (y 5)


Leed aquí los fragmentos anteriores: 1, 2, 3 y 4.

Dos días después, Charlotte se encontró por casualidad con Anita y Mirko en la calle. Casi no reconoció a Anita, porque llevaba los zapatos de tacón de charol negro que le había regalado, el pelo cardado, lápiz también negro en los ojos, rojo carmesí en los labios y esmalte plateado de uñas. Ahora tiene el mismo aspecto que todas, pensó Charlotte decepcionada. Qué lástima, malditos los del Oeste y su idea caduca de la belleza.

Ésta es mi amiga Charlotte, dijo Anita altanera. Mirko hizo un leve gesto de asentimiento. Era pequeño y tenía la piel azulada por el frío. Llevaba puesto el abrigo de cachemira de Charlotte.

Mirko hace tonterías, dijo Lena a Charlotte de repente, durante el baño.
¿Qué hace?, preguntó Charlotte intrigada.
Lena se rió, feliz.
¡Pam, pam, pam!, y dirigió el mando de la ducha hacia Charlotte como apuntándola con un arma.
Charlotte prohibió a Anita traer a Mirko a casa cuando estuviera Lena.
Creo que se altera cuando estáis juntos, dijo a Anita. Especialmente ahora que su padre está fuera.
Anita la miró un poco desconcertada, con sus ojos de lechuza pintados de negro. Desde que se habían encontrado por casualidad en la calle, siempre la veía maquillada.
Y por favor no juguéis a la guerra con ella, prosiguió Charlotte. No me gusta. Y no le des hamburguesas para comer. He visto los envoltorios en la basura. La alimentación saludable es cuestión de educación.
Yo odio la comida sana, dijo Anita despacio.
Tú no tienes ni idea de lo que es eso. Te has pasado la vida alimentándote mal, alzó la voz Charlotte enfadada. Tras una breve pausa añadió en voz baja: Lo siento. Ha estado mal lo que te he dicho. Perdón.
Anita se encogió de hombros.
Me alegro mucho de haberte encontrado, dijo Charlotte verdaderamente alegre. Abrazó a Anita y la estrechó tanto que le pareció que retrocedía ligeramente, pero no podía estar segura.

Los alumnos chinos habían organizado una visita de tres días a los palacios reales e invitaron a Charlotte a acompañarlos. Zhou la cogió de la mano:
Por favor, le había dicho. Sin usted no lo pasaremos bien.
Te pago cien marcos al día, dijo Charlotte a Anita, más lo que haga falta para que comáis Lena y tú. ¿De acuerdo?
Anita sonrió y aceptó el trato. Luego dijo:
Pero primero tengo que preguntarle a Mirko, porque no le gusta dormir solo.
Y se retiró el cabello del rostro. Hacía ya tiempo que no llevaba su antiguo peinado pasado de moda.
Charlotte se alejó y miró por la ventana. ¿Pasaré la noche con Zhou?, pensó.
Mirko puede venir a dormir a casa, dijo luego, pero no me gustaría que Lena pensara que vosotros sois sus padres. ¿Comprendes? No me gustaría que Mirko se convirtiera en su figura masculina de referencia.
Figura masculina de referencia, repitió Anita. ¿Qué hace tu marido en América?
Oh, dijo Charlotte despreocupada, está trabajando.
Anita la miró atentamente, como si esperara más información. Luego Charlotte sigió hablando.
Necesitamos vacaciones mutuas. Nos gusta estar solos de vez en cuando, no ser siempre pareja. Quizás no lo comprendas.
Hmmm, dijo Anita. Yo lo comprendo todo.
Se miraron y se rieron.
Esta mocosa dice que me comprende, pensó Charlotte desconcertada.

Durante la noche anterior al viaje Charlotte apenas pudo dormir. Iba a estar sola por primera vez desde que tenía a Lena. Podría meditar, ir sola al retrete, comer en paz y silencio, tontear con los hombres, dormir. Anotó cuidadosamente todos los números de teléfono para emergencias y redactó un verdadero catálogo con todas las instrucciones que se le ocurrieron: No dar caramelos a Lena. Guardar bien el detergente. El mango de la sartén, hacia adentro. No dejar a Lena sola en la bañera.
Anita llegó puntual a las seis y media de la mañana, con un bolsito de plástico colgado de un hombro. Estaba extrañamente pálida.
Tengo que decirte algo, dijo en voz tan baja que Charlotte apenas la oyó. Cien marcos al día es poco. Miró hacia abajo, hacia los zapatos de Charlotte que llevaba calzados. Me he informado.
En los ojos de Charlotte centelleó, como una luz roja de neón, una palabra: DESAGRADECIDA. DESAGRADECIDA. DESAGRADECIDA.
Ah, dijo Charlotte fríamente. ¿Cuánto?
Trescientos al día, respondió Anita sin mirarla.
Guardaron silencio. A Charlotte le ardía la cara de enfado.
Yo no cobro ningún subsidio, ni salario mínimo ni renta social ni nada, musitó Anita mirando otra vez hacia las puntas doradas de sus zapatos.
Eso se lo ha enseñado Mirko, pensó Charlotte. Qué mal bicho. Me quiere chantajear.
Y preguntó a Anita con voz suave, defraudada:
¿De verdad crees que te trato mal? ¿Yo te trato mal?
De repente, Anita se echó a llorar. La máscara de pestañas barata le dibujó amplios surcos negros sobre la cara.
Me sabe mal discutir por dinero, esnifó.
Charlotte le dio un pañuelo de papel. Anita dejó caer la cabeza sobre la mesa y siguió llorando. Charlotte la tomó entre sus brazos desengañados. Maldita rata. Y yo que pensaba que tenía que ayudarte.
Mi tren sale dentro de veinte minutos, dijo.
Anita levantó la cabeza del mantel de plástico azul y se encogió de hombros.
Charlotte permaneció callada, implacable.
Anita cogió su cartera del bolso, sacó una fotografía y la dejó sobre la mesa. Charlotte la cogió. Anita, con el pelo teñido de rubio y unos pendientes enormes, llevaba en brazos a un bebé regordete con un pijamita de color lila. Junto a ella, un hombre rubio y pálido, cuyo rostro era ya irreconocible, de tan gastada que estaba la foto. Anita apuntó con el dedo al vientre de Charlotte y cruzó los brazos a la altura de las caderas. Luego levantó la mirada hacia Charlotte. Tenía los ojos secos.
Doscientos, susurró.
Ciento cincuenta, dijo Charlotte.



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11 comentarios:

Benjuí dijo...

Yo no me iría. NO ME IRÍA.
(Perdón por alzar la voz, pero es que
resulta tan real que me está poniendo los nervios de punta).

Noemí Pastor dijo...

Es verdad, Benjuí, está una todo el rato esperando que suceda algo terrible. Pero, tranquila, que ya ha acabado. ¿Te apetece otro relatito?

Anónimo dijo...

No, yo tampoco me iría.
Está muy bien el relato. Con medios sobrios consigue transmitir mucho. ¿Para cuándo el siguiente?

Noemí Pastor dijo...

Hola, Peke, bon día. Hay otro relato con los mismos personajes y una niñera nueva, que habla en primera persona. Si mi amado público, a quien tanto debo, me lo reclama, lo traduciré y lo publicaré.

39escalones dijo...

Buena idea ésta de los relatos por entregas. Yo no sé si me iría o no, pero sí leería otro.

Dante Bertini dijo...

no puedo leer tanto sobre la pantalla, noemí. lo siento. un abrazo

Noemí Pastor dijo...

Escalones, bueno, igual me animo a traducir otro.
Cacho, te comprendo, a mí también me cuesta mucho leer sobre la campaña, pese a las recomendaciones de Greenpeace.

RTHB dijo...

Estos días he estado algo liado (ya imaginas el motivo...) y ahora tengo que ponerme al día... pero veo que has puesto los cap. seguidos, creía que los irías intercalando.. pero veo que no.... pammmm... directos, uno detrás de otro...

Un saludo.

Magda Díaz Morales dijo...

Muchas gracias por estas traducciones. Para tenerlas y leerlas de corrido ha sido mejor para mi imprimirlas, y ha resultado grato después de lerlas aqui.

Lucía dijo...

Estoy encantada, Noemí, me he leído cuatro de las partes de un tirón porque estos días estuve un poco liada y no pude visitarte. Me corroen los nervios y la incertidumbre, y qué rabia tener que parar de leer ahora que le había cogido el gustillo.
Desde luego, opino como los demás, yo no me iría, me da mala espina, veo a Charlotte demasiado confiada y la cosa no pinta bien. Cruzo los dedos para que en la estación recapacite y dé la vuelta a casa.
Espero con impaciencia el final.
Me parece genial que nos traduzcas más relatos de esta escritora.
Un abrazo.

Noemí Pastor dijo...

Perem, es mucho pedir que la gente ande pendiente de capítulos dispersos. Eres muy amable.
Marga, lo mismo digo. Me alegro de que hayáis disfrutado.
Lucía, cariño, siento decepcionarte, pero ya ha acabado. Final abierto, que se dice.