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Nací en 1980 en una familia en la que mi padre traía el dinero a casa y mi madre gastaba lo menos posible.
Mi padre se marchaba todos los días a las ocho y regresaba poco después de las siete, con los bolsillos llenos de pasta.
Mi madre se los vaciaba para poder plegar luego bien la chaqueta y los pantalones y que le sirvieran para toda la semana. Alisaba los billetes con el canto dela mano, hacía montoncitos con las monedas y las clasificaba por tamaño: las más gordas iban a parar al cajón de las compras y las más pequeñas, a una caja de zapatos cerrada con cinta aislante a la que mi madre llamaba "el bote".
Los billetes los archivaba en un billetero con muchos clasificadores y lo introducía en un escondrijo en forma de libro.
Apuntaba los ingresos y los gastos en un cuaderno grande de tapas negras. Según la época del año, el cuaderno estaba caliente o frío; me servía de barómetro. Ponía la mano encima y, según le pegara el sol o no, el cuaderno me quemaba o me helaba y así sabía yo qué fiestas estábamos a punto de celebrar.
Mi madre, ahorradora ella, hacía sus previsiones, por si acaso, antes de las fiestas y así, cuando el cuaderno se enfriaba, era porque se acercaba la Navidad y yo me esperaba unos dulces o algo así, un regalito simple y tranquilizador, nunca nada demasiado bueno.
A mí me gustaba cuando el cuaderno estaba frío, pero también cuando quemaba, porque anunciaba la piscina, gofres, jugar a palas, la elección de miss y el concierto de rock.
Mi madre se las arreglaba para que mi hermano y yo participáramos en todas esas actividades. Ella era la protectora del hogar y mi padre nunca le decía que era una buena mujer de su casa ni un ángel; le decía que era un adefesio. Y aunque ella sabía que no lo decía en broma, sonreía y hacía ver que era una especie de juego.
Claire Castillon:Les Merveilles Grasset 2011La traducción y la adaptación son mías.
Otra entrada en Boquitas Pintadas sobre "Les Merveilles": Un gancho de carnicero
Joe Vandaire es un hombre. Y, aunque una todavía no sea una mujer, se da cuenta inmediatamente de que, el día en que empiece a estropearse, ya no te parecerá nunca más que tiene los ojos azules, las encías rosadas ni la dentadura nívea. De un día para otro se apagará y lo que antes te gustaba de él luego te quitará el apetito. Un día te despertarás de golpe frente a su cutis cerúleo y mal ventilado y su olor a colilla vieja. Todo será pesado y te disgustarán sus abrazos.
Verás cómo le brotan de los labios palabras de carretero bruto y querrás que eche por la boca todo lo demás: los dientes, la lengua, el esófago. Soñarás que está tirado, reventado y retorcido en un rincón o colgado de un gancho de carnicero. Pensarás en sus borracheras.
Y, sin embargo, no puedes resistirte. Te dejas llevar porque Joe Vandaire te llama "nena, pequeña" y te vuelve loca.
De momento estamos en los preliminares. Por la diferencia de edad. Le he dicho que tengo diecisiete años. No sabe que en realidad tengo trece.
Claire Castillon:
Les Merveilles
Grasset 2011
La traducción y la adaptación son mías.