viernes, 30 de mayo de 2008

Buen karma desde Zschopau (4)


Leed aquí las partes 1, 2 y 3.

Lena se despertó llorando a las cuatro de la madrugada.
¡Nita! ¡Nita!
Ya viene, dijo Charlotte. Se quedó de pie, mareada de cansancio, junto a la cama de Lena, y se inclinó hacia la niña.
Ahora tienes que dormir un poco y luego viene Anita.
Lena la miraba dubitativa. Su pequeña caja torácica subía y bajaba.
Nita, susurró y miró más allá de Charlotte, hacia la oscuridad.

Charlotte telefoneó a Robert. Justo salía a cenar.
Sólo le deja a Anita limpiarle el culete, dijo.
¿Qué prefieres?, preguntó Robert. ¿Que la quiera o que la odie?
No tendría que quererla más que a mí, dijo Charlotte e intentó reírse. ¿Con quién vas a cenar?
Con cuatro señores aburridos vestidos de negro.
Ajá.
Ya llego tarde, dijo Robert. Que duermas bien.
Sí, dijo Charlotte.

Invitó al señor Zhou, el apuesto chino, a tomar café en casa.
Zhou debió de enteder mal la invitación, pues se presentó con una mochila llena de comida, un wok y utensilios de cocina chinos.
¿Dónde está la cocina?, preguntó. ¿Cómo se llama su hija?
Ésta no es mi hija, es la niñera. Se llama Anita. Y ésta es Lena. Pero no debería molestarse en cocinar. Por favor, Zhou. Yo quería invitarle a tomar café, a la típica sobremesa alemana, a charlar un rato...
¿No le gusta la comida china?
Oh, sí, claro que me gusta, dijo Charlotte.
Zhou se pasó cocinando una media hora y luego no comió nada.
Charlotte cambió los palillos por un tenedor, para no poner a Anita en un aprieto.
Zhou observaba a las tres mientras comían y, cuando se les vaciaba el plato, les descubría una nueva delicia.
A un plato yin le sigue un plato yan, explicó.
Que aproveche, dijo Lena y cogió a Zhou de la mano. Luego tomó un puñado de arroz y se lo esparció por la cabeza a Charlotte.
Anita le dio un golpecito en los dedos.
Con la comida no se juega, le dijo enérgica. Zhou asintió y sirvió finalmente una sopa.
Guardó otra vez su wok.
Tiene usted una sonrisa preciosa, le dijo a modo de despedida a Charlotte. De vuelta en la cocina, Charlotte se rió.
Está enamorado de ti, dijo Anita.
¿Qué?, siguió riendo Charlotte.
Te miraba todo el rato a los ojos.
Anita recogía con los palillos de Charlotte los granos de arroz esparcidos por la mesa.
Me estás tomando el pelo, dijo Charlotte. Anita la miró con ojos limpios y dijo que no con la cabeza.
Llevaron juntas a Lena a la cama. La niña insistió en rezar con las dos.
Jesusito de mi vida, haz que sea buena y que vaya al cielo, rezó Anita.
Sabe comer con palillos y rezar, pensaba Charlotte. Me miente.
Anita se puso la chaqueta. No la había visto ni una sola vez con el jersey azul de angora ni con el abrigo de cachemira que le había regalado.
Quédate un momento, dijo Charlotte; y le puso una mano sobre los hombros. Si te apetece, claro.
Anita se quedó un momento contemplando la mano de Charlotte sobre su hombro y luego se quitó la chaqueta.
Charlotte le ofreció un vaso de vino.
Cuéntame algo de ti, le dijo. ¿Tienes novio?
Se llama Mirko y es yugoslavo, respondió Anita obediente.
Pobrecillo, dijo Charlotte.
¿Por qué?
Esa horrible guerra, ese odio, esa crueldad con la que se tratan entre ellos. ¿Qué es? ¿Serbio? ¿Croata?
Anita se encogió de hombros.
¿Nunca le has preguntado de dónde es?
No, contestó Anita, él tampoco me pregunta a mí.
Llevaba tres semanas viviendo con él en un apartamento minúsculo. Mirko era camarero en un café-teatro. Anita lo esperaba a la salida todas las noches a las tres de la madrugada.
No vaya a ser que se lo liguen esas tías del Oeste, dijo a Charlotte.
¿Qué hacéis cuando estáis juntos?, preguntó Charlotte. Anita la miró sin comprender la pregunta. Quiero decir, cuando no estáis en la cama, añadió con una sonrisita.
Nada, dijo Anita.
Pero algo tenéis que hacer.
Anita permaneció en silencio.
A veces vamos con Lena al zoo, dijo por fin.
¡Ah! ¿Lena lo conoce?, preguntó Charlotte sorprendida.
Vemos vídeos. Sin Lena, claro, dijo Anita; y se bebió el vino de un trago. Charlotte brindó por ella.
¿Y qué películas veis?
Ayer vimos "Las caras de la muerte". Es un documental que le ha prestado a Mirko un amigo. Se ve cómo cuelgan a uno y a otro lo decapitan en África o por ahí, y en China, o en el Tibet, no sé, cuando te mueres, cogen tu cadáver y lo despedazan con un hacha grande, y el tronco lo dejan para que se lo coman los buitres. A una mujer la parten por la mitad, que se le ven las costillas, y suena como cuando el carnicero despedaza un bicho y saca una pierna, los brazos y la cabeza, que cuesta cortarla y tienen que darle unos cuantos hachazos, y luego se ve que ha salido despedida bastante lejos, por el monte, y justo vienen los buitres, se posan encima y le pican los ojos. Eso era gracioso, porque parecía que estaba enterrada y sólo le sobresalía la cabeza, con esos pájaros gigantes encima... Anita calló. Charlotte la rodeó con sus brazos.


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3 comentarios:

Benjuí dijo...

Anita no me gusta. No me gusta.
La historia es inquietante.

Antonio dijo...

Me encanta. Lo leeré con más detenimiento. Buenos Días.

Gütten Tag;-)

Noemí Pastor dijo...

Bueno, ya está todo publicado. A ver qué decís. Yo temía que nadie aguantara los cinco capítulos.