viernes, 8 de diciembre de 2017

Dos rusos y un cowboy

Si no puedes vivir sin bingo y sin discotecas, no vayas nunca a El Hierro. O, al menos, no pases allí más de tres días seguidos. Yo, en cambio, he aguantado más de una semana y más que aguantaría si no me tuviera que ganar el pan como me lo gano.

Podría pasar meses llevando el estilo de vida que he llevado en estas últimas jornadas herreñas. Como anochece pronto, me acuesto pronto (no hay mucho que hacer de noche en El Hierro) y me levanto con el sol, que poco después de las siete de la mañana ya me hace guiñar los ojos cuando asoma imponente frente a mi casa de La Caleta. Si están el mar y el cielo despejados, veo las siluetas protectoras del Teide y La Gomera y me pongo contenta como una chiquilla que viera a los reyes magos.

Aproximadamente a un kilómetro de La Caleta, de camino hacia el aeropuerto, en uno de los lugares más soleados de la isla, hay un acuartelamiento militar. A las ocho de la mañana, en punto, puntu-puntuan que se dice en vasco, ponen el himno nacional de España. A todo volumen. Según cómo y de dónde sople el viento, en La Caleta lo oigo perfectamente, lo tarareo y el soniquete se me queda adherido al cerebro durante buena parte de la mañana.

El siguiente gran acontecimiento del día es la llegada del binterito. El binterito es el avioncito de la compañía Binter que sale de Tenerife a eso de las ocho y una media hora más tarde aparece burrumbando (se me ha escapado otro vasquismo; perdón) frente a mi ventana. Siempre salgo a la terraza a ver cómo aterriza, no vaya a ser que no supervise yo el aterrizaje y se me estrelle en el Tamaduste, que es el pueblo de al lado.

Así comienza el día, con silencio y calma. Y sol. Y bellísimas nubes grises en las cumbres. Y así sigue transcurriendo. Y así un día y el siguiente. Y el otro. Y el otro.

La capital de la isla de El Hierro, Valverde, a la que los herreños llaman simplemente la villa, bulle por las mañanas con criaturas que van a la escuela, muchachas y muchachos que entran y salen del instituto, gentes de las aldeas que acuden a los comercios, a los cafés, a los bancos, a sus oficinas, al ayuntamiento, al cabildo, a hacer sus trámites, sus cosas, sus recados.

Valverde por las mañanas bulle; por las tardes languidece y por las noches muere.

Camino por sus calles un sábado a eso de las siete de la tarde. Ya es noche cerrada. Tan cerrada como las tiendas y la mayoría de los bares. Solo cuento tres abiertos y uno de ellos, sin clientela.

¿Dónde están las niñas con sus bicis, los niños con monopatín, los adolescentes alborotadores con sus teléfonos móviles? No obtengo respuesta.


Aunque doy un largo paseo, apenas me topo con una pareja de rusos que vocifera en su lengua natal y un lugareño muy alto, con las piernas arqueadas, botas camperas y un sombrero de ala ancha curvada.  Cuando llego a su altura, me sorprendo de que no me salude tocando levemente un extremo, mientras por la calzada rueda el polvo y fragmentos secos de arbusto hechos bola.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Bueno...Al menos cuenta con la compañía de tus amigos blogueros. Por cierto, en febrero tigrero cumple diez años y Dios mediante pienso escribir algo acerca de los colegas blogueros (tú no puedes faltar) Así que PENDIENTE

Noemí Pastor dijo...

Pues nada, Alí. Permaneceré atenta ala pantalla. Gracias por la visita y la compañía.