Edouard Stern hacía honor a su apellido: era uno de aquellos banqueros estrella que molaban hace lustros; los que inventaron las opas hostiles y ganaban pasta a chorramortero con grasientas piruetas financieras. Era un francesito con carisma, brillante, de familia bien, pero que muy bien, de ricos de toda la vida.Una mañana de febrero de 2005 fue encontrado muerto en su casa de Ginebra, impecablemente vestido de látex, con un balazo en la cabeza y otros tres en el cuerpo. La policía tardó pocos días en detener a su amante, Cécile Brossard, con la que, al parecer, se entretenía en juegos sado-maso.
Brossard fue juzgada, condenada y encarcelada. Salió de prisión en noviembre de 2010.
Esto que os cuento no es una invención novelesca, sino un hecho real, todo un escandalazo en Francia. Le Nouvel Observateur envió a Suiza, a cubrir el juicio de Brossard, al escritor Régis Jauffret y éste, además del contratado artículo para el semanario, escribió también sobre el caso Stern una novela: Sévère.
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