Así se titula la última novela que he leído de Thierry
Jonquet, aunque la publicó por primera vez hace la friolera de veintiún años en la editorial Joseph Clims de París. A mis manos ha llegado, cómo no, en
Folio Policier.
No es una novela de Jonquet al uso. No se parece a las demás, no es exactamente una novela negra, aunque tiene su intriga. Es casi un relato de acción, de aventuras, que conserva, sin embargo, la estructura típica jonqueana de líneas que convergen: cuatro primos judíos que viven en puntos del planeta bastante alejados entre sí (Nueva York, Palestina, París y Moscú) reciben una carta: su tío el rabino ha muerto en su pueblecito de Polonia. Deben reunirse allí para recibir la herencia.
Otra diferencia es que los escenarios de esta novela no son contemporáneos ni trascurre en París, como en la mayoría de las de Jonquet, sino en la machacada Polonia de los años veinte del siglo pasado. De hecho, si dejamos a un lado el epílogo, que se va a 1945, la acción principal tiene lugar en un puñado de días entre junio y agosto de 1920, exactamente cuando tuvo lugar
la batalla de Varsovia. Jonquet aprovecha para ilustrarnos sobre la convulsa historia de la Europa de entreguerras, que no fue precisamente un remanso de paz, pero sí, como todas las guerras y como dice un personaje,
un escenario ideal para los negocios. Sólo un detallito para saber de qué hablamos: la ciudad de Varsovia fue destruida por completo; repito: por completo; comenzó a reconstruirse en 1945.
Se centra más concretamente en la historia de los judíos europeos, dispersos por el mundo, como los cuatro protagonistas. Uno, Moses, cruza el charco hasta Nueva York, pasa por la
isla de Ellis y acaba comandando un grupete mafioso. Aquí introduce Jonquet escenas fuertecillas, de tortura y ejecuciones, a la altura de otras obras suyas como, por ejemplo,
Moloch.
El siguiente protagonista, David, vive en Haifa, Palestina, cerca del Tel Aviv. Es un activista al servicio del ala dura de la derecha sionista. Trabaja concretamente en la preparación de un ejército de defensa judío.
Léon vive en París. Es un militar retirado, herido en una pierna en la Gran Guerra, se mueve en un ambiente marcadamente antisemita y reniega en cierto modo de sus orígenes judíos, hasta el punto de que ha afrancesado su apellido, Hirschbaum, y ahora se llama Hirchebin.
La cuarta en discordia es Rachel, una alta dirigente del partido comunista soviético, coleguita del mismísimo Lenin.
Como digo, los caminos de los cuatro primos, los cuatro gentes de acción, acostumbrados a buscarse la vida y defenderse en situaciones difíciles, se cruzan y entrecruzan, tras muchas peripecias (llegan a coincidir con Trotsky y con Einstein), en una Varsovia asediada por los rusos. A partir de entonces, a medida que se acercan a Niemirov, el pueblecito del tío rabino, los capítulos se hacen más cortos y la acción se precipita hacia el final.
Ya sabéis que servidora tiene debilidad por los insultos y las expresiones malsonantes en general y ya ha dicho aquí algo sobre insultos
colombianos y
peruanos. En
El secreto del rabino se llaman unos a otros, con bastante frecuencia,
racaille: los judíos a los comunistas, los aristócratas a los judíos, todos a los socialistas... Es curioso, porque
racaille fue lo que llamó nuestro común amigo
Nicolas Sarkozy a la gente de los barrios periféricos de París, cuando los altercados callejeros de 2006. Ésa fue la palabra que prendió la llama en la que ardieron tantos coches. Para que digan que las palabras no son importantes.