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domingo, 22 de marzo de 2009

De mujeres y armas


Me asqueaba mi propia capacidad de acosar: dale a una mujer una pistola y un perro y será capaz de hacer lo mismo que un hombre para humillar al prójimo.

Sara Paretsky: Fire Sale (Fuego)
Traducción de Borja Folch

Qué razón tienes, Paretsky, amiga.
Las mujeres no somos seres candorosos, no somos ángeles de bondad. No llevamos en los genes la antiviolencia ni el amor ni la maternidad ni el sacrificio ni la generosidad ni la abnegación ni ninguna cosa de ésas.
Podemos ser tan perras y malas como cualquiera.

Pero vayamos a los hechos. No tengo el dato exacto; ayúdenme a calcular: de todos los actos violentos que se cometen en el mundo, ¿cuántos aproximadamente han sido cometidos por mujeres? ¿Un diez por ciento? ¿Un veinte?
Imagínense que la tasa de violencia masculina (por así llamarla) se reduce hasta ponerse a la par de la femenina. Este mundo sería mucho mejor, ¿no creen?

En fin, que las mujeres no hemos nacido pacíficas, pero lo somos. ¿Por qué? Muy sencillo: porque nos han educado para resolver nuestros conflictos sin recurrir a la violencia.
Lo sigo viendo entre mis amistades que tienen hijos pequeños. A las niñas se les dice: "Si alguien te pega en la escuela, díselo a la maestra". A los niños: "Si te pegan, arrea tú más fuerte".
Entonces, tengo la solución para que la paz se extienda un poco más por el mundo: eduquemos a los niños como si fueran niñas.


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martes, 11 de septiembre de 2007

La iglesia que más ilumina es la que arde

Thyra Hilden, danesa, y Pío Díaz, argentino, han vuelto a pegar fuego a la catedral de Copenhague, como ya hicieron, hace doscientos años, los británicos. Éstos usaron bombas; Hilden y Díaz, vídeo. La instalación se titula "La catedral de Copenhague en llamas".

No es la primera vez que estos dos artistas queman algo: ya lo hicieron en el museo de arte moderno de Aarhus, el Instituto Danés de Roma y la Fontana de Trevi; y tienen intención de repetirlo en el Coliseo, también de Roma, y en el Louvre de París.

De su obra dicen esto: El objetivo simbólico es quemar las raíces de la cultura occidental. Los símbolos e iconos culturales han sido objetivo histórico del terrorismo, pero, a diferencia de los terroristas, nosotros no sólo enviamos un mensaje, sino que pretendemos también establecer un diálogo. Además, ahora es Dinamarca la que ataca, como aliada de los Estados Unidos en la guerra de Irak. Allí han muerto ya unos setecientos mil irakíes, que es casi la población total de Copenhague.

Si quieréis ir a verlo a Copenhague, daos prisa, porque la muestra acaba simbólicamente hoy, martes 11 de septiembre. Por cierto, el 11 de septiembre de 2001 también era martes.

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martes, 5 de junio de 2007

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

César Vallejo

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lunes, 21 de mayo de 2007

El secreto del rabino

Así se titula la última novela que he leído de Thierry Jonquet, aunque la publicó por primera vez hace la friolera de veintiún años en la editorial Joseph Clims de París. A mis manos ha llegado, cómo no, en Folio Policier.

No es una novela de Jonquet al uso. No se parece a las demás, no es exactamente una novela negra, aunque tiene su intriga. Es casi un relato de acción, de aventuras, que conserva, sin embargo, la estructura típica jonqueana de líneas que convergen: cuatro primos judíos que viven en puntos del planeta bastante alejados entre sí (Nueva York, Palestina, París y Moscú) reciben una carta: su tío el rabino ha muerto en su pueblecito de Polonia. Deben reunirse allí para recibir la herencia.

Otra diferencia es que los escenarios de esta novela no son contemporáneos ni trascurre en París, como en la mayoría de las de Jonquet, sino en la machacada Polonia de los años veinte del siglo pasado. De hecho, si dejamos a un lado el epílogo, que se va a 1945, la acción principal tiene lugar en un puñado de días entre junio y agosto de 1920, exactamente cuando tuvo lugar la batalla de Varsovia. Jonquet aprovecha para ilustrarnos sobre la convulsa historia de la Europa de entreguerras, que no fue precisamente un remanso de paz, pero sí, como todas las guerras y como dice un personaje, un escenario ideal para los negocios. Sólo un detallito para saber de qué hablamos: la ciudad de Varsovia fue destruida por completo; repito: por completo; comenzó a reconstruirse en 1945.

Se centra más concretamente en la historia de los judíos europeos, dispersos por el mundo, como los cuatro protagonistas. Uno, Moses, cruza el charco hasta Nueva York, pasa por la isla de Ellis y acaba comandando un grupete mafioso. Aquí introduce Jonquet escenas fuertecillas, de tortura y ejecuciones, a la altura de otras obras suyas como, por ejemplo, Moloch.

El siguiente protagonista, David, vive en Haifa, Palestina, cerca del Tel Aviv. Es un activista al servicio del ala dura de la derecha sionista. Trabaja concretamente en la preparación de un ejército de defensa judío.

Léon vive en París. Es un militar retirado, herido en una pierna en la Gran Guerra, se mueve en un ambiente marcadamente antisemita y reniega en cierto modo de sus orígenes judíos, hasta el punto de que ha afrancesado su apellido, Hirschbaum, y ahora se llama Hirchebin.

La cuarta en discordia es Rachel, una alta dirigente del partido comunista soviético, coleguita del mismísimo Lenin.

Como digo, los caminos de los cuatro primos, los cuatro gentes de acción, acostumbrados a buscarse la vida y defenderse en situaciones difíciles, se cruzan y entrecruzan, tras muchas peripecias (llegan a coincidir con Trotsky y con Einstein), en una Varsovia asediada por los rusos. A partir de entonces, a medida que se acercan a Niemirov, el pueblecito del tío rabino, los capítulos se hacen más cortos y la acción se precipita hacia el final.

Ya sabéis que servidora tiene debilidad por los insultos y las expresiones malsonantes en general y ya ha dicho aquí algo sobre insultos colombianos y peruanos. En El secreto del rabino se llaman unos a otros, con bastante frecuencia, racaille: los judíos a los comunistas, los aristócratas a los judíos, todos a los socialistas... Es curioso, porque racaille fue lo que llamó nuestro común amigo Nicolas Sarkozy a la gente de los barrios periféricos de París, cuando los altercados callejeros de 2006. Ésa fue la palabra que prendió la llama en la que ardieron tantos coches. Para que digan que las palabras no son importantes.

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