jueves, 24 de noviembre de 2011

Mentiras populares

Con este título parece que voy a hablar de la campaña electoral, pero no: voy a hablar de un librito muy muy jugoso y entretenido. Es este:


Bruno Cardeñosa:
Mentiras populares (Leyendas urbanas y otros engaños)
Booket 2010

Me compré la edición de bolsillo y me ha hecho una compañía enorme en el transporte público, especialmente en esas tardes en que no tiene una la cabeza para la Crítica de la razón pura.

El libro es ligero, sí, pero no superficial. De hecho, me ha abierto el apetito, las ganas de adentrarme en estos laberintos oscuros de los bulos, los rumores, las mentiras mil veces repetidas que para alguien acaban siendo verdad. Y me he adentrado, por ejemplo, en www.snopes.com o en los libros de Jan Harold Brunward.

Y otra vez tengo que bailar entre esos dos extremos, porque este mundo de las leyendas urbanas va de lo más tontorrón e inofensivo (la historia del perrito y Ricky Martin en el armario) a lo más grave, peligroso, dañino y siniestro (esos deleznables bulos, podridos de racismo e ignorancia, sobre rumanos que secuestran niños), leyendas que, como dice Cardeñosa, "anidan en la sociedad cuando desparece el espíritu crítico".

Ya puesta a clasificar (caóticamente, por supuesto) las leyendas urbanas, me salen estas categorías:

Leyendas urbanas internacionales. Lo son la mayoría. Por ejemplo, lo del perrito en Chile no le ocurrió a Ricky Martin, sino a Luis Miguel. Y en Estados Unidos no le estallaron las tetas en el avión a Ana Obregón, sino a Pamela Anderson. Una historia de gendarmes franceses la he oído yo adaptada a la policía autónoma vasca.

Leyendas que yo me había creído como una pava. La de la fórmula secreta de la cocacola. Que Walt Disney estaba congelado. Que existen las snuff movies. Que si reunías un montón de celofanes de cajetillas de tabaco te daban una silla de ruedas.

Otras que no me he tragado nunca. Que ciertas combinaciones de bebida explotan o se solidifican en el estómago. Las diversas chicas de la curva y demás muertas bondadosas. Los repartidores de droga a las puertas de los colegios. Secuestros de niños en centros comerciales.

Hay más: mentiras políticas, sexoleyendas (gente que se mete cosas por diversos orificios corporales), cocodrilos en las alcantarillas, marcas de ladrones junto a las puertas de los edificios... Sin olvidar el apasionante mundo de los mensajes de correo electrónico, chapucera y horrísonamente traducidos del inglés, que te avisan de desgracias sin fin; un fenómeno que, por cierto, ya tiene nombre, netfolclore, y que hace que Cardeñosa acabe el libro con estas palabras:

Cuanto más urbanas y tecnológicas sean las sociedades, más fuerte y firme será el grado de penetración de las mentiras populares. Son inherentes al ser humano. Y a las sociedades.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Una rodajita de Limonov

Están sentados, con un muro raso detrás, en el ángulo recto que forman dos mesitas de formica marrón. Del decorado no se ve más: puede que estén en un aula escolar, en una cantina o en un local de la administración.

Ella viste un abrigo de color claro; en la cabeza, un pañuelo de campesina. Él lleva abrigo oscuro y bufanda; ha dejado sobre la mesa su chapka de piel. Tienen todo el aspecto de una pareja de jubilados. 

La cámara los enfoca todo el rato, con pequeños zooms, adelante y atrás. No enfoca, en cambio, a los hombres que tienen enfrente. No se ve el rostro de un hombre que, fuera de campo, con voz colérica y monótona, acusa a los dos ancianos de haber vivido en un lujo desenfrenado, de haber matado a niños de hambre, de haber cometido un genocidio en Timisoara. 

Tras cada salva de acusaciones, ese procurador invisible los invita a responder y el hombre responde, mientras tritura con las manos su chapka, que no reconoce la legitimidad del tribunal que los juzga. La mujer, por momentos, se rebela, discute; entonces, su marido, para calmarla, le coge la mano con un gesto emotivo y familiar. De vez en cuando echa un vistazo al reloj: al parecer, esperaba la llegada de tropas que los liberaran. Pero esas tropas no llegaron nunca y, media hora después, hay un corte. Elipsis. El siguiente plano muestra sus cadáveres ensangrentados sobre el asfalto de una calle o un patio o no se sabe qué.

La escena es tan extraña como una pesadilla. La filmó la televisión rumana y las cadenas francesas la distribuyeron la tarde-noche del 26 de diciembre de 1989. Recuerdo haberla contemplado con auténtico pasmo y haber experimentado un violento malestar ante semejante parodia de justicia, semejante ejecución sumarísima y semejante puesta en escena que quería ser ejemplar y fracasaba estrepitosamente, pues, a pesar de ser dos criminales, la dignidad parecía estar del lado de los acusados.

Exactamente lo mismo sentí, años más tarde, cuando capturaron y ahorcaron a Sadam Hussein.

[Y mucho peor fue luego, añado yo, con Gadaffi.]

Emmanuel Carrère: Limonov, P.O.L 2011
La traducción y la adaptación son mías.

Hay otra porrada de artículos sobre Carrère en Boquitas Pintadas:

- El bigote
- Una semana en la nieve
- El adversario: Impostura uno, dos, tres, cuatro y cinco.
- Una novela rusa
- De vidas ajenas: uno, dos, tres y cuatro.


Y ahí va un ramillete de vídeos desagradables.






viernes, 11 de noviembre de 2011

El cine según Hitchcock

Hola, gente.

Ya aterrizada, en varios sentidos, en casa, en el trabajo y en los quehaceres blogueriles, hoy me tocaba publicar en Zinéfilaz y me he ido a lo fácil: a poner cuatro letras sobre este libro, El cine según Hitchcok, escrito por un adorador de Alfred Hitchcock llamado François Truffaut, que, como ya os he dicho alguna vez, creo que debería ser lectura obligatoria en enseñanzas medias en todo el mundo occidental.

Es pecado no haberlo leído. Bueno, no, venga, seamos positivas. Si no lo has leído y te gusta mínimamente el cine, léelo. Si ya lo has leído, léelo otra vez, porque seguro que vuelves a sacarle jugo. En ambos casos disfrutaréis como animalillos.

Bueno, leed el libro y, por supuesto, leed lo que he escrito en Zinéfilaz.

Allí nos vemos. Agur.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Sexta y última crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Menos mal que el viernes os llevé de paseo por mi parte preferida de la isla, porque hoy ya no lo podríamos haber hecho.

Os cuento. El mismo viernes, a eso de las ocho y media de la noche, pegó un zambombazo bueno, de 4,4. No sé muy bien qué estaba haciendo yo entonces, pero creo que iba en coche de Frontera a casa, a La Caleta, y un seísmo así, si vas en coche, no se nota.

Sí lo notaron, en cambio, en el Mirador de la Peña, donde dicen que creían que se les hundía el suelo; también en El Mocanal, donde celebraban un mitin de Coalición Canaria y pasaron un mal rato. Hubo desprendimeintos, desalojaron a varias familias de Las Puntas y cerraron durante la noche el túnel de Los Roquillos.

Ayer sábado por la mañana hubo otros dos pepinazos, de menor intensidad: 3 y pico. El primero me pilló paseando hacia el aeropuerto y el segundo, ya allí, tomando el cafecito, y no sentí ni el uno ni el otro.

Horas más tarde, mientras comía en San Andrés, me llegó la noticia de que el Pevolca había decidido cerrar indefinidamente la carretera entre el Pozo de la Salud y el cruce de Orchilla (y ese tramo incluye el paseo entre playas del que os hablé) y el túnel de Los Roquillos, que comunica los municipios de Valverde y Frontera. Lo sentí mucho por mis amigos O y M, que me invitaron a comer el viernes. Viven en Valverde y están montando un negocio en Frontera; el cierre del túnel les supone, para ir de casa al trabajo, treinta kilómetros de carretera de montaña y otros tantos de vuelta. Por ellos y por toda la buena gente que está en la misma situación, deseo que todo se arregle pronto.

En fin, volvamos a San Andrés.
 Un rinconcito de San Andrés.

Recibida la noticia y visto que la movilidad por la isla estaba verdaderamente reducida, celebré un conciliábulo con Julen Iturbe y decidimos ir para La Restinga.

En San Andrés hay tres sitios para comer: La Igualdad, Mesón Cristino y Casa Goyo. Julen y yo comimos en Casa Goyo. En la puerta de La Igualdad estaba aparcada la camioneta de Televisión Española.

Antes de bajar a La Restinga nos desviamos para El Tacorón, paraje que también merece mucho la pena. Nos sentamos un ratito frente al mar. Una señora rubia andaba por allí mirando fijamente al agua con una red de pescar en la mano.

- Esta señora está intentando pescar restingolitas -le dije a Julen.

Un rato después, se nos acercó a darnos palique, cosa que me encanta.

- ¡Eh! ¡Oigan! ¿Les da miedo el volcan?

Me dieron ganas de contestar "Por favor, señora, cómo se le ocurre. ¡Somos vascos!", pero le respondí simplemente que no.

- Es que andaba yo por aquí intentando pescar restingolitas ("¡Te lo dije!") y me han llamado para decirme que el volcán ha empezado a echar algo.

No hizo falta más. Cogimos el coche carretera arriba y, un con un poco más de altura, sin salir de El Tacorón, ya se veía la mancha con un circulito blanco de agua como en ebullición.

 La mancha y el agua borboteando.

De camino a La Restinga, en los arcenes de la carretera había montones de coches aparcados y la gente estaba subida a los conos a ver el espectáculo.


Me acordé de esa escena de Encuentros en la tercera fase en la que los locos convocados por los extraterrestes esperan al borde de una carretera la llegada de los ovnis. ¿A que sí?

Ya en La Restinga, había más gente mirando a la mancha, ahora blanca. Decían que poco antes habían visto expulsar material. Me quedé mirando un ratito y lo vi. Saltó hacia arriba algo negro (¿lava, ceniza, rocas, piroclastos?) y borboteó durante unos diez segundos. Fue como una fiesta: los niños chillaban, mucha gente aplaudía y un señor gritó:

- ¡Suéltala, cabrón!

Yo me quedé embobada y no hice ni una foto. 

Solo después, cuando las aguas se calmaron, aparecieron el buque Ramón Margalef, el helicóptero que filma y las cámaras de la Televisión Canaria, que estaban en un mitin en la plaza de La Restinga.

Me senté en una terraza del paseo a tomar algo fresco y empezaron a circular rumores de evacuación. Al parecer, el alcalde lo había anunciado en el mitin: esa noche había que abandonar La Restinga. Poco después se confirmó: los teléfonos móviles empezaron a sonar y un coche con megafonía recorrió el paseo.

- Vamos a proceder a una evacuación preventiva. Recogan sus pertenencias básicas y concéntrense en el campo de fútbol.

Salimos pitando de allí, antes de que se atascara la carretera. Según subíamos hacia El Pinar, vimos bajar a la policía, el ejército, la Guardia Civil y la camioneta de Televisión Española.

Decidí llamar a mi madre para decirle que no pasaba nada, antes de que viera los informativos de la noche, pues me temí que fueran apocalípticos. Y me alegro de haberlo hecho, pues luego me confirmaron que efectivamente fueron así.

Ya cenando en el Mirador de la Peña, repasamos en Twitter las fotos de la erupción. Parece ser que ninguna cámara de televisión la filmó. Una pena.

Y eso es todo, amigas y amigos. En cuanto publique esto, haré la maleta y poco tiempo me sobrará hasta tomar el avión de las 13:00 a Tenerife para llegar esta noche a Bilbao. Ha sido un placer. No sé por qué, pero tengo el pálpito de que volveré pronto a El Hierro.
 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Quinta crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Ayer por la mañana, después de poneros estas líneas, me fui andando al aeropuerto, a tomarme el segundo cafetito del día y, para qué negarlo, ya que tengo que pasar por delante, a fisgar un poco, desde la verja, claro, el cuartel militar Anatolio Fuentes. Se ve más movimiento: el campo de fútbol, que lo tenían desde hace años abandonado, sirve ahora para aparcar camiones y también tienen instaladas muchas tiendas de campaña.

No os pongo fotos porque un letrero dice que está prohibido hacerlas y yo, como buena antimilitarista, tengo mucho respeto a los ejércitos y, además, soy una cobarde.

En realidad, es una lástima que no permitan fotos, pues el cuartel es muy resultón; está en uno de los mejores emplazamientos de la isla: un rinconcito tranquilo, soleado, con buena temperatura, preciosas vistas, buenas comunicaciones... Si yo fuera una ministra corrupta, echaba a los militares de allí y hacía un hotelazo.

Ya en el aeropuerto, a las 10:00, aterrizó un avión del ejército. Se apearon cinco o seis mozos con uniforme de la Unidad Militar de Emergencias. Entraron al edificio por la puerta de embarque; o sea, al revés que los civiles. Para entonces ya había bastante gente esperando a embarcar para el vuelo de las 11:00 a Tenerife, pero nadie les hacía caso: solo yo y una señora septuagenaria que se lanzó a preguntarles si nos iban a evacuar o qué. A mí me habría gustado hacer como la señora y acribillarlos a preguntas, pero me impresionan los uniformes y no tengo tanto morro ni tantos años.

Fui a comer a Frontera, o sea, a la puñetera zona cero, concretamente al barrio de Belgara, y luego me di un paseo por el barrio de al lado, Las Lapas.

El campanario de La Candelaria visto desde Las Lapas.

La Asociación de Vecinos de Las Lapas ha colocado por el barrio unos carteles que vienen a decir lo siguiente: "Hemos hablado con el Ayuntamiento y nos han dicho que no pasa nada, que estemos tranquilos, pero que, en caso de evacuación, recordemos que el punto de encuentro es la plaza de Los Mocanes." Además, alguien muy loco muy loco y con escaso dominio del español ha pintado en un banco esto:


Luego me fui a mi parte favorita de la isla, la que va de playa a playa, de la playa de Arenas Blancas a la playa de El Verodal. El trayecto se puede recorrer por carretera (bueno, por una pista asfaltada) o a pie, por un caminito que discurre junto al mar. Es un entorno y un paisaje verdaderamente mágico que nadie que venga a El Hierro se debe perder. Así que, aprovechando que estoy tan a gusto aquí, voy a contestar a vuestros comentarios de ayer.

No, no tengo miedo ni estoy intranquila. Aquí la vida transcurre con normalidad: las criaturas van a la escuela, abren las tiendas, llegan puntuales los aviones, zarpan los barcos de mercancías... No es que yo sea una valiente, que no lo soy, es que no hay señales visibles de alarma. Pero, claro, si oigo la radio, veo la tele y leo ciertas páginas de Facebook, entonces me pongo un poco nerviosa, porque la información que dan siempre es alarmista. No dicen que no se ha caído ni una pared, ni que nadie ha resultado herido. Se ponen siempre en lo peor, en lo más negro que puede pasar. No sé, quizás tiene que ser así.

El miércoles, el día de los terremotos más intensos, recibí un montón de llamadas, incluida la de una emisora de radio de Bilbao, para interesarse por mi suerte y por la situación, en general, de la isla. Y ya sé que así no me contratarán jamás en Tele 5, pero a todo el mundo le digo lo mismo: esto está tranquilo; más que tranquilo: está triste, porque, de momento, los efectos sobre el turismo han sido devastadores.

Otro gallo habría cantado si la erupción hubiera sido en tierra y no submarina. Un volcán en erupción no es algo que se vea todos los días, así que esto se habría llenado de cámaras y de friquis del vulcanismo (alguno que otro ya hay). Pero la erupción submarina no se puede filmar y ha destrozado los dos negocios principales de La Restinga: la pesca y el buceo. La alarma, además, ha vaciado la isla de turistas y se nota.

A corto plazo, pues, esto ha sido una ruina. A medio y largo, en cambio, quizás sea bueno: ahora mucha más gente conoce El Hierro y está viendo que es un sitio que merece la pena visitar.
Y sí, estoy disfrutando mucho aquí, pero no quiero hacer sufrir a nadie, y menos a mi madre, que también está preocupadilla. El domingo por la mañana me cojo el avión para Tenerife y espero estar ya por la noche en Bilbao. Me quedaría más tiempo encantada, porque estoy a gusto en mi papel de chismógrafa aquejada, al parecer, de una tara orgánica que podría denominarse insensibilidad sísmica o así.

Bueno, ya hemos acabado el paseo y la charla. Ya hemos llegado a la playa de El Verodal. Me llevo un disgustillo, pues no se puede acceder por peligro de desprendimientos. Los pedruscos y las olonas me han comido la playa, tan bonita, de arena rojinegra.
La playa de El Verodal, gorribeltza.

De vuelta a Arenas Blancas, me encontré este presunto aparato medidor que yo juraría que antes no estaba allí. ¿Alguien sabe qué demonios es esto?


Aparato medidor desconocido. De paso, fijaos en el paisaje im-pre-zi-o-nan-te.

Tras el paseo, ya se me hizo de noche y me fui corriendo a Tigaday, a la esquina de La Taguarita, a coger sitio en la terraza del bar, pues allí se ponen las teles por la noche a hacer las conexiones en directo. Pero, claro, como ayer no hubo zambombazo, no apareció ni una puñetera cámara. ¡Ay! ¡Cuánta ingratitud y cuánto olvido!

¡Ah! ¡Perdón! Se me olvidaba lo más terrible del día: una legión de hormigas me invadió el armario ropero y, como en mi barrio no hay tienda, tuve que ir hasta el Tamaduste a comprar insecticida. ¡Espeluznante! ¡Un sinvivir!

Seguiremos informando.




jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuarta crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Ayer fue un día movidito. Ya os puse que a eso de las ocho de la mañana fue el primer pepinazo gordo, de 4,3, en Frontera. Os puse que había sido de 4 grados, pero luego lo "recalificaron" como de 4,3. Resulta que primero hacen una primera valoración del seísmo y luego tienen en cuenta otras variables y lo redimensionan.

Como sabéis, yo me alojo al otro lado de la isla, en La Caleta, y aquí no se percibe nada.

Salió el día despejado y me subí a Malpaso, el punto más alto de la isla, a 1.500 metros. Luego bajé a comer a El Pinar, hacia el sur, a unos quince kilómetros de La Restinga. Malas noticias: ya no hay  pescado fresco en la isla. Las autoridades recomiendan que no se consuma pescado de la zona afectada por la erupción, pero me temo que es una recomendación vana, porque las embarcaciones no salen a pescar.
Así es el paisaje en la cumbre.

Desde El Pinar hice unas fotos al Teide y a la mancha, que día a día cambia de forma y color.
 El Teide desde El Pinar.

 La mancha desde El Pinar. Ahí abajo, tras ese cono desmochado, está La Restinga.

Más tarde me di un paseo por el Pozo de la Salud, ya dentro de la zona sísmica. A unos kilómetros de la costa, el buque Ramón Margalef, del Instituto Oceoanográfico Nacional, se daba unas vueltitas por el mar y un joven, con un teleobjetivo gigante, lo fotografiaba desde el paseo. Y así de tranquila andaba yo, entre el pozo y el mar, cuando, de repente, en la casa de al lado, una señora se asoma a la ventana medio gritando:

- ¿Lo sentiste? ¿Lo sentiste?

Y una niña aparece corriendo por la calle:

- ¡Sí, sí, mami! ¡Lo sentí!

Me metí en Internet. Daban noticia de un recientísimo seísmo de 3,8. Aproximadamente una hora después, en Tigaday, una periodista de Cuatro hacía su conexión en directo para el informativo de las ocho (las siete en Canarias) y decía que el pepinazo finalmente había sido de 4,4, el más intenso hasta el momento.

O sea, que arreó una sacudida de 4,4 y yo no noté nada. Ni un temblorcillo, ni un runrún, ni un mareo. Nada. De nada.

Cerca de mi casa, en La Caleta, está el cuartel militar Anatolio Fuentes, adonde han llegado refuerzos desde Gran Canaria. Cuando volví a casa, por la noche, me encontré a un hermoso grupete de militares, chicas y chicos, que regresaban andando por la carretera de La Caleta al cuartel. En el barrio solo tenemos dos sitios para cenar, El Rinconcito y el Yesimar, así que en uno o en otro me los encontraré quizás mañana.

En el canal 24 horas de Televisión Española mencionaron una hipotética evacuación (sic) del municipio de Frontera, donde están sucediendo los últimos seísmos. La Wikipedia dice que viven allí más de cuatro mil almas. No es moco de pavo.

Seguiremos informando.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Tercera crónica de andar por casa sobre la crisis sísmica de El Hierro

Llevamos ya unos días sin terremotos gordos: uno de los últimos fuertes tuvo lugar el lunes a las diez de la noche. Yo estaba ya en casita leyendo (aquí a las siete de la tarde ya es de noche y a las siete de la mañana ya luce el sol) y apagando la lamparita cada vez que oía acercarse por la calle a los niños que celebraban Jálouin, para simular que no había nadie en casa, porque ¿qué se hace? ¿Se abre la puerta y hay que darles dinero, caramelos o qué?

En fin, que ese terremoto tampoco lo noté. Ayer hubo un par de ellos no tan fuertes, pero me dicen que uno al menos sí sintieron en El Mocanal, un barrio cercano a la capital, Valverde, que está fuera de la zona sísmica. No fue nada grave, no se cayeron objetos ni nada, pero se percibió el temblor.

Con camiones así, una se siente segura.

En fin, que luego vino la calma. Demasiada calma, quizás, pues la isla está como desmantelada; "es la isla fantasma", me decía un señor de Tenerife que abrió aquí un negocio hace cuatro meses.

Tampoco llevaba mucho tiempo abierto (desde 2008 exactamente) el Centro de Interpretación de El Julan; pues bien. El domingo me pasé por allí y me lo encontré con un cartelito que decía "Cerrado hasta nuevo aviso", que es como decir "Cerrado por siempre jamás".




El Julan y la mancha de la erupción


Otra impresión lamentable me la dio la tienda del aeropuerto: las estanterías semivacías, ni una triste camiseta turistera que comprar. De mi casa al aeropuerto se puede ir andando, así que hasta allá me di un paseíto. La parte buena es que el día estaba despejado y pude ver las islas de La Palma, La Gomera y Tenerife, con Teide y todo.

Mundo viejuno en San Andrés, El Hierro

Bueno, otra ventaja tiene esto de que haya tan poca gente: hemos vuelto a las costumbres de hace quince años, cuando éramos tan pocos forasteros que te saludaban si cruzabas un pueblo en coche, te paraban por la calle para preguntarte qué hacías allí y la gente daba palique por el puro gusto de hablar con alguien de fuera. Ahora la excusita son "los movimientos", como dicen, no sé si eufemísticamente, y da pena que sea por algo así, pero cuentan sus "susedidos", sus pequeñas anécdotas personales con entusiasmo, con ganas, con verdadera gracia, y es un placer oír su dulce acento herreño.

Actualización de las 9:50. Acabo de enterarme de que a las ocho menos cinco ha habido un terremoto de cuatro grados. O sea, gordito. No hace falta decir que no he sentido nada, ¿verdad?