sábado, 29 de agosto de 2009

Crónica corvense


Pregunté a Fátima, mi hospedeira en la isla de Flores, cómo podía ir hasta la vecina de Corvo y ella, muy amable, agarró el teléfono, hizo una llamada y me dijo que al día siguiente, a las nueve de la mañana, en el Porto das Poças, me esperaría Cristino con su embarcación.

Como de Flores a Corvo sólo hay 24 kilómetros, ambas islas se ven perfectamente la una desde la otra. Desde Flores se distinguen incluso las casas y las lucecitas de noche. Pues bien: en el día y hora fijados con Cristino para salir hacia Corvo, el cielo estaba tan negro y el horizonte tan oscuro que ni siquiera se veía la isla, como si la hubieran retirado para labores de limpieza o restauración.

Yo sabía que se iba a poner a jarrear de un momento a otro, porque no hace falta haber vivido largos años en estas islas para reconocer la inminente lluvia; es fácil: ves una cortina gris enorme que avanza hacia ti desde el cielo al suelo y sabes que en unos segundos te calarás.

Y así fue. Nos hicimos a la mar, pero antes de despegarnos de la costa nordeste de Flores, ya tenía las gafas llenas de gotas de agua ya no veía ni torta. Gracias al chaleco salvavidas no me empapé del todo la ropa, pero ya sin gafas, con el agua entrándome en los ojos, Cristino decidió dar media vuelta y regresar al Porto das Poças.

Nos citamos para el día siguiente a la misma hora y esta vez, aunque el cielo no estaba del todo azul y la mar, bastante picadita, avanzando lentamente hicimos, sin embargo, una bonita travesía.

Cristino nos llevó por entre los islotes, vimos cangrejos, cagarros, garajaus y cascadas que caen por los acantilados y nos detuvimos un rato a jugar con un grupito de delfines. Estos bichos son realmente sociables y agradecidos; se acercan a las embarcaciones y se ponen a hacer saltitos y piruetas, como si posaran para las fotos.

Y por fin arribamos a la isla de Corvo. ¿Os acordáis de mi teoría de los microuniversos finitos? Bueno, pues Corvo es un microuniverso finito, finito, que te pasas de finito. Tan finito como dieciocho kilómetros cuadrados y cuatrocientos habitantes. Y, por supuesto, una cosa de cada: una ciudad, un puerto, un bar, un restaurante, un hotel, una iglesia, una escuela, una tienda, un fenómeno volcánico que admirar (o Caldeirao, en la foto, verdaderamente vistoso), una carretera y un sendero alternativo que recorrer a pie.

A pesar de tanta finitud, el puerto de Vila Nova estaba animado y lleno de chavalería: quinceañeras y veinteañeros, chiquillas y chiquillos en traje de baño haciendo lo propio; esto es, chillar, carcajear, corretear y empujarse unos a otros al agua. Me pregunté si serían habitantes o veraneantes-emigrantes, pues aquí todavía se estila volver a la patria chica por vacaciones. Me pregunté cómo sería nacer y crecer en Corvo, si eso supondría una huellla indeleble y un abismo de diferencia con quienes provenimos de un continente algo menos aislado.

Me pregunté también por la gente que no es corvense de familia ni de nacimiento ni de toda la vida, que se dice. Seguro que también tienen aquí, como en muchas partes, a la típica inglesa, al típico alemán jipiloco que ha creído encontrar y ha encontrado su edén en la tierra. Y luego están los funcionarios: la médica, la maestra, el cartero... Un día, por ejemplo en Oporto, se presentaron a una oposición y ¡bingo!, les tocó Corvo, que puede que sea el destino maldito, el infierno del empleado público. O no. Quién sabe. Puede que sea el paraíso.

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sábado, 22 de agosto de 2009

Crónica florentina


Florentina de la isla de Flores, Azores, pues florentinas y florentinos se llaman sus habitantes y no florenses, como yo pensaba, ignorante de mí.

Tras un intento fallido en el siglo XV, esta isla de Flores se pobló definitivamente a principios del XVI, pero si no fuera por los iglesiones barrocos, yo diría que los europeos llegaron aquí ayer por la tarde, pues la isla tiene ese aire asalvajado y agreste de lugares como Alaska o la Patagonia, en los que la naturaleza se impone y está todavía por domar, por civilizar, por humanizar.

Esta isla es el territorio europeo más occidental. Sus habitantes presumen de ello, de occidentalidad, de manera que aquí casi todo se llama ocidental: hay un Hotel Ocidental, un Bar Ocidental, un Restaurante Ocidental y, cuando entras por carretera al municipio de Lajes, un cartel te da la bienvenida al concelho mais ocidental de Europa. Atención, pregunta de Trivial: ¿cuál es el pedazo de suelo europeo más occidental? Respuesta: el islote Monchique, que está aquí al lado.

Yo me alojo en la parte orientalde la isla, en la capital (es un decir), Santa Cruz, en una hospedaria que no da desayunos (¡oooohhh!), así que me tengo que cruzar la ciudad entera (unos trescientos metros) para tomarme unas torradas en el bar de Lucino. Como las torradas también hay que bajarlas, luego toca salir a correr y he aquí el problema, pues esta isla es bastante más accidentada y el paseo marítimo se me queda corto, me canso de trotar patrás y palante todo el rato por el mismo sitio y tengo que dar vueltas a lugares desacostumbrados como el campo de fútbol o la pista de aterrizaje del aeropuerto. Menos mal que estaré pocos días, porque lo siguiente sería retirar a empujones las vacas de las cañadas.

Antes de despedirme, que no se me olvide deciros que, en cuanto a paisajes y encantos naturales, esta isla es el maldito paraíso: tiene playas desiertas escondidas, montones de cascadas que caen peñas abajo, cráteres inundados y convertidos en lagunas, islotes de formas extravagantes, cuevas marinas y flores por todos los lados; de ahí su nombre.

Para que os hagáis una idea, os he puesto en las fotos un cráter con la sempiterna vaca y las cascadas que caen a Fajazinha. Hasta la próxima. Agur.


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domingo, 16 de agosto de 2009

Crónica terceirense


Hola, ¿qué tal? Cuánto tiempo sin escribir nada aquí. Os cuento cómo me va en Terceira.

Me hospedo en Praia da Vitória, en la mismísima praia, que es la más aparente de la isla, porque en Terceira las playas son en general escasas, minúsculas y pedregosas, por lo que mantienen alejado al turismo de masas.

Me levanto temprano y me zampo un desayunorro típico azorense con queso de San Jorge, pan de higo con canela (bueníiiisimo), masa sobada, bolos levedos, folhaos de chila y un café muy rico. Es bueno el café en Terceira. En todas partes te ponen un garoto estupendo, con espumita y todo, al desorbitado precio de cuarenta céntimos de euro.

Después de tal festín, como me remuerde la conciencia, me voy a hacer una carrerita por el paseo marítimo, no por la playa, porque la arena está muy blanda y me machaca las piernas. Tras la carrerita, duchita. Y a propósito de la higiene os contaré que percibo aquí cierta psicosis con la gripe A. En el avión que me trajo de Lisboa nos dieron consejos que no atendí y dos personas se pusieron mascarilla. En el aeropuerto te fríen a carteles y folletos y en todos los lavabos públicos hay instrucciones sobre cómo jabonarse bien las manos para evitar contagios. ¿Será para tanto?

En los pocos días que llevo aquí me ha dado tiempo a mucho: he recorrido el magnífico casco antiguo de Angra do Heroísmo, he subido a pie hasta la Lagoinha y me he caído de culo en la bajada, he fotografiado, como veis, varios impérios, he alquilado en la playa una espreguiçadeira (¡con lo fácil que es decir tumbona o hamaca!) minutos antes de que empezara a llover y me he cruzado unas cuantas veces, por los caminos del interior y por las poblaciones costeras también, con enormes manadas de vacas.

Dentro de poco abandonaré esta isla de Terceira y me iré a la de Flores. Mis próximas letras serán desde allí. Muchos besos. Agur.


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domingo, 9 de agosto de 2009

Terceira



Me voy a la isla Terceira, que es una de las Azores. Se llama Terceira porque fue la tercera del archipiélago que descubrieron los portugueses, después de Santa María y San Miguel. Tiene casi cuatrocientos kilómetros cuadrados y unos sesenta mil habitantes.

Las ciudades más importantes son Angra do Heroísmo y Praia da Vitória, que sólo con los nombres ya me apabullan.

En Terceira hay muchísimas iglesias, antiguas fortificaciones, palacios, flores, caldeiras, grutas, vacas y volcanes. Además, está toda ella salpicada de impérios, que son altares dedicados al Espíritu Santo. Y, como veis en la foto, es muy muy verde.

Casualmente, ésta será la terceira vez que viaje a Azores. Como me sucedió en las anteriores, también esta terceira vez querré quedarme allí y no regresar jamás, pero volveré en septiembre.

Hasta entonces, escribiré alguna crónica azorense. Echadme mucho de menos. Os beso con mi boquita pintada. ¡Muaaac!
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miércoles, 5 de agosto de 2009

Lecturas de verano, alimento para el espíritu



Si alguien está esperando consejo espiritual por mi parte, lo tiene claro: allá por los catorce años dejé de ser una lectora ejemplar y tiré por el camino del vicio y la perdición literaria.

Menos mal que existen Rafael Ballesteros y sus Desequilibros. Vayan allí y obtendrán lo que buscan: recomendaciones varias para sobrellevar la piscina. ¡Qué vida más dura, la del turista!


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